Editorial
Una vez calmadas las tormentosas aguas del reciente proceso electoral –que aún se agitan en algunos sectores políticos y sociales–, se impone a los analistas de todos los niveles el examen detallado que permita a unos enmendar errores, a otros variar estrategias, a los más mantener su vigilancia individual sobre el uso o abuso de la confianza que como ciudadanos votantes depositaron en sus candidatos votados y los partidos proponentes. Esa reflexión acumulará madurez ciudadana, individual y colectiva para futuros eventos de ese o similar nivel.
Así es la democracia, que en su origen semántico conocemos como mando del pueblo sobre sus representantes.
Un primer signo analizable es el nivel de apatía ciudadana. La automarginación, que se asigna a motivos varios, excluye motivos válidos como la incapacidad física o la prohibición legal, en el caso de sanciones jurídicas.
Se considera que si el votante, teniendo las facilidades de todo tipo que se le conceden, prescinde de acudir a depositar su voto lo hace por carencia de interés.
Los analistas electorales estiman y valoran las bajas votaciones porque pueden estar referidas a una abulia ciudadana que no logran conmover los mítines, publicaciones, volantes, etc.; la corrección de esas fallas o errores puede afectar resultados de posibles futuras victorias.
La pobreza de la oferta en candidatos, el diseño de su campaña promocional, su apatía por multiplicar los proyectos y la pobreza de éstos son determinantes en cada episodio electoral.
Los analistas apelamos a la reflexión profunda, la observación, el análisis y la valoración de manera previa a la emisión de nuestras opiniones. Es una manera de ser honestos con los lectores, lo que consideramos compromiso prioritario como columnistas o escritores.
Cuando emitimos nuestra opinión periodística lo hacemos considerando el respeto a la manera de ser y actuar de los lectores.
Lejos de nosotros ser acomodaticios y aplaudir al vencedor, cualquiera que este haya sido.
Si surge de un proceso limpio, transparente, el reconocimiento se otorga con mayor razón, porque es un producto de la democracia.