Recuerdos de Mi Infancia: 1935 – 1938
Hopelchén y Dzibalchén, Campeche
Mérida, Yucatán, México
CAPÍTULO 21
LA ESCUELITA DE HOPELCHEN Y LA NUEVA CASA-ESCUELA
En la casa de los tíos José del Carmen Barrera Lara y María Concepción Baqueiro Lara se me consentía y se me mimaba como si fuese un hijo verdadero; pero también, como un hijo verdadero, se me cuidaba y se me vigilaba en mis estudios. Llegué a Dzibalchén, en mi última estancia allí antes de partir a vivir a Mérida, cuando ya en mi pueblito natal andaba en el segundo año de la primaria elemental.
Desde la edad de los 5 años se me convirtió en flamante colegial. Ingresé a la pequeña escuelita de Hopelchén y en ella llené mis primeros cuadernos con los clásicos “palitos y bastoncitos”, inicio de la vida estudiantil. Inicié en el curso de “parvulitos”, que quedó convertido en el kínder de nuestros días actuales.
La escuela de Hopelchén era en realidad bastante pequeña. En aquellos tiempos en que aún no se construía la que más adelante sería conocida como la “Casa-escuela”, solamente contaba con dos piezas: una de mampostería, no muy amplia que se diga, que nos daba albergue a los cuatro grados elementales que eran los que entonces, al menos en los pueblos, se consideraban obligatorios, y la otra, de paja, un poco más amplia, que hacía las veces de talleres y en la cual a los niños se les impartían los trabajos manuales, también obligatorios en los planes de estudio.
Pero si la escuela era bastante pequeña y reducida en lo que eran las aulas para la enseñanza, a cambio de eso se contaba con un patio inmenso, lleno en su mitad de yerbajos y de abrojos, pero más que suficiente la otra mitad para todas las carreras y juegos de la chiquillería completa. Se levantaba también allí, en el inmenso patio, al aire libre, un escenario de cal y canto, que ya el tiempo y el desuso se habían encargado de deteriorar hasta hacerlo completamente inservible para los usos a que en anteriores tiempos se había destinado y para lo cual se construyera. Ya entonces las fiestas escolares se celebraban algunas veces en la “calle ciega” que desembocaba frente a la misma escuela y, otras veces, en el salón-teatro, el mismo donde se verificaban las funciones de cine.
Poco tiempo después de haber ingresado a la escuela, ésta fue trasladada a su nuevo local construido todo de mampostería, suficiente y amplio no solo para los cuatro grados elementales que antes se impartían, sino también para poder aumentar los dos restantes de que se componía el estudio total de la escuela primaria. Esa era la “Casa-escuela”, como el pueblo la bautizara y como la llamaron también las nuevas generaciones.
Eran dos amplios corredores en forma de escuadra, mirando el uno hacia el atrio de la iglesia y el otro hacia la segunda plaza, mejor conocida como el “campo de béisbol”. En esos corredores quedaron instalados los distintos grados elementales. Es cierto que no existían divisiones en aquellos corredores, como para que cada grado tuviese su propio salón, pero eran bien amplios, lo suficientemente amplios como para que los distintos grados quedasen completamente separados uno del otro, sin que sucediese lo que pasaba en la escuela antigua, donde la clase que se estaba impartiendo a un grupo era escuchada por todos los demás grupos, haciéndose más difícil lograr la completa atención de los niños hacia la clase que les correspondiese. En nuestra “Casa-escuela”, ya cada grupo podía escuchar solamente a su maestro y eso ya resultaba mucho más cómodo y más beneficioso para el estudiantado.
En otra nave trasera, siempre en forma de escuadra, ya que su construcción se ajustaba exactamente a la primera parte, pero ya dividida en cuartos separados, se encontraban instaladas las oficinas, la incipiente biblioteca, los baños, que para entonces aún no se techaban, y las ocupaciones que usaba el profesorado destinado a nuestro pueblo. Precisamente por eso se había puesto el nombre de “Casa-escuela”. Fue allí donde cursé hasta el segundo grado de enseñanza elemental, donde hice mis primeros estudios.
Así como contaba con un lugar más amplio para la instalación de los salones para las clases, en cambio no contaba ni con un ápice de patio para los juegos de la chiquillada durante el tiempo de los recreos. Y como en alguna forma teníamos que jugar durante aquellos intervalos de descanso, nos veíamos obligados a bajar a la extensa plazuela que estaba al frente o, en algunas ocasiones y siempre con la desaprobación del profesorado, nuestros juegos nos llevaban a internarnos a una gran cueva que existía a espaldas de la propia escuela que se había abierto precisamente para la extracción de material empleado en su construcción.
[Continuará la próxima semana…]
Raúl Emiliano Lara Baqueiro