Letras
VIII
La primera vez que Chantal vio a Romina fue en uno de esos programas culturales del canal once. No le gustaba ver la televisión, decía, pero todas sabíamos que en secreto era aficionada a la telenovela de las nueve y media de la noche, así que creemos que no fue una casualidad, como ella dice, encender la televisión y ver a Romina tocando su flauta con la orquesta veracruzana.
Chantal siempre andaba a las carreras, pero esa vez se detuvo a escuchar la música y a ver a la flautista que era la solista. No fue tanto la música sino la flautista de Harlem, o mejor dicho, de Veracruz, la que la dejó impactada. Dice que se pasó las dos horas del programa tratando de adivinar el color de sus ojos, la suavidad de su pelo, la tibieza de su piel. Nos lo contó mil veces.
Nosotros conocemos a Chantal y sabemos que es de las que se enamora fácilmente. Muchas veces la vimos entusiasmarse por una mujer y al día siguiente llorar el desengaño, un día después olvidar las penas y pasar a otra nueva ilusión. Algunas de nosotras estuvimos también en su historia. Al final, Chantal engatusa con su belleza y su carácter, pero esas relaciones son muy cortas porque nunca ha querido comprometerse. Tampoco ha sido raro verla suspirar por todas las actrices rubias que veíamos en el cine. Pensamos que lo de la flautista no tendría más repercusiones, pero no fue así, esta vez le había llegado al corazón por todos los sentidos.
Primero llamó al canal para tratar de obtener una copia del programa, pero fue muy difícil porque implicaba una serie de trámites que no podía hacer en ese momento. Eso no la detuvo, se le ocurrió llamar a Veracruz para que le dieran toda la información sobre la orquesta donde tocaba la flautista, pero la mandaron a una página web donde encontró la historia de la orquesta, pero nada sobre ella.
Entonces le dió por comprar todos los discos de música veracruzana y de danzón que encontró; todo el día los escuchaba, dispuesta a asimilar la música, porque quería incorporar el danzón a las danzas hawaianas que ya dominaba. Nos decía que, cuando la encontrara, sería la música y el baile lo que las uniría, y entonces ya no se separarían jamás. No sé de dónde sacó tanta seguridad, pero ella todo justificaba diciendo que tenía un presentimiento que ella si sería el amor de su vida.
Bertha le advirtió que no se ilusionara tanto porque ni siquiera sabía si la flautista también era gay. Eso no le importaba a Chantal, estaba convencida de que lo era, lo pudo adivinar en sus gestos, en su forma de tomar la flauta. Finalmente, aseguraba, lo que quería era volver a verla y empezó a juntar para su viaje a Veracruz. Lo de las clases de danzón avanzó rápido, en dos semanas se movía como una profesional y hasta se compró un vestido azul y unos zapatos de charol para la ocasión.
En un principio vimos el enamoramiento de Chantal como algo normal en su larga historia de extravagancias, aunque claro que hubiese sido exagerado en cualquier otra persona. Lo raro fue que pasaron varias semanas y aún seguía pensando en la flautista y en su idea de ir a buscarla. Definitivamente, nunca la habíamos visto así, a excepción de aquella vez que le envió una carta en un inglés medio mocho a Meg Ryan y que esperó la respuesta por meses y nunca llegó; desilusionada, juró no volver a ver ninguna película de ella, lo que la verdad parece haber afectado también a Meg, quien dejó por un tiempo las películas comerciales. Pero esto de la flautista era peor.
Yoly en su agencia de viajes le arregló todo, desde el boleto de avión hasta la reservación del hotel. Se pasaría una semana en Veracruz, para buscar a la flautista que ni siquiera sabía cómo se llamaba. Lamentó no poder estar más tiempo, pero no pudo conseguir más días de permiso en su trabajo. Estaba tan entusiasmada con la idea de irse, que decía que era una aventura de amor, lo que a nosotras nos pareció bastante cursi; en fin, el amor algunas veces lo hace verse a uno ridículo.
Ante el inminente viaje, disuadirla fue imposible, así que tomó sus cosas, el vestido azul, los zapatos de tacón, y se marchó a lo desconocido, considerando que nunca había ido a Veracruz y mucho menos conocía a nadie por allá. Nosotras también estábamos emocionadas, mucho más Ángela, quien acababa de regresar de un viaje en el que había conocido a todas sus novias por Internet en varias partes de la República. Yo no quise ser aguafiestas, pero el viaje me parecía demasiado arriesgado; sin embargo, no dije nada porque después dicen que les echo la sal y que mi falta de romanticismo se debe a que me paso la vida metida en los libros, uno de mis vicios conocidos.
Por Renata, su amiga íntima, supimos que llegó bien al puerto y que después de instalarse en el hotel lo primero que hizo fue buscar la orquesta, una de las más famosas en Veracruz. Cuando encontró las oficinas no había ningún músico allí, sólo una secretaria que le informó que esa misma tarde tocarían en la plaza. Renata dice que estaba súper emocionada porque vería ese mismo día a la flautista. A todas nos mandó un mail pidiéndonos que hiciéramos changuitos para que todo saliera bien y para que la flautista fuera en verdad gay, se fijara en ella, y le hiciera caso. Me pareció que más que hacer changuitos teníamos que rezar un santo rosario por la salvación de su corazón.
Esa noche, Chantal no tuvo suerte. Temprano estuvo en la plaza de azul y zapatos lustrados, hasta dicen que fue a peinarse a un salón de belleza. La cosa es que, cuando se instaló la orquesta, la flautista no estaba con ellos y no apareció en toda la noche. Chantal inútilmente la estuvo buscando cuando bailaba con todos los hombres que la sacaron; ese día andaba particularmente hermosa, presumió. Al final, decepcionada, fue a preguntarles a los músicos por su amada y así supo que la susodicha se llamaba Romina y que no trabajaba en la orquesta, sino en el Conservatorio Veracruzano y era una de las más destacadas flautistas de la región. La vez que aparecieron juntos en el programa del Once fue porque era una ocasión especial y ella fue invitada a tocar con la orquesta. El fin de semana, le dijeron, se presentaría en el Teatro Clavijero en un concierto que daban los profesores y alumnos del Conservatorio.
No todo está perdido, nos contó Renata: Chantal podría ver a Romina en el concierto, pero además ya había planeado ir al día siguiente al Conservatorio de Xalapa a buscarla. Por sus mails nos llegaba toda la historia que ya nos había adelantado Renata, con quien se llamaba por teléfono y que siempre le había servido de guía espiritual. Chantal no encontró a la flautista en el Conservatorio porque estaba fuera de la ciudad, así que tuvo que esperar hasta el fin de semana para ver a la maestra y concertista en Veracruz.
Chantal estaba desesperada, pero Yoly le aconsejó que tomara un tour para visitar la ciudad, y de paso se diera tiempo para ir a Catemaco a hacerse una limpia. Lo de la limpia no le causó nada de gracia, pero sí tomó en serio irse a visitar el puerto. Esa noche nos escribió un largo mail donde nos contaba que le gustó mucho y que tomó café en los Portales; en cada cambio de párrafo nos compartía su nerviosismo y su temor de que Romina no se presentara al concierto.
Pasaron dos días iguales, incluso ya había empezado a hacerse de amistades en Veracruz, entre los que se encontraban algunos músicos de la orquesta que todas las noches tocaba en la plaza. Así supo mucho más de la flautista y, emocionada, nos contó que era casi de su edad, los treinta y tantos, que era soltera y no se sabía de ningún novio. No pude dejar de pensar que tantas preguntas sobre Romina iban a sembrar la duda sobre el supuesto «interés artístico» de Chantal, y los músicos iban a pensar otra cosa; pero, conociendo la simpatía de mi amiga, creo que pudo bien indagar lo que quería sin levantar sospechas.
Un día antes del concierto nos contó que estuvo tomando mojitos cubanos con un par de músicos que la invitaron a un antro y que se la pasó muy bien, oportunidad que aprovechó para bailar moviendo la cadera desaforadamente, como dice Bertha.
El día del concierto fue un preludio de mensajes por teléfono que tuvo con Renata, quien nos mantenía al corriente periódicamente. Fue hasta un día después que nos hizo un recuento de la que calificó como «La maravillosa noche de Chantal», o mejor dicho, «Danzón número 5», en recuerdo del frasco de perfume que le habíamos regalado entre todas para ese viaje inolvidable.
Vestida de lino blanco, Chantal encontró un buen lugar en el teatro que estaba a reventar de padres de familia y jóvenes. Era el concierto anual del Conservatorio y el bullicio se esparcía in crescendo. Por fin se levantó el telón y el director del Conservatorio habló por unos minutos ante la turba que aún murmuraba. Antes de llegar a los grandes, Chantal vió a los niños de violín y saxofón interpretar sus primeras melodías en público, acompañados de una maestra al piano. Después fue el desfile de solistas y cuartetos y, por fin, la orquesta de los más avanzados, que era dirigida nada más y nada menos que por la maestra Romina Mogarte.
Al verla, Chantal sintió que casi tocaba sus chinos castaños, su piel tersa y hurgaba en el calor de su espalda. Lloró discretamente de emoción al estar frente a ella. Ya nada existía, ni la gente, ni el viaje, ni nosotras, ni ella misma, eran sólo Romina y el amor. Después fue un solo: al escucharla tocar la flauta supo que jamás se iría de ella, que sería una esclava, una amante incondicional, la sacerdotisa de su cuerpo… Ella, sólo ella de ahora en adelante… Y lloró de felicidad porque tenía la certeza de que un día sería suya.
Chantal no regresó a su trabajo, se quedó en Veracruz. Nos ha escrito de vez en cuando y cuenta que logró entrar en el Conservatorio. Ya conoció a Romina y dice que también es Escorpión.
Patricia Gorostieta
Continuará la próxima semana…