V
Presencia de la Tauromaquia en Yucatán
AUTOR:
JOSÉ IVÁN BORGES CASTILLO
LUGAR:
TEKAL DE VENEGAS
Continuación…
II
La Permanencia del Cambio
En el periodo que siguió de 1750 hasta la conclusión de la dominación española en 1821, la proliferación de las haciendas maicero ganaderas se había esparcido con gran facilidad en las regiones del centro y norte de la península. Muchas se convertirían, después de la Guerra de Castas, en prósperas haciendas henequeneras. Para la tercera década del siglo XIX, la popularidad de la corrida de toros en el Yucatán decimonono era pujante.
La hierra del ganado, que es donde se marca y descolaba, propiciaba un ambiente festivo y de trabajo. La vaquería, fiesta y baile mestizo que se ha conservado en las poblaciones agrarias de Yucatán y Campeche, tuvo su origen en esto. El historiador Pedro Bracamonte Sosa las refiere como “una sobrevivencia histórica de esa cultura asociada al ganado,” pero antes refiere: “El ganado caló hondo en la cultura peninsular.”
El siglo XIX, fue el siglo de las visitas de extranjeros quienes, en sus diarios y crónicas de estancia que han sido publicados, con detallada precisión revelan lo que veían y palpaban en su pernocta.
El primero de ello, John Stephens – considerado el primer cronista taurino de la historia de Yucatán –, estuvo por estas tierras en 1841 y refiere el baile del “Toro”, jarana de dominio público, cuyo baile presenció interpretado por jóvenes de la hacienda Xcanchakán, en el pueblo de Nohcacab, hoy nombrado Santa Elena, y en Ticul. En este último pueblo fue exhibido el “Lazo del Novillo” hecha por los vaqueros aficionados.
Le llamó la atención sobremanera las luchas o corridas de toros y las carreras de caballos.
Presenció la corrida de toros en el barrio de San Cristóbal en Mérida. Luego, cuando aborda la fiesta de la Santa Cruz de Izamal, expone de nuevo “el circo para la corrida de toros.” Lo mismo dirá de las corridas en “honor” de Santiago Apóstol en Halachó. Stephens llega a la conclusión: “Espectáculo indigno, desagradable, pero que tiene todavía un poderoso influjo sobre los sentimientos del pueblo para poder suprimirse.”
No mucho ha variado en nuestros días esta conclusión dada por este americano hace más de centuria y media.
La Santísima Chan Cruz exigió, a través de su interlocutor Juan de la Cruz, en una carta firmada en el año de 1851, a los blancos de Mérida la realización de una fiesta con treinta Misas, con velas, flores y una procesión, “que hayan corrida de toros; y que salgan a pasear jóvenes damas,” por lo que se deduce que se llegó a creer que la corrida de toros “era una forma –escribe Pedro Bracamonte S.– de rendir culto al Santo Patrón.”
Un anuncio apareció en el periódico La Aurora, el 17 de julio de 1852, que describe algo sobre las turbulentas corridas: “… el cuarto será jineteado; mientras el jinete permanezca montado, lo capearán los toreros de rejón, y después de capeado seguirán los banderilleros a prenderle banderillas, siendo la última de fuego que prenderá una bomba la cual matará al toro.”
De 1873 es la crónica de Alice D. LePlongeon, una peregrina inquisidora, quien registra con menos detalle una corrida de toros en la fiesta de Nuestra Señora de Izamal, un ocho de diciembre.
Comienza su relato taurino con una frase aún vigente para los pueblos yucatecos: “Una Corrida en Yucatán no es como las de España.”
Luego de esta declaración continúa: “Quienes erigen el redondel son los sirvientes de las principales familias del pueblo.” Luego habla del “ruedo” que sirve de plaza de toros, el que Stephen llama “Circo”, describiéndolo como “una palizada doble con tinglados que sostiene cobertizos de hojas de palma y que se divide en palcos. Los espectadores llevan sus propias sillas. Lo mejor y lo peor del poblado, grandes y chicos, concurren a la fiesta.”
Sobre los toreros nos dice, además, que eran de los sirvientes de las principales familias: “Contados hombres (quizá ninguno) se dedica al estudio de la Tauromaquia… Si un indio desea alguna cosa en particular, la solicita al santo patrón. Para demostrarle su gratitud puede prometer, en recompensa, enfrentarse al toro…”
Durante el siglo XX fue casi imposible que existiera pueblo yucateco donde no se efectuara corrida de toros. Comenzó a practicarse en los poblados menores una especie de ruedo simplificado: solamente el ruedo hecho a palos, sin techo ni palcos, llamado Kax Che, en lengua maya: “solo de madera o solo palos.”
Un anuncio de la fiesta de La Mejorada, barrio de Mérida, en 1864, habla por toda la sociedad cuando observa que “no hay nada que anime más la fiesta de toros, excepto cuando son animales de reputación generalmente mala.” “Toros bravísimos y rejoneados”, prometía Cansahcab para su fiesta en 1853, pueblo de bonitas doncellas. En Tekantó, “los toros son escogidos, y los toreros los mejores de la comarca,” anunciaba en 1856. Los de Ticul prometían para la fiesta de marzo de 1846: “los toros escogidos a fin de no dejar qué desear.”
Fue sin duda alguna en este siglo que la fiesta brava, la corrida de toros, tuvo esplendor y se pulió hasta donde se ha conservado: toreros y vaqueros en caballos, cada uno con su función particular, el primero de torear y el segundo de lazar al toro. Los toros solían ser de ganaderos del pueblo quienes, en muestra de su devoción a la Virgen o algún Santo Patrón, los prestaba para torear, llevando el animal en el cuerpo la leyenda “Promesa de la Familia” seguida del apellido de la familia, o de una persona en especial. Así está compuesta la corrida yucateca.
Las imágenes religiosas son llevadas al ruedo para presidir toda la corrida: entran a realizar su reconocimiento, mientras que los espectadores dan su donación económica.
Las fiestas patronales en los pueblos yucatecos habían adquirido identidad en sus formas peculiares de celebrar, dejando hasta ahora la profunda y arraigada costumbre de la corrida de toros como parte de su cultura. Fue tal su influencia, que la fantasía popular creó la presencia del señor del monte yucateco: Juan Tul, dueño del ganado.
En lo que corre de la primera década del siglo XXI, han surgido otros tipos de corrida de toros, pero el toro como actor principal en la auténtica corrida yucateca ha sido dejado en segundo término, sobresaliendo el caballo del vaquero, a la razón si el toro le da muerte a la embestida. Estos son conocidos como “Torneo de lazo,” costumbre del centro del país que algunos empresarios yucatecos han comenzando a convertir en punto de referencia: de un antes y del ahora.
Continuará la próxima semana…