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Religiosidad en Tekantó

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El Cristo de la Exaltación del vecino poblado de Citilcum, que a mediados de noviembre visita la iglesia de San Agustín.
El Cristo de la Exaltación del vecino poblado de Citilcum, que a mediados de noviembre visita la iglesia de San Agustín.

Año con año, en una tradición religiosa mantenida a través de muchas generaciones que han poblado Tekantó, los lugareños acuden a su cita con el Cristo de la Exaltación del vecino poblado Citilcum, que a mediados de noviembre les es cedido para visitar la iglesia de San Agustín

Hay un previo recorrido a pie desde su sitio de origen habitual hasta la entrada de la cercana población, donde el Cristo descansa del viaje de varios kilómetros en el cabo del pueblo y recibe los primeros saludos de los tekanteños. Flores, veladoras, rezos, aroma a incienso, hacen un marco místico al Cristo viajero.

Por la tarde la población, enriquecida con miles de habitantes, familias enteras de creyentes y visitantes anuales, da inicio entre rezos, el Cristo en andas y miles de velas en manos de una multitud que le acompaña. Las albarradas de toda la ruta han sido blanqueadas y decoradas con palmas y flores. Pasacalles con tiras de papel de colores dan testimonio del festejo.

Respeto y unción son las características del recorrido. A las puertas de las casas las personas se santiguan y, casi en su totalidad, se suman a la procesión.

En los cielos, como saetas luminosas y sonoras, los voladores comienzan a avisar la cercanía hacia la plaza principal, del Cristo Negro venerado. Al entrar en ella, el saludo de la imagen al templo santo es el paso inicial de un recorrido en el que se corona dicha plaza ante miles de voladores y los juegos artificiales de los donadores que han recibido beneficios en el año anterior y cumplen su promesa. Son momentos impactantes. Los músicos preceden a la imagen, una banda de guerra marca el paso con sus tambores, en las cuatro calles de una plaza principal abarrotada de gente, juegos infantiles, puestos antojitos y dulces, productos varios.

De nuevo frente al templo, los afortunados cargadores del Cristo colocan la imagen frente a la multitud y es cuando estalla el júbilo. Los globos de papel de colores ascienden al cielo, arrecia el “bronceo” y truenan las “Hiladas”. El Cristo saluda a los feligreses para luego darles la espalda y ser llevado por sus portadores al templo, donde permanecerá varios días para fortalecer la fe y las creencias de nuestro pueblo en Tekantó.

 Luis Alvarado Alonzo

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