Perspectiva
Renovación de Licencias en el 2016
Alrededor de las 10:30 de la mañana de este pasado sábado 10 de diciembre me apersoné, por primera ocasión, en el nuevo módulo de trámite de placas y licencias, a espaldas del Siglo XXI, frente a la Plaza Galerías. Fue necesario que tramitara el reemplazo de mi licencia de conducir pues unos días antes, por curiosidad al ser un documento que prácticamente no utilizo pero que siempre cargo, la saqué de mi cartera y me di cuenta de que hacía un par de meses había expirado su vigencia.
En estos días en que la información se encuentra disponible en internet al alcance del plan de datos que tengamos, y del teléfono celular que usemos, rápidamente encontré los requisitos que se requieren para el trámite, y el costo de la renovación; toda la información se encuentra en el siguiente enlace, por si la necesitaran: http://www.yucatan.gob.mx/servicios/ver_tramite.php?id=138. No muy claramente, pero ahí se indica que todos los documentos deben entregarse en original y copia. Por lo de las copias ni siquiera me preocupé, porque en todos los módulos anteriores siempre había un emprendedor con una fotocopiadora que alegremente se hacía de dinero con las solicitudes de todos aquellos que necesitábamos de sus servicios de fotocopiado; esta no sería una excepción, pensaba. Me equivoqué.
Después del diluvio de la noche anterior, esa mañana aún presagiaba lluvia, por lo que decidí llevar el paraguas, sabia decisión, pues al llegar se soltó una pertinaz llovizna que mojaba.
Para aquellos que aún no conozcan el edificio, es muy moderno en su apariencia exterior, con bancas para espera en lo que viene a ser el “solario”, y un par de módulos que forman una “L”: uno, el de la izquierda, para las licencias y el otro para las placas. Al frente, el estacionamiento resulta insuficiente dada la afluencia de solicitantes, y tampoco se permite estacionarse sobre la nueva avenida que conecta la Plaza Galerías con la avenida Xcumpich. Así que, en caso de no encontrar cajón de estacionamiento, la única opción es estacionarse en el Siglo XXI (a unos 200 metros) y caminar al módulo.
Durante la vuelta de “reconocimiento” en el interior del estacionamiento, no localicé una copiadora en el exterior, y en las puertas de cristal de los módulos claramente se indica que únicamente deben pasar los que vayan a hacer los trámites (me imagino que para los acompañantes son las bancas en el exterior entonces). Maldición. Ah, pero les digo que nunca falta un emprendedor: resultó que, justo al salir del estacionamiento, para dirigirme al del Siglo XXI, sobre la malla ciclónica que delimita el terreno de enfrente, mis ojos se posaron en un letrero que decía “Copias ->”.
Después de estacionarme, armado con mi paraguas pues iniciaba un “chipi-chipi”, me dirigí a este “establecimiento”: un remolque – tipo food truck – habilitado como comedero, tramitador de seguros de diferentes tipos (pos sí) y fotocopiadora, donde sacaron las copias que me solicitaban a las que, al inquirirme sobre el trámite que iba a hacer, se agregó una copia de mi licencia vencida. La experiencia de los años, dirían algunos. Aliviado de 5 pesitos (ah, cada copia cuesta $1, así que lleven morralla), encaminé mis pasos hacia el módulo, mientras la llovizna se convertía en matinal chubasco.
No falla: al caminar por el estacionamiento, localicé con la vista al menos tres cajones de estacionamiento disponibles, liberados en el tiempo que me tardé en estacionar y sacar las copias. La ley de Murphy, y los múltiples corolarios que la acompañan, nunca ha sido apreciada en su magnitud.
Un amable oficial me indicó que me dirigiera al módulo de la izquierda, en cuya perta de acceso se leía que únicamente las personas que fueran a hacer los trámites debían pasar. A la entrada, en dos mesas adyacentes, dos personas revisaban de manera preliminar la documentación que llevábamos, para asegurarse de que no nos faltara nada. Mientras esperaba su visto bueno, paseé la mirada por el interior y me sorprendí: en una distribución en forma de “U”, como se ve en los libros de texto de Operaciones, comenzando por la izquierda se veían al menos doce mostradores de revisión y captura de documentos, frente a ellos al menos tres filas de sillas que ocupaban la longitud de los mostradores por lo que calculo su número en al menos 45, al fondo dos personajes con bata (el optometrista y el químico), a la derecha de los de bata las cajas, junto a ellas las estaciones de captura de fotos y de datos biométricos, para finalizar el arreglo en forma de “U” con el cubículo de entrega de las licencias.
La agente que revisó mis documentos me indicó que pasara al primer módulo de captura donde verificaron los que existían en su base de datos y agregaron algo para lo cual no me había preparado. “¿Desea usted ser donador de órganos en caso de fallecimiento?” me preguntó amablemente la persona que me atendió (Martha). En su momento, no recuerdo hace cuánto, me hice la misma pregunta y no había llegado a una conclusión; creo que por eso el más sorprendido con la rapidez de mi respuesta fui yo: “Claro que sí.”
“Pase usted al examen de la vista,” me indicó Martha, “al final, con el primero de los que tienen batas.” Dos años antes, pasé la vergüenza de que la dama, de muy mal talante, que me hizo este examen me dijera que estaba prácticamente ciego. Uso lentes para manejar de noche, eso es cierto, pero de ahí al diagnóstico que me hizo hay mucha diferencia. Se entiende entonces mi reserva al presentarme al médico. De todas maneras, bajé mis lentes en caso de que fuera necesario.
“¿Usa usted lentes para manejar?” me preguntó.
“Solo si es de noche,” respondí.
“Por favor, sin usar sus lentes, asómese al visor y lea la fila 5.”
Sin mayores problemas cumplí con la prueba, siendo su veredicto: “No necesita usar los lentes para manejar. Entinte su pulgar derecho y estámpelo en el recuadro que le indico. Pase ahora con el químico.”
Agradecido, y justamente reivindicado, ahora me apersoné con su vecino de bata quien me preguntó mi tipo de sangre, y mis alergias conocidas, para entonces indicarme que pasara a las cajas a pagar por la renovación, cosa que hice, iniciando entonces el recorrido del último brazo de la “U”.
La cajera me dijo entonces que me dirigiera al primer cubículo de biometría que estuviera disponible, donde me indicaron primero que me asomara a un visor, para capturar la biometría de mis pupilas; luego capturaron las huellas digitales de mis cuatro dedos de la mano izquierda – sin el pulgar -, luego mis dos pulgares, y finalmente los otros cuatro dedos de mi mano derecha. Como último paso, me tomaron la foto, y me pidieron que firmara en su pantallita, para transferir esa información a mi licencia.
“Pase al último cubículo y espere a que lo llamen por su nombre. Ahí le entregarán su nueva licencia.” Dicho y hecho, salí del módulo con mi renovada licencia.
El episodio entero tomó – llevé el registro – tan solo 9 minutos, mucho menos que el tiempo que me tomó sacar las copias y caminar del Siglo XXI al módulo. Claro, esto sucedió en un día en el que posiblemente la afluencia era menor de la normal, pero eso no desmerita en modo alguno la calidez de la atención, ni tampoco lo fluido del proceso. Eso sí: les haría bien ampliar un poco más el espacio entre las sillas de espera y el último tramo de la “U”.
Después de apreciar todo el servicio, vaya desde esta perspectiva una felicitación a las autoridades que se encargaron de idear un método mucho más eficiente de atención a los ciudadanos que renuevan o tramitan sus licencias de conducir. Me sentí atendido con esmero, como hace muchos años no lo sentía, y eso es justo reconocérselo. Enhorabuena.
Ya luego les platicaré cómo me fue con el trámite de renovación de las placas.
Gerardo Saviola