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Reflexiones Carnavalescas

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Editorial

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Por estas fechas, los medios de comunicación traen a nuestra fatigada visión cotidiana de vivir y convivir las festividades de algunos carnavales, considerados en los círculos religiosos como las fiestas de la carne –carne vale– en las que los espíritus se unen a los cuerpos exhibidos a plenitud, o encubiertos con disfraces idealizados, para danzar, reír y disfrutar en largas columnas de participantes que expresan alegría, bailan y se contonean en explosiones rítmicas al sonido de los tambores y/o la música especialmente seleccionada para cada grupo.

Es un fenómeno social vigente en Europa, pero trascendente en América, donde los espíritus de las razas autóctonas, vencidas por los nuevos amos y la explotación, salen a las calles para convivir un poco, un reducido tiempo de libertad espiritual y física, extrema en algunos casos por el abuso en el consumo de bebidas alcohólicas o estimulantes, cada vez más tolerados por las autoridades, o bien obtenidos por medios desde luego no autorizados.

Pero los disfraces carnavalescos no son temporales. En veces los observamos día con día durante todo el año; los demonios de la carne, los intereses creados, las actitudes y los intereses, por lo común, se encubren o enmascaran.

Por ejemplo, tenemos un presidente Trump que usa su máscara de generosidad para enviar, según él, ayuda “humanitaria” a Venezuela en tanto le brillan los ojos y se le hace agua la boca por su apetito al petróleo y riquezas venezolanas. Su carro alegórico sería sencillo: altos muros por los cuatro costados.

En México, el carro principal, alegóricamente, sería la imagen de un ganso que avanza lento, en tanto entrega en los paseos, cotidianamente y a través de sus seguidores en un recorrido sexenal, apoyo a los adultos mayores, mejores servicios públicos y puñados de justicia social largamente esperados por campesinos maltratados, jóvenes con porvenir frustrado y mujeres marginadas. Su carro llevará al frente una señal de tránsito “ALTO” y el texto “A LA CORRUPCIÓN”.

Los medios de comunicación y sus operadores financieros extranjeros o en el país tendrán así mismo su propio vehículo, variopinto desde luego, porque estaría atiborrado de empresarios de diversos colores políticos, azules, tricolores, color oro, verde, y hasta de uniformes negro y blanco a rayas.

Los empresarios acaudalados contarán con uno o dos hermosos carros alegóricos con alegorías de Creso, o el Tío Rico McPato de Donald (no Trump), o quizá de algún exgobernante priista-panista socio, asociado, o en sociedad.

De Venezuela, Rusia y Yucatán habría representaciones.

Una figura militar de gran tamaño y un chico malcriado serían los emblemas del carro alegórico venezolano y, a su alrededor, acompañándolo, invitados gratos e ingratos del continente con sendos abanicos para insuflar aire de conflictos adicionales a cuanto problema adolece este país.

Rusia, sin medir gastos, entraría a la diversión con sus recientes novedades tecnológicas: las estelas de fuego a manera de gran artificio de sus cohetes transcontinentales surcarían el espacio a velocidad inaudita y en tanto, surcando las ondas marinas en la base del carro alegórico, luciría el color acerado de un submarino de tecnología avanzada, indetectable.

Yucatán, como estado pobre y por sus limitaciones, no podría participar con tanta largueza. Si acaso enviaría a su gobernante viajero, personalizado como Marco Polo, por el gran valor de sus periplos internacionales, abriendo nuevas rutas al comercio, of course.

Al pueblo yucateco, como en años anteriores, se le canalizará al que el mismo ha clasificado como el “Carnaval del Monte”, a donde se le manda como espectador pobre de “su” fiesta en honor a Momo. Libre de su presencia física, la orgullosa ciudad de Mérida se convertirá en ciudad abierta al disfrute visual de los miles de turistas y a la consideración de los grandes espectáculos que la neocasta divina llevará a cabo, como siempre, en sus espacios privilegiados.

Esta es una visión ciudadana sobre estas fiestas tradicionales que en nuestro medio han venido a menos, perdiéndose con el transcurso del tiempo los antiguos espacios de convivencia durante algunos días en los que ahora, muy pocos, pueden disfrutar de un alegre y tranquilo devenir carnavalesco.

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