Recuerdos de Mi Infancia: 1935 – 1938
Hopelchén y Dzibalchén, Campeche
Mérida, Yucatán, México
CAPÍTULO 20
EL TEATRO DE TÍTERES Y LOS CONCIERTOS DE ERMILO BARRERA BAQUEIRO
Tampoco todo era bailes y boxeo en nuestras veladas en Dzibalchén. Las teníamos de otra clase, sobre todo en aquellas noches en que, por haber llovido mucho y quedar la plaza imposibilitada para juegos, teníamos que encontrar la forma de divertirnos dentro de la casa. No precisamente en las casas, pero al menos bajo techo y sobre suelo seco.
Por fortuna para nosotros, el tío José del Carmen poseía, además de la tienda, una hermosa casa-quinta apenas a tres cuadras del centro, en contra esquina del otro corral al que llamábamos “el corral grande” por ser más amplio que el que tenía anexo a la tienda. Era en aquella casa-quinta donde el primo Ermilo había instalado un pequeño teatro de títeres de madera, que él mismo construyó y que servía en forma magnífica para hacer la delicia de los chiquillos que allí se reunían, gozando de las funciones que se daban.
El propio Ermilo se encargaba de manejar a aquellos muñequitos en una forma por demás maravillosa. El espectáculo tenía lugar en un enorme cajón de madera – en el que se transportó hasta el pueblo la pianola – al que se le adaptaron telones, escenarios de fondo y focos de batería para darle la iluminación necesaria.
Fueron infinidad de noches las que gozamos de aquel espectáculo y cuando Ermilo se cansó de los muñecos de madera, porque ya sus ocupaciones le impedían materialmente dedicarles un minuto de su tiempo, todos me los obsequió y entonces fui yo el encargado de darles fin en mis juegos.
Se acabaron las funciones de títeres, pero no por eso se habían acabado las veladas en la casa-quinta. Simplemente aquellas veladas habían cambiado de género, convirtiéndose en verdaderos conciertos de requinto, por obra y gracia también de Ermilo. Y si es cierto que en aquella pequeña guitarra su maestría no llegaba a la perfección con que manejaba los muñequitos de madera, también es cierto que había llegado a dominarla bastante bien, lo suficientemente bien como para que pudiese deleitar al numeroso público que noche a noche gustaba de congregarse en la quinta buscando aquellos momentos de esparcimiento.
Porque no bien abríamos las puertas y se encendían las luces, cuando ya los amigos comenzaban a llegar y poco a poco llenaban la estancia: sentados algunos en las hamacas que se colgaban, sentados otros en las cajas de madera que allí había y servían para recoger las frutas de la huerta, sentados otros muchos en el mismo piso, cuando no habían encontrado otro lugar donde hacerlo, por haber llegado retrasados.
Y si a aquellos amigos les gustaba la música que salía del requinto que Ermilo punteaba en forma magnífica, yo, naturalmente, tenía que ser uno de sus primeros admiradores. El primero y el más afortunado porque, para mí, aquel concierto no terminaba como para los otros, cuando cerraban las puertas de la quinta y se apagaban las luces. Nos íbamos para la casa, yo me acostaba y Ermilo, después de apagar la luz, a la débil claridad de una vela que prendía, seguía tocando hasta verme completamente dormido.
Ese es uno de mis recuerdos más agradables, uno de los recuerdos que no se olvidan tan fácilmente.
[Continuará la próxima semana…]
Raúl Emiliano Lara Baqueiro