Letras
Antonio Ancona Albertos
Aprovechemos estos días de renovación masónica para hacer un poco de política externa que defina, ante la opinión profana, el papel que la masonería está llamada a desempeñar dentro del socialismo contemporáneo. Y empecemos por declarar, con ánimo sereno, que no toda la opinión masónica es socialista. Al contrario de lo que se supone, la masonería, aunque juramentada, no está unida en ideas sociales ni religiosas. Ni en México. Ni en parte alguna del mundo. Dentro de la Fraternidad se mueven juicios encontrados y se estacionan juicios arcaicos. La lucha secular que sostienen la humanidad se refleja en la masonería, en las formas actuales.
Las divergencias de criterio no se revelan en el seno de la institución en forma violenta. La libertad de discusión y de agresión, en las logias, está limitada por la liga fuerte de la fraternidad. Y la fraternidad no debe dejar paso ni a la venganza ni a atropellos. La masonería trabaja en planos de serenidad. En sus discusiones existe libertad de criterio; y puede existir, porque cada masón debe ser entidad política capaz de comprender hasta dónde llegan sus derechos y cuáles son sus deberes. Campo de lucha intelectual, en las logias no deben moverse intereses personales, sino generales; trabajar para el momento y para el porvenir con absoluto despego de los egoísmos palpitantes. La libertad de criterio, bajo estas severas reglas, no puede llegar a la violencia. Porque la masonería discute. No dogmatiza.
Debe ser cuerpo director, esencialmente director. Se mueve dentro de la fuerza de la razón. Y, en todas sus manifestaciones, no deja paso a la razón de la fuerza; de allí su gran poder espiritual. Dirige, sin atacar el interés actual de sus miembros, sin chocar violentamente con los intereses actuantes. Trabaja hacia el porvenir y lleva su fuerza y las actividades profanas con el fin de buscar, siempre, el progreso de las multitudes, la fraternidad universal. Muchos masones son socialistas, sin saberlo. Y hasta lo niegan.
La masonería no es religión; más aún: debe entenderse que los masones no tienen unificada creencia religiosa ni generalizado un criterio social. El masón, en sí mismo, es estudiante: hombre que trata de ilustrar su opinión con la opinión ajena. Es obrero del saber y ese es, precisamente, su más fuerte símbolo. Sabe -o debe saber- que la ciencia y la filosofía son las bases inconmovibles de la Fraternidad. Y sabe o debe saber, desde que se inicia, que sin el choque constante de las ideas, la vida de la institución se vería comprometida y, tal vez, definitivamente fracasada. Su objeto es buscar la verdad dentro de todas las actividades humanas.
Aunque viejas legislaciones de la Orden, como los landmarks, prohíban discusiones políticas y religiosas, todos sabemos que la polémica masónica busca esos temas y que dentro de ellos tratará de conquistar la verdadera libertad humana, porque no ignora que la destrucción de absolutismos y fanatismos es necesaria para abrir ancho cauce a los vitales problemas que agitan a los hombres.
Las logias son laboratorios. No son gobiernos. No son iglesias. No disponen de coacción política. Ni de la coacción religiosa. Buscan orientaciones para la humanidad y acaso su deber más alto sea propagarlas, valiéndose de actividades externas. Mucho se ha logrado en este sentido: los grandes movimientos libertarios de la humanidad siempre han tenido el fuerte aliento de la masonería.
Y la base más fuerte de sus estudios y de sus luchas ha sido la fraternidad. Con esta fuerza ha logrado interpretar diversos momentos históricos y oponer la fuerza de la razón, límite fecundo de sus aspiraciones, a la razón de la fuerza. Ha sabido derribar grandes tiranías políticas y batir, con fuerza de convicción, los dogmas de las religiones arcaicas.
Es muy vasta la complicación de intereses humanos representados por la masonería universal fundada esencialmente en el espíritu de concordia: tiene que luchar duramente para imponerlo en las demás actividades sociales. Hay que repetirlo: el papel del masón, en toda su amplitud, es de dirección intelectual. Y forzosamente se debe deducir que esta dirección entronca, en todos los momentos históricos, con las teorías sociales más avanzadas y, sobre todo, con las más generosas, con las que irradian su fuerza hacia las masas. Aunque la masonería sea una selección de elementos humanos, en lo interno, su más viva fuerza, en lo externo debe dirigirse hacia todos los hombres, porque a todos los hombres los considera humanos.
La masonería en México adolece de defectos en su organización. En casos excepcionales -recordemos la Independencia y la Reforma- ha podido ser directora eficaz. Pero, en lo general, no ha podido entender este papel suyo ni ha realizado su acción de acuerdo con las enseñanzas de la Orden. Casi siempre ha sido débil. Muchas veces ha sido indecisa. Y se ha dividido en revolucionaria y en conservadora y ha reflejado apasionadamente las irreconciliables pugnas nacionales. Por lo demás, puede asegurarse que estas deficiencias culpa fueron del tiempo; no hubo verdadera selección de masones y sí, en cambio, intromisiones de elementos cuya mentalidad fanática desvirtuó los esenciales objetos de la masonería, hasta lograr hacer de ella una agrupación ridícula que se dedicó casi exclusivamente a la práctica de los ritos simbólicos.
La lucha social de estos días, en cambio, es propicia a una unión estrecha entre los masones que trabajan en los orientes mexicanos. La hora asimismo es propicia, porque la renovación masónica se está llevando a cabo con claridad de criterio en todas las Grandes Logias.
Y es muy posible que los directores de hoy sean lo suficientemente fuertes para acabar con desuniones estériles y para unir a los hombres que, en comunión de ideas sociales, puedan lograr, en fuerza de trabajo sincero, la colaboración más fecunda en la consecución de las altas idealidades que el gobierno de la República persigue.
Diario del Sureste. Mérida, 18 de marzo de 1935, p. 3.