Editorial
Reflexionemos Sobre Nuestros Gastos
No hay duda: vivimos tiempos distintos a los que formaron a generaciones humanas precedentes. Han quedado muy atrás los nuevos descubrimientos protagonizados por marinos arriesgados que atravesaron los mares hasta llegar a nuevos continentes, no para enaltecerlos, establecerse y vivir en sana paz con los habitantes encontrados, sino para explotarlos, despojarlos, discriminarlos, trasmitirles enfermedades y vivir a expensas del trabajo ajeno, pugnando por destruir las raíces de dichas culturas originales.
La cruz de una nueva religión vino unida a la cruz metálica de las espadas que traían consigo una nueva fe, el cristianismo.
Esta doctrina, llevada a excesos papales por muchos siglos, ya desde entonces comercializaba y dictaba condiciones. Ejemplo, la bula papal que asignó las zonas geográficas a países, o bien vendía indulgencias plenarias a los potentados. Un nuevo dios adicional se sumó a la iglesia romana: el dios del dinero y los metales preciosos, que creó nuevos grandes capitales que fueron determinantes en guerras costeadas con los recursos traídos de ultramar.
Las grandes guerras siempre han consumido recursos económicos considerables, abriendo sitio a grandes capitales sostenedores, influyentes y variados, de los movimientos armados e impulsores de emporios empresariales, especialmente de fabricantes de armas que son grupos que acumulan tantos éxitos como billetes, porque vender por igual armas ofensivas como defensivas, o sea, alimentar a los dos bandos en conflicto, es hacer negocio y billetes como una excelente inversión.
Mas no todo es como un mercado abierto y exclusivo. Lo que es firme y cotidiano para el mundo es la violencia como instrumento para engrosar fortunas.
Hace algunos años, el banco que manejaba los recursos del emporio financiero de la Iglesia católica, apostólica y romana, fue investigado por actos delincuenciales que obligaron a la toma de decisiones firmes por parte del Papa. Separaciones de dirigentes de las cúpulas financieras, denuncia de los manejos impropios, e incluso un suicidio, fueron parte del ajuste hecho hacia adentro del corazón financiero de esta religión.
Actualmente ese movimiento económico, esas finanzas, no son nada comparadas con los recursos actuales de los países predominantes. Es en ellos donde todo se comercializa: creencias, costumbres, tradiciones y, consecuentemente, los credos religiosos, incluyendo a los fundamentalistas.
La Navidad y el Año Nuevo son tiempos de grandes movimientos comerciales, industriales y financieros. Reina la publicidad masiva en todos los medios de comunicación, haciendo que lo religioso pase a segundo término. Imágenes, juguetes, figuras de culto y personajes son convertidos en objetos de comercio mediante grandes campañas de promoción comercial que explotan la Navidad, la Nochebuena, la despedida del año que fenece, y el saludo para el que comienza a ser referencia obligada de los siguientes 365 días.
El ser humano de todas las edades es consumidor potencial de cualquier cantidad y variedad de productos, ya sean objetos de culto, libros, imágenes tradicionales, juguetería variada, alimentos especiales de la época, licores, vestuarios, paseos, etc. El dinero circula a raudales y, cuando no lo hay, aparecen el crédito, el fiado, el pago por mensualidades en tiendas y supermercados, donde las ofertas atraen el interés de los compradores potenciales. Gastar, comprar, al contado o de fiado; consumir es la consigna.
La fe, las creencias, las costumbres pasan a segundo término como renglones de actividad genérica que nuestros conciudadanos han permutado para convertirlas en espacios de gasto preferente en estos días. Luego se presentarán las exigencias de bienes de uso común en las familias y domicilios para la adquisición de insumos que se habrá de adquirir para seguir enriqueciendo a los proveedores.
El ciclo de la vida es continuo, y el del gasto también.
Las manos ambiciosas de los potentados, industriales y especuladores están abiertas y listas para recoger nuestros ingresos, o lo que pueda quedar de ellos.