Perspectiva – Desde Canadá
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Cuando salga al ciberespacio esta colaboración habrán transcurrido los primeros 365 días de mi estancia en Canadá, este país tan diverso, bello, inmenso, joven y en tan evidentes vías de desarrollo.
El 7 de enero del 2020 aterricé en el aeropuerto de Montreal con dos maletas, una mochila, y el espíritu lleno de esperanza y de expectativas de mejora.
Menos de una hora después de mi aterrizaje ya contaba con un permiso temporal de trabajo. Una nueva página en mi vida profesional y personal comenzó a escribirse.
Ese mismo día, para que nunca lo olvide, falleció el ahora inmortal Neil Ellwood Peart, uno de mis más grandes ídolos musicales.
Los medios en esta nación, así como revistas internacionales y medios electrónicos mundiales, lo recuerdan desde ese día como lo que fue: una pieza fundamental de Rush, el grupo canadiense más importante e influyente en la historia del Rock, uno de los más grandes intérpretes e influencias detrás de la batería, y un pensador que nos permitió ver en sus letras cuán amplia y profunda era su mirada.
Aparte de lo anterior, yo lo recordaré siempre como el Profesor, un genial baterista y letrista que, hace ya más de cuarenta años, me enseñó a ser más exigente en mis gustos musicales, al comprobar con 2112 que no estaba peleada la belleza y complejidad de la música con la historia que podía relatar.
La noticia de su fallecimiento solo se hizo del conocimiento de los miles de fanáticos de Rush hasta el viernes 10 de ese aciago enero.
Estaba cerca de la hora de irme, habiendo finalizado mi primera semana de trabajo; platicaba con alguien en mi oficina y necesité buscar algo en internet.
Así me enteré de su partida: cuando en mi monitor apareció su imagen, su nombre, y la escueta oración que me informó que su vida había llegado a su fin.
Porque estaba con alguien no pude leer con detenimiento la nota, aún tenía que trabajar. El resto de la jornada, una hora más tal vez, la pasé en shock, contando los minutos para irme y leer todo lo que pudiera sobre él.
Esa noche, no me molesta confesarlo, me conmovió tanto la noticia que lloré, como ahora al recordarlo, como cada vez que pienso en él y mi enamoramiento de la música gracias a él.
Neil no tuvo una vida fácil, es decir, alcanzó el estrellato, cierto, pero todo lo que logró fue gracias a su esfuerzo.
En las últimas dos décadas de su vida, el mayor de esos esfuerzos fue sobreponerse a la pérdida de su muy joven hija Selena en circunstancias particularmente desafortunadas y, apenas unos meses después, a la de su compañera de vida, Jackie, mamá de Selena.
Es en esta faceta, la de ser humano, en la que más aprecio a Neil.
Como muchos al enfrentar eventos de este calibre, se deprimió tanto que consideró acabar con su vida, abandonar su carrera musical, aislarse del resto del mundo, y otras alternativas igualmente negativas.
Al final, fueron su contacto con la Naturaleza –a través de sus viajes en motocicleta–, el apoyo de sus amigos y su familia (entre ellos Geddy y Alex, a quienes consideraba casi sus hermanos), el Tiempo y el Amor, los que le permitieron continuar ofreciéndonos más de su arte, hasta el 2016, cuando oficialmente se retiró, para dedicarse por completo a su hija Olivia, y a su esposa Carrie, a escribir y leer a la medida de su gusto.
Tres años y medio después, muy poco tiempo en verdad, Neil sucumbió al cáncer cerebral; se apagaba su luz en la Tierra, y al mismo tiempo se perpetuaba su leyenda.
Desde esta perspectiva, perdí a un muy querido y admirado Profesor hace un año, y conmigo todos aquellos que abrevamos regularmente de la música de Rush. Como a muchos que nos han antecedido y han marcado nuestras vidas para siempre, no lo olvidaré.
He de festejar su Vida, y apreciar su legado, hasta que lo vuelva a ver.
Gracias por tanto, querido Neil Ellwood Peart.
S. Alvarado D.