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Revolución y Constitución

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Letras

XXVII

Proyecto interrumpido

7 de febrero de 1999

La celebración del aniversario de la promulgación de la Constitución política de los Estados Unidos Mexicanos se ha visto ensombrecida. Se anuncian nuevos cambios a los artículos vitales de la misma. Dicen los enterados que suman un centenar las modificaciones sufridas por la Carta Magna en sus 82 años de vigencia. Queda la letra, pero se ha perdido el espíritu revolucionario del Congreso Constituyente. Decía a sus alumnos un maestro de derecho constitucional, que nuestro país es el único en donde se imprime la constitución con hojas desprendibles.

Durante su mandato, el Presidente José López Portillo acostumbraba convocar a los poderes de las Entidades Federativas para participar en el evento que se denominaba Reunión de la República, cada día 5 de febrero, los cuales tuvieron verificativo en distintas ciudades capitales.

En ocasión de la segunda de dichas reuniones, en Acapulco, el entonces Secretario de Gobernación, Lic. Jesús Reyes Heroles, hizo importantes pronunciamientos ideológicos. Dijo que el Estado Federal no es un montón de fragmentos carentes de sentido, desconectados, ni el Estado es un ser inanimado, inmóvil, por sus contradicciones internas, neutralizado por un manojo de intereses antitéticos o contrapuestos. Puntualizó que, por el contrario, “El Estado es substancia y debe ser fuerza, fuerza regida por el derecho y obediente a los intereses populares”.

El cambio pregonado por la modernidad contradice estos principios, busca someter la fuerza del Estado y entregarla, debilitada, a los intereses financieros, al gran capital y a los caprichos del mercado. Los grandes mexicanos revolucionarios que nos legaron la Constitución de 1917 pensaron en el pueblo, en la Patria, en la soberanía nacional, en la libertad y en la justicia.

Como una paradoja, la situación que se vive hoy, al finalizar la centuria, es muy similar a la que existía en México al iniciarse este siglo: crisis y profundas desigualdades sociales.

Capitales extranjeros habían realizado cuantiosas inversiones en la minería, el petróleo, los ferrocarriles y la banca, creando una imagen de aparente prosperidad nacional que atribuía un “milagro mexicano” al gobierno del General Porfirio Díaz, quien llevaba 20 años en la presidencia. Los campesinos no eran dueños de las tierras que trabajaban y sufrían una vida de esclavitud y de injusticias; los obreros carecían de derechos y pesaban sobre ellos intolerables condiciones de trabajo. Las desigualdades entre las clases sociales eran cada vez más grandes.

Factores imposibles de controlar se oponían al desarrollo libre de la vida social, como el capital extranjero, el monopolio del crédito y la anarquía bancaria, las alcabalas, la incomunicación, el acaparamiento de la tierra, el desplome de la producción rural y la crisis monetaria. O sea, la estructura feudal de la economía y el predominio del capital extranjero.

En Cananea, Sonora y en Río Blanco, Veracruz, los obreros se habían levantado para reclamar sus derechos, lanzándose a la huelga, siendo brutalmente reprimidos a manos del ejército del General Díaz, de quien se asegura que en estos casos sus instrucciones eran: “Mátalos en Caliente”.

Entonces D. Francisco I. Madero, escribió el libro “La Sucesión Presidencial en 1910”, donde analizaba la difícil situación por la que atravesaba el país, a consecuencia de la dictadura.

En sus páginas, el apóstol registraba un suceso que describe con total realismo y veracidad, la actitud del dictador Porfirio Díaz ante los obreros:

– “A causa de haber bajado el cobre en los Estados Unidos, –dice Madero– el trust de este metal determinó suspender algunas minas y entre otras la de Cananea. Con este motivo quedaron sin trabajo multitud de mineros y trabajadores de todas clases. Pues bien, la única medida que tomó el Gobierno, fué la de mandar tropas para impedir a los hambrientos obreros cometer algún desorden. Está bien, que mueran de hambre; ¡pero que se mueran en orden, en silencio, sin protestar, sin intentar organizarse para la defensa de sus derechos!”.

Un mexicano excepcional hizo llegar entonces al Presidente Díaz un documento histórico que contenía “Apuntes confidenciales sobre la situación por la que atraviesa el país, sus causas y manera de conjurar el peligro”, que en agosto de 1906 le entregó su amigo y consejero político Rafael de Zayas Enríquez, quien a consecuencia de la huelga de Cananea, había recibido instrucciones de trasladarse a Sonora en “viaje de estudio” e inmediatamente después a Río Blanco.

En su informe, Zayas Enríquez apuntaba: “Noto que hay fermentación abajo y alarma arriba. Esto solo puede conjurarse por la acción enérgica y patriótica de quien se encuentra en el vértice de la pirámide social. Por usted, señor Presidente. La única manera de combatir y destruir la idea revolucionaria es demostrarle el error de su origen como he tenido la honra de exponer a usted en otra ocasión. Pero cuando ya la idea está tan avanzada que raya en el hecho, o ha empezado a convertirse en hecho, la única manera de dominar la revolución es encabezarla”.

Porfirio Díaz no atendió el consejo y los acontecimientos precipitaron el movimiento armado, la Revolución Social Mexicana, que cambió para siempre nuestro país, al amparo del lema: “Sufragio Efectivo. No reelección”. Una revolución política, popular, nacionalista, democrática, antifeudal y antimperialista.

Surge con la Revolución, una doctrina viva, militante, un nuevo orden social basado en la independencia absoluta de la Nación y en el aprovechamiento de los recursos naturales por los mexicanos, la liquidación del latifundismo y el reparto de la tierra a los campesinos; la reorganización de la vida nacional, para dar paso a la educación popular, la salud, la vivienda, la técnica, la seguridad social, el trabajo y todo lo que representa la verdadera justicia social.

Estos principios quedaron plasmados en la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos, promulgada en 1917, la cual establece la forma de gobierno del pueblo mexicano, fija las relaciones entre gobernantes y gobernados y al señalar el camino para la solución de los grandes problemas nacionales, constituye un verdadero programa revolucionario.

El mejor homenaje que podemos rendir a la Constitución es la observancia y el respeto pleno a los principios que le dieron vida. El proyecto revolucionario se ha interrumpido, pero los reclamos populares siguen vigentes. Chiapas es un recordatorio permanente de que las banderas de Zapata siguen guiando a los desposeídos en la lucha por la tierra y por la libertad. Es hora de rectificar el rumbo y reorientar por la vía democrática el camino que conduce a la justicia social.

Defender la Constitución es defender a la República y defender el futuro del país, como nación independiente y libre.

Como ayer, ante la gravedad del momento histórico, es necesario repetir, que cuando “la idea revolucionaria está tan avanzada, que raya en el hecho, o ha empezado a convertirse en hecho, la única manera de dominar la revolución es encabezarla”, y encauzarla hacia el estado de derecho que dicta la Constitución.

Luis F. Peraza Lizarraga

Continuará la próxima semana…

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