Relatos Mayas
IV
El gusano del venado
El día siguiente al anochecer, el buhito se encontraba jugando pescapesca con sus vecinos; de pronto, sin siquiera dar aviso, lo vieron volar presuroso rumbo a su casa y no regresó por más que lo llamaron: había llegado la hora de la plática de su padre.
Una vez que ambos se acomodaron en sus respectivos kisiche’ob1 don Búho dió inicio a su plática con la siguiente explicación: “El gusano que un cazador encuentra en la nariz o en el esófago del venado, si lo guarda en un trozo de carrizo y lo alimenta los martes y viernes con nueve gotas de sangre de la punta del dedo meñique de su mano izquierda, sirve de poderoso talismán. Los resoplidos emitidos por el gusano: ‘pxíiw, pxíiw, pxíiw’, semejantes a los de un venado, atraen a la pieza, igual que lo hace la piedra que este animal tiene en el estómago.” Antes de que su hijo empezara a hacer preguntas, don Búho tosió dos veces, y comenzó su relato:
En el pueblo de Ma’axtunil2, se celebraban unos carnavales muy afamados en la región; todo el pueblo se volcaba a las calles a divertirse durante estas festividades en honor del rey Momo. Don Domingo participaba con entusiasmo como j–chik3, lazaba a los niños y les “curaba” el ombligo, como si fueran becerros. Además, costeaba los trajes de su comparsa, que siempre sobresalía de las demás.
Cuando faltaban pocas semanas para el mes de febrero, don Domingo se dedicaba con ahínco a cazar venados para comercializar la carne y de esa manera costear los gastos de lo que era su solaz y esparcimiento. Por su fama de excelente cazador, se le conocía como yuumil kéejo’ob –el dueño de los venados–. El señor era muy dado a vanagloriarse; en una ocasión, un joven admirador le pidió que lo enseñaran a cazar, y don Domingo le respondió: “chamaco, debes saber que la destreza en la cacería no se aprende, se nace con ella; yo soy cazador nato, por eso nadie me lleva ventaja”. Nunca reconocía que gracias a la posesión del talismán cazaba venados.
Por excederse en matar esos animales, cierto día lo correteó un enorme ciervo que parecía echar fuego por los ojos. Para salvar su vida, tuvo que caminar largas horas guardándose detrás de los árboles, hasta que extenuado por el esfuerzo cayó desmayado.
Don Emiliano, un viejito que regresaba de su trabajo cuando pardeaba la tarde, lo encontró tirado a poca distancia de la vereda por donde venía caminando. Temiendo algo grave, pensó que a don Domingo lo había mordido una víbora de cascabel. Revisó minuciosamente ambos tobillos y se percató de que ninguno tenía señal de los colmillos del reptil, pero por más que trató de despertarlo, llamándolo por su nombre en voz alta, don Domingo no reaccionó, parecía una persona aniquilada por abuso en el consumo de aguardiente.
–¡Despierta, Domingo! ¿No tienes temor a que penetre en tu oído un ciempiés al estar durmiendo bajo esta mata de kintinche’?
Al percibir don Emiliano que el hombre no olía a borracho, se afligió por no tener las fuerzas suficientes para llevarlo a su casa. Pero apoyándose en su bastón aligeró el paso cuanto pudo para llegar con prontitud al pueblo y dar aviso a los familiares de don Domingo.
Cuando Graciano llegó al lugar donde se encontraba su padre, al ver el estado de inconciencia en que se encontraba una terrible angustia oprimió su pecho.
–¿Qué te ocurrió, papá? –dijo desesperado–, dime, ¿qué te pasó? ¡Por favor!– insistió bañado en llanto, al no obtener respuesta alguna
Graciano y sus acompañantes construyeron una parihuela para transportar a don Domingo, cuyo cuerpo yacía flácido. Cuando el señor reaccionó, no lograba articular palabra alguna y solamente giraba el iris de sus agrandados ojos
–Compañero–dijo el j–meen–, con Yum K’áax no se juega; debes saber que lo sucedido es solamente una simple advertencia. Si no deseas sufrir consecuencias más graves, mejor devuelve el gusano del venado.
–¡Si usted lo conoce! ¿Por qué no me lo regala? Yo, nunca he oído hablar del gusano del venado –dijo con ironía don Domingo.
–Bien sabes que toda persona que se apropia de lo ajeno recibe su castigo; espero que recapacites a tiempo –contestó.
Luego que el j–meen lo santiguó, pudo caminar y recuperar el habla, pero le quedó un tic nervioso en los labios. Cuando llegaron a la casa, Graciano, deseoso de saber si de verdad su padre poseía algún talismán para cazar venados, preguntó:
–Papá, ¿cómo adivinó el j–meen que posees un sortilegio para cazar venados?
–¡Ese viejo es un embaucador, un mentiroso! Para j–meen, mi abuelo. ¡Lástima que ya murió! Si viviera, enseñaría a ese pobre charlatán, a ese cantor de primicias.
–¿Por qué el abuelo no te enseñó a ser j–meen, papá?
–No quiso que terminara de aprender –contestó–, solamente me enseñó algunos secretos. Decía que la persona que ejerce como j–meen debe tener vocación de servicio para ayudar a sus semejantes con el apoyo de los dioses de la naturaleza.
Don Domingo acudió varias veces para ser santiguado por el “aprendiz de j-meen”, como él lo nombraba, hasta que sanó del tic nervioso que tenía en los labios.
Su pasión por el carnaval no le impidió continuar con la cacería. Cierto día, vió a un yuuk con un panal de avispas entre su cornamenta; enseguida, mentalmente empezó a decirle: “con seguridad vienes por el gusano, pero tú no me lo vas a quitar porque yo traigo un cartucho recargado con nueve hojas de sipche’ con qué vencerte: de algo me sirve que el abuelo me haya. enseñado un poco de magia blanca”. Y aun sabiendo que iba a cometer un agravio, le disparó al yuuk.
Después que el venado cayó, el cazador tragó el gusano y dijo: “sólo el hombre sin cojones se acobarda y devuelve la virtud que le conceden; a mí no me amedrenta un diminuto venado”.
Había oscurecido cuando llegó a la casa de su hijo Graciano, donde le daban asistencia desde que su esposa había fallecido.
–Ven a cenar papá –le dijeron.
–Solamente vine a ver si están con bien, para ir a descansar. No tengo hambre, que les haga buen provecho, muchachos –contestó.
–Entonces lleva tu cena, puede que sientas hambre más tarde.
–No es necesario, al lugar donde voy no se requiere de comida.
–Eso quiere decir que alguien te invitó a cenar, ¿a dónde vas, papá? –preguntó, Graciano.
Voy a tierras lejanas, mi viaje será largo; le dirás a tu esposa que lave mi ropa –dijo antes de marcharse, con la mirada fija en el poniente.
Al notar que su padre divagaba, Graciano dijo preocupado a su esposa:
–X-Kutus, noté algo extraño en mi padre, él siempre ha sostenido que no es bueno dormir con el estómago vacío para evitar que nuestro espíritu ande mendigando comida, y hoy se negó a comer, además, decía incoherencias.
–¿Será porque hoy no cazó venado? Ni siquiera mencionó que fue de cacería, se le veía triste –dijo X–Kutus.
–Puede que tengas razón, aunque debe reconocer que no tiene la misma puntería de antes; que ya le pesan los años. Quizá por alardear ante medio mundo de ser el mejor cazador de venado teme que descubran que hoy en día se le escapa la presa dijo Graciano.
Al llegar a su casa, don Domingo se sintió con una ligera fiebre, pero en ningún momento pensó que era por haberle disparado al yuuk; se lo atribuyó a la llovizna que lo dejó empapado, y se tendió en la hamaca para dormir. De pronto, despertó fuertemente sacudido por un intenso frío, producto de una fiebre muy alta. Escuchó ruido de pasos alrededor de la casa, y haciendo un esfuerzo sobrehumano se levantó de la hamaca para atrancar las puertas.
A la mañana siguiente, cuando le llevaron el desayuno, lo encontraron sin vida en el traspatio de la casa, con la ropa hecha jirones, bañado en su vómito y los ojos a punto de salir de sus cuencas. Los gritos angustiosos de Graciano hicieron que el vecino acudiera de inmediato.
–¿Estás enfermo muchacho? ¿Qué te pasa? –Jíiim, mi pa… pá, jíiim, mi pa… pá! –dijo entre sollozos, señalando el lugar donde yacía muerto su padre.
–¡Dios mío!, ¿quién fue capaz de cometer semejante atrocidad? No logro entender por qué asesinaron a tu padre con tanta saña –dijo don Carlos, al persignarse.
Cuando logró recuperarse un poco del fuerte impacto que le causó encontrar a su padre muerto, Graciano pudo preguntar al vecino:
–¿Escuchó los gritos de mi papá cuando lo atacaron, don Carlos?
–No escuché ningún grito humano, muchacho. Como a la media noche, cuando me levanté a orinar, escuché unos sonidos semejantes a los resoplidos emitidos por el venado: ‘pxíiw, pxíiw, pxíiw’. Provenían de la casa de tu padre, y pensé: “¡Maare!, don Domingo está practicando cómo atraer al venado”.
Nadie encontró explicación alguna sobre el misterioso deceso de don Domingo, mucho menos el por qué dentro de su casa y en el lugar donde lo encontraron muerto se observaban pisadas de venados.
Esa noche, al terminar el relato, don Búho no añadió ningún comentario y el buhito se fue a la hamaca cavilando sobre la extraña historia que su padre había contado.
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1 Kisiche’ (Banquillo).
2 Ma’axtunil (Piedra del mono).
3 J–Chiik (Bufón).
Santiago Domínguez Aké
Continuará la próxima semana…