Letras
Parsifal
[Serapio Baqueiro Barrera]
(Especial para el Diario del Sureste)
Hace sesenta y cinco años que murió el inmenso poeta Charles Baudelaire y, a pesar del tiempo transcurrido desde que desapareció en las sombras de la muerte hasta nuestros días, según el eminente crítico de letras Ernest Raynaud, el autor de Las flores del mal todavía no ha penetrado en el período sereno de la gloria.
Ninguna discusión turba la paz del eterno sueño en que yacen Mallarmé, el de hermético estilo, cantor de Herodíada, ni de Paul Verlaine, ese místico a la inversa de alma dolorosa y contrito de todos los pecados de la carne, que en sonatinas diabólicas hacía vibrar sus violines de otoño.
Y Mallarmé y Verlaine que sucesivamente, sinceramente fueron románticos, parnasianos y simbolistas, descienden en línea recta de Baudelaire, que fue el precursor de esta última escuela literaria.
En torno al nombre ilustre del autor de Splín de París se suscitaron vehementes y apasionadas controversias, no para amenguar su personalidad de poeta, porque esto equivaldría a tanto como negar la luz del sol, a cometer el más negro pecado de herejía literaria, sino porque se le acusa como un agente de inmoralidad, como a un corruptor de las costumbres, un disociador social.
Pero el mismo gran poeta se complacía, en opinión de Raynaud, en contribuir al fomento de esta leyenda absurda, por dandismo y, principalmente, porque le inspiraba profunda repugnancia la estrecha moral de que hacían gala los burgueses de su época. (Se dice que el formidable poeta Dante Alighieri fue quien inventó la palabra burgués para estigmatizar a los que en su tiempo vivían en suntuosas moradas palaciegas, de mármol rosa, e impíamente negaban un mendrugo de pan a los hambrientos.)
Y pour épater le buorgeois, Baudelaire se teñía de azul la cabellera y se paseaba sobre el muelle que se tiende sobre las aguas del Sena, llevando atado a una cuerda dorada un cangrejo y decía que se alimentaba con frituras de sesos de niños.
Imperaba en todo su esplendor el genio de Víctor Hugo cuando Baudelaire avino a la vida literaria; y fue el único poeta de entonces que no reposó en el amplio regazo intelectual del autor de La leyenda de los siglos, así lo asegura Theodore de Banville, el juglar insuperable del parnaso francés, el habilísimo barajador de rimas y creador del Pierrot pícaro, alegre y siempre sonriente, antígono del Pierrot pálido y lagrimoso que nació en Italia.
Nadie expresó con más sinceridad las torturas de la pasión amorosa y las ferocidades del destino que Baudelaire en sus versos que tienen una vibración múltiple, sabiamente combinada en sus alejandrinos, en los versos de ocho sílabas y en una rara rima de cinco.
Influyó no solamente en poetas tan inspirados como Arturo Rimbaud, autor de la Alquimia del Verbo, sino que también en los pintores y escultores como Rops, Gustavo Moreau y Augusto Rodin, porque su poesía parecía hacerse visible en colores y líneas.
Víctor Hugo, expresando la admiración que le inspiraba Baudelaire, como artista supremo del verso, dijo que había descubierto un nuevo estremecimiento, una deslumbrante rara sensación de belleza en el mundo de lo poético.
La gran figura del satánico cantor de Don Juan surge ahora del fondo del pasado y adquiere relieves de palpitante actualidad al ser vertidos al idioma español los consejos que dirigió a los que han escogido la poesía y la literatura como profesiones remunerativas.
Estos consejos están contenidos en unos cuantos breves capítulos que llevan los títulos que siguen: I.- De la suerte y de la mala suerte de los comienzos. II.- De los salarios.
En el párrafo final de este capítulo, escribe: “El hombre discreto es el que dice ‘creo que esto vale tanto, porque tengo genio; pero si es preciso hacer algunas concesiones, las haré a fin de tener el honor de contarme entre vosotros’”.
En el tercero habla de las simpatías y antipatías. El cuarto de los métodos de composición; al trabajo cotidiano y a la inspiración se refiere en el quinto, y en el noveno y último capítulo habla de las mujeres que deben querer los poetas y literatos y hace abuso de la paradoja cuando afirma que son mujeres peligrosas para los autores: la mujer honesta porque pertenece necesariamente a dos hombres y es sólo sustento mediocre para el alma despótica del poeta; la literata, porque es un hombre fracasado, y la actriz porque está barnizada de literatura y habla en argot, en resumen porque no es una mujer en toda la acepción de la palabra, ya que el público es para ella más precioso que el amor. Sólo hay para él dos clases de mujeres posibles: las cortesanas o las mujeres tontas; el amor o las cazuelas…
Baudelaire tuvo un amor ideal, pero prefirió la compañía hogareña de su Venus negra, una mulata de talle cimbrante, de cabellera eléctrica, colérica, fosforescente, que se echaba como un perro fiel a las plantas del poeta y permanecía en silencio largas horas, mientras su amo trabajaba.
Diario del Sureste. Mérida, 5 de febrero de 1935, p. 3.
[Compilación y transcripción de José Juan Cervera Fernández]