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Reencuentro

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REENCUENTRO-CON_MI_AMOR

Nadia fue mi amante por casi tres años, una relación muy intensa que casi termina con mi matrimonio. Habían pasado 20 años desde la última vez que la vi, que intercambié algún tipo de palabra con ella.

Debo reconocer que, en comparación con ella, yo me veía mucho mejor conservado. La verdad es que ella estaba realmente demacrada, había bajado dramáticamente de peso, su cabello estaba en su mayoría canoso y en sus párpados se dibujaban unas inmensas ojeras.

Verla así me hizo recordar en una ráfaga de imágenes hasta dónde habíamos caído ambos, víctimas de una pasión desbordada que confundimos con amor.

Trabajaba para la más importante televisora estatal. Era reportero, el segundo del director general de noticias, a cargo del ‘Departamento de Investigaciones Especiales’. Estaba recién casado, con dos hijos, una preciosa y sexy esposa, ganaba bien y comencé a recibir ofertas de otros medios de comunicación.

Precisamente en una negociación con una cadena nacional conocí a Nadia, ya que era la encargada de pagarme cada quincena. Nos flechamos de inmediato, pero por varios meses ella se resistió a mis galanteos, esgrimiendo un argumento de peso: era casado y con dos hijos.

En una reunión con amigos comunes de la televisora realizada en la playa pude besarla por primera vez. Ella me reconoció que nunca imaginó que alguien como yo fuera capaz de despertar en ella aquellas ansiedades.

Fue un tobogán de placer. Nos amábamos como desesperados, alcanzando nuevas formas de gozo. Nos consumíamos cada vez que era prudente. Nuestra propia ansiedad nos separó: ella exigió ser la única y eso era algo a lo que no estaba dispuesto. Yo amaba a mi esposa, a mis hijos; ella era mi amada amante, la necesitaba, pero no dejaría a los míos. Terminamos varias veces y nuestros reencuentros era cada vez más incandescentes.

Todo acabó cuando se presentó en mi casa para contarle todo a Leonor, mi amada esposa, quien quedó con el corazón roto, transformándose en una persona que no estaba destinada a ser. Mis hijos eran pequeños y prácticamente no se percataron de lo que pasaba.

Una noche, Nadia me citó a su casa. Quería terminar lo nuestro cara a cara, como amigos, como lo que pensábamos que éramos al conocernos, la misma categoría desde la que nos permitimos ascender a otra. Acepté y ambos esgrimimos nuestros argumentos. El punto era que nunca dejaría a mi familia y ella no aceptaría ser mi amante nunca más. Le dije que no estaba de acuerdo, que lo mejor era alejarnos por un largo tiempo, dejando que el tiempo curara nuestras respectivas heridas.

Consideré que 20 años habían sido suficientes.

Por eso hoy salí temprano de la casa tras desayunar con los míos.

En mi Tsuru, recorrí los 10 kilómetros que me separaban de una propiedad ubicada en la periferia de mi ciudad. Aquel antiguo edificio perteneció a mi abuelo y me lo heredó al fallecer. Solo yo la visitaba eventualmente, dependiendo del tipo de encuentro. Había construido en el interior 20 pequeños cuartos de 4 x 4 metros.

Abrí la puerta del número 12 para mi reencuentro con Nadia.

Encadenada, muy demacrada, allá la había dejado tras secuestrarla aquella noche en su casa.

Aun así, estoy dispuesto a escucharla…

RICARDO PAT

riczeppelin@gmail.com

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