ALFONSO HIRAM GARCÍA ACOSTA
Nuevamente mis recuerdos deportivos vienen a mi mente. Escribí sobre “Los inicios de la Lucha Libre en Yucatán” hace unos años en el Diario del Sureste. Hoy sostuve una llamada telefónica con mi nieta. Me comunicó que el martes 24 de junio habrá una reunión de luchadores y me preguntó si podría participar en un homenaje –no me dijo de qué–, que si tenía algún trofeo o cinturón de luchador, algunas fotos para ese evento que organiza un hermano de logia masónica, Mario Alberto Ríos Urcelay, y si podría escribir algo al respecto. Así pues, a la abogada Michelle y Freddy Ríos dedico estas líneas, agradeciendo tenerme en cuenta para sus actividades culturales, deportivas, sociales y masónicas, haciendo más benévolo este tiempo de no salir de casa mientras evoluciona la pandemia.
No se puede escribir sobre la Lucha Libre y el Box en Yucatán sin mencionar el sitio de privilegio que tenía la ciudad de Mérida con el “Circo Teatro Yucateco”, un local funcional y versátil con una estructura metálica, gradas en forma circular y escenario teatral. Estaba montado para recibir circos nacionales e internacionales –en él trabajó Don Ricardo Bell, “Cascabelito”, como payaso–; actuaron las mejores figuras del bel canto en zarzuela, ópera y opereta; se efectuaron en su escenario obras clásicas de teatro; también se usó para corridas de toros y, desde luego, para boxeo y lucha libre.
Ya estudiaba el bachillerato en Ciencias en la segunda mitad de los años cincuenta y asistía como espectador a algunas funciones. Hice trapecio con los hermanos Esqueda de México, los primeros que dieron un triple salto mortal; vi torear a los Chavales Miranda y poner banderillas a “Pinocho” –nunca supe su nombre– y en ocasiones, acompañado por mi padre, vimos funciones de box amateur y profesional. No sabía que mi debut como luchador profesional sería en el Circo Teatro Yucateco, local que nunca debió de haberse derruido, pues era un emblema de la ciudad y del estado.
Me solicitaron información sobre el inicio de la lucha libre en Yucatán. Siendo estudiante de la Universidad Nacional del Sureste, fungí como entrenador de halterofilia y gimnasia y, como teníamos un cuadrilátero, ahí iniciamos nuestra carrera, que posteriormente fue profesional, bajo la dirección de Eduardo Pinkus Leal, quien luchara profesionalmente como “El Duende” y posteriormente como “Pinkuski, el Príncipe Millonario” en Yucatán, Ciudad de México y en Los Ángeles, California, USA; él fue la semilla que hizo germinar la lucha local.
Mis compañeros fueron Moisés Carrillo “El Dandy”, Jorge “El Bech” García, como el “Águila Blanca”, Manuel Bravo –magnífico futbolista– que luchó como “Manolo Mérida” y el que escribe. Mi nombre de luchador me lo puso Pinkus, pues mi debut fue informal: llegué al Chico Teatro con mi Judogui en la espalda, pues había salido del primer Dojo de Judo para asistir a la lucha; cuando Pinkus me vio entrar me dijo ‘Enhorabuena, nos has salvado, pues nos falta un luchador,’ el “Cadáver” que venía de Villahermosa, su camión no pudo pasar por el mal tiempo y las pangas suspendieron el servicio. Le comenté que no llevaba mi equipo ni zapatillas y él me dijo ‘Luchas sin zapatos y te pones tu Judogui, eres japonés.’ Ya sobre el ring, anunciaron al “Duende” y “Manolo Mérida” en lucha de parejas contra “El estilista de la lucha El Dandy” y el debut del destacado y fino oriental artemarcialista “Lugui Shima”; ese sobre nombre se me quedó hasta la fecha. Ese fue mi debut profesional como luchador, cobrando por hacer deporte.
Mi primer campeonato de lucha lo gané en la cancha deportiva del Edificio Central de la Universidad Nacional del Sureste -ahora UADY– el viernes 22 de octubre de 1954, en una lucha a tres caídas sin límite de tiempo contra el campeón de un torneo relámpago y representante de la Unión de Camioneros de Yucatán. Representé al gremio estudiantil universitario, como lo prueba la cartelera de la época; los precios eran 20 centavos las damas y estudiantes, y caballeros un peso. Lo recaudado sirvió para comprar juguetes a los niños de colonias pobres, para ofrecerles juguetes para la navidad; en el resto del programa en esa función de campeonato estatal, varios de nuestros condiscípulos dieron exhibiciones de boxeo.
Me antecedió otra lucha entre el “Buitre” –Miguel García, compañero baratillero– y el “Príncipe Adlay”, que trabajaba como Ángel Verde en las carreteras del estado.
El Campeonato del Sureste lo gané en la ciudad de Villahermosa, en Tabasco, contra “El Cadáver I”. Su hijo y nieto siguieron luchando; yo vencí al abuelo, el “Cadáver I”, un genial familia de pancracistas tabasqueños.
Los cinco que nos iniciamos en la Lucha Libre de Yucatán acompañamos en el cuadrilátero a luchadores míticos de esa época, ídolos de las arenas México y Coliseo: “El Santo”, “Blue Demon”, “Tonina Jackson”, “Huracán Ramírez”, “Cavernario Galindo”, “Cavernario Rangel”, “Chef Red Eagle”, “Sheik Maralá” –con quien hice pareja dos años–, y tantos otros que vinieron a Yucatán, en programas de batallas campales en los que nos permitieron estar a tú por tú con ellos.
En mis recuerdos, en una ocasión luchamos sábado en Mérida y domingo en Tizimín; como luchador limpio, viajé con el maestro Adolfo Guzmán “El Santo”, un hombre cordial, mesurado y con profundidad de conocimientos; con ellos nuestro promotor Gonzalo “Fayo” Solís, y “Manolo Mérida”, que fungiría como réferi, un viaje inolvidable por la amistad que reinaba fuera del ring.
Cuando trabajé y visité la Ciudad de México, me di tiempo para asistir a algunas actuaciones en las arenas Coliseo, 18 de marzo, Tacubaya, Revolución y Escandón en la Ciudad de México. Encontré nuevamente al Sheik Maralá, ahora como réferi en la Coliseo. Recordamos nuestras noches en el Circo Teatro Yucateco y los tres encuentros donde actuamos como pareja en arenas menores del entonces Distrito Federal. Gratos recuerdos y mejores amistades de mis compañeros del cuadrilátero.