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Ricardo López Méndez

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Memorias de infancia

Aída López Sosa

Sonora voz, paso resuelto, mirada de intenso azul, tez rubicunda, guayabera blanca, paliacate al cuello, así recuerdo al tío Ricardo en mi infancia. Sus visitas a la apacible Mérida eran frecuentes -uno siempre retorna una y otra vez al terruño-, lo que significaba un acontecimiento en casa. Su personalidad era capaz de llenar un salón de eventos, un teatro; las tertulias familiares se prolongaban. Yo, simple espectadora a mis escasos siete años. El volumen de su voz me impresionaba a la par de su sapiencia; fechas, anécdotas, nombres, sucesos históricos, estaban contenidos en su memoria inagotable.

– ¿Lo de siempre, don Ricardo? –preguntaba el capitán de meseros del extinto Patio Español, refiriéndose al puchero y al agua de chaya que tanto le gustaban. Mi hermano – dinastía de los Ricardos incluyendo padre y sobrino– y yo nos terminábamos el pan con mantequilla que servían previo al humeante manjar, lo que nos resultaba una novedad a la hora de la comida cuando era parte del desayuno cotidiano en casa. Las noches terminaban en la Flor de Santiago; la crema española y las cremitas de coco rociadas de canela en polvo acompañaban las memorias de la estirpe. La primera vez que supe del yogurt fue en la añeja casona del barrio de Santiago, donde recibían a los comensales con panes hechos en casa y aromático café. Los parroquianos preguntaban por la novedad de los búlgaros: prometían salud y bienestar no solo digestivo, sino a todo el organismo.

Guty Cárdenas y Agustín Lara formaban parte de sus vivencias en el México de principios de siglo XX. Fundador de la XEW en 1930, produjo y condujo La Hora Azul para “El flaco de oro” y en mancuerna con “El ruiseñor” crearon “Nunca”, canción compuesta para un amor de Guty que emprendería un viaje para nunca volver. Vaticinio cumplido. Así también Golondrina viajera, Fondo azul, Quisiera, Si yo pudiera, Tú fuiste y Yo quiero ser.

El “Credo”, compuesto en 1939 y editado en 1941, se declamó por primera vez en un sorteo de la Lotería Nacional. A exigencia del público, que reclamaba copias de este poema que lo mismo se declamaba en las calles como en las escuelas, es que se editó y se publicó con la bandera y escudos nacionales, convirtiéndolo en uno de los fenómenos poco comunes de la literatura mexicana. El “Credo” llegó al alma de los mexicanos, lo hicieron suyo y lo cantaron como un himno nacional. “México, creo en ti”, su primer verso, es un acto de fe a la patria, definido por el poeta como un presentimiento cuando exalta “…pero presiento que mucho te pareces a mi alma, que sé que existe, pero no la veo”.

Alfonso Reyes dijo que en el Credo “…sus palabras tienen autoridad de excepción. Este poema posee un doble valor, que integra su calidad de estética. Por una parte, un valor de esencia; por otra, un valor de circunstancia. El valor de esencia es el choque eléctrico que nos da la poesía y su noble afirmación de fe. El valor de circunstancia, matizado de oportunidad, significa que esta afirmación de fe es como la expresión de un estado latente y general en el ánimo de los mexicanos. Después de todo, merced a este valor de circunstancia el poeta de convierte en voz de su pueblo y ejerce su más alta función.”

En ocasión del poema “Credo” (1939), el poeta Antonio Mediz Bolio le dio el sobrenombre de “Vate”, “porque vaticina, conoce la memoria de su pueblo y la canta. Comprende de cerca y de lejos lo que significa la patria.” Pablo Neruda afirmó que el poema era el prólogo de todo lo que se iba a escribir sobre México. Carlos Monsiváis apuntó: “La retórica de Ricardo López Méndez funciona admirablemente, porque complace y forma un público, aun ligado a la poesía, capaz de ver en el sentimentalismo su refugio ante las incomprensiones de la modernidad”. Emilio Abreu Gómez coligió que es un poema épico por excelencia, cumbre de la poesía mexicana dedicada a la patria: “la lectura del poema de López Méndez eleva la conciencia moral de la belleza de México.”

Este poema le otorgó el reconocimiento de la “Liga de Acción Social de Mérida, Yucatán” nombrándolo Socio Honorario; la comunidad estudiantil de la Escuela Nacional Preparatoria realizó un magno homenaje en el Anfiteatro Bolívar del Antiguo Colegio de San Ildefonso; el circulo Aguascalentense México lo reconoció como Miembro Honorario en 1942, y ese mismo año el Ateneo de Ciencia y Artes de México lo nombró Socio Activo.

López Méndez consideraba la poesía como un refugio personal, el juego que se piensa y se recrea en secreto cuando los afanes del diario vivir han cesado; una forma de meditar sobre la vida, la muerte, el destino, y la actividad del espíritu humano donde la reflexión se vuelve canto y el canto, pensamiento.

Su inclinación a las letras se reveló a la edad de 6 años, cuando el 25 de julio de 1909 obtuvo el primer reconocimiento escolar por sus adelantos en la rama de lectura y ortología. Siendo adolescente, su camino literario se desarrolló dentro del grupo “Esfinge”, encabezado por el poeta Antonio Mediz Bolio, encontrándose otros escritores como Ermilo Abreu Gómez y José Esquivel Pren. Sus versos registran todos los matices del sentimiento, siendo que con ellos cantó, soñó y amó a todo México a lo largo del siglo XX.

Creativo, fue el primer productor y realizador de las radiobiografías con el título “Radio de viaje de un cantante”. Entabló un “Diálogo con la muerte” desde la tumba del presidente Benito Juárez en el Panteón de San Fernando, entre las de otros ilustres. Inventor de frases y slogans fue pionero en esta actividad como: “El lápiz labial Tangie no ha revelado jamás el secreto de un beso”; “Si un vaso de vino quita la pena, un vaso de Sal de Uvas Picot quita la pena del vino.”

Con motivo del Cuarto Centenario de la Fundación de Mérida, escribió el poema épico “Voz en la piedra” (1942), canto a la fundación de la nueva nación mexicana, la nación mestiza, prologado por Mediz Bolio.

Entre los 150 poemas musicalizados de López Méndez destacan cinco que son considerados joyas de la canción: “Nunca”, “Amor, amor”, “Desesperadamente”, “Mar” y “Déjame”. Otros músicos que armonizaron sus versos fueron Ricardo Palmerín, Alfonso Esparza Oteo, José Sabre Marroquín, Tata Nacho, Manuel Esperón González, Gabriel Ruiz, Gonzalo Curiel, Agustín Lara, entre muchos otros.

A 118 años de su natalicio, el 7 de febrero, el tío, el amigo, el poeta, pervive en la memoria de México.

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