Letras
José Juan Cervera
El espíritu del bosque toma cuerpo en un rosal del jardín. Sus pétalos encarnan la dignidad salvaje de frondas comprimidas.
Al peso de los rigores que preside el arrepentimiento, el viejo dogma reencarna en una versión ingenua de los abismos impalpables.
Tras discernir cuotas de recompensas y castigos, el remordimiento y la insatisfacción matizan las aguas turbias de la conducta borrascosa.
Con su cauda de pasiones a falta de cuerpo, los espíritus entonan acordes de escalofrío en el estrépito que invocan los claroscuros de la vida.
La comunidad de seres incorpóreos entabla agrias disputas en su apreciación de la ley del progreso, hasta disolver en clave ecuménica toda ética salvadora.
Condenado a purgar una nueva vida en la tosca superficie de una mesa temblorosa, el charlatán ensaya sonidos discordantes en su oficio improvisado.
Desde la lejana serenidad de los astros, redimidos a la luz de fantasmagórica belleza, los héroes desencarnados iluminan el sueño de una doncella que se acurruca al filo de una ventana.
La musa diluida en ectoplasma atiende el llamado del poeta que doblega la espesa inconsciencia de su bohemia.
Los espíritus asoman en el crepitar de una llama para empolvar el olvido antes que el viento disperse las cenizas de su fuego primordial.
Damas misteriosas y caballeros enigmáticos trazan huellas etéreas para desconcierto de la grey.
