Vivencias Ejemplares. Apuntes de un maestro rural.
Plaza Sí… Pero panza también
Una noche me visitó una señora a quien yo debía unos grandes favores. Todo lo que quería era que yo le diera una plaza de maestra a su hija.
– “¿Cómo? Señora yo no doy plazas. Yo soy un simple maestro y nada tengo que ver con las plazas.
– “Sí, profe. Usted puede. Por favor.”
– “De veras no, señora. Lo que puedo hacer es averiguar a dónde y a quién acudir para solicitarla. ¿Su hija es maestra?”
– “No, profe, pero sabe leer. Aquí estudió hasta el tercer año.”
Yo iba de asombro en asombro.
– “Mire, señora,” -le expliqué pacientemente- “para ser maestra, primero tiene que terminar su primaria, estudiar después la secundaria y la normal. Sin eso nadie puede ser maestro.”
– “Claro que se puede profe, pero si no nos quiere ayudar…”
– “No es eso, señora. De verdad, yo no puedo dar plaza a nadie. Y si su hija no es maestra, pues nadie puede.”
– “Bueno, profe, pos sea por Dios…” Y se retiró toda contrariada.
Por cierto, la señorita de marras era una joven bastante bonita. Recuerdo que tenía un lunar cerca de la boca que le hacía mucha gracia. Era güerita y de cabello ondulado. De lo demás, ni hablar.
Por algún tiempo me olvidé de asunto, hasta que un día me encontré casualmente con la señora de esta historia y me dijo:
– “Hola, profe. ¿Cómo ve? Mi hija ya es maestra.”
– “¿Cómo? ¿De veras? ¿Cómo es eso?”
– “Pos ya ve, profe. Así nomás.”
Desde luego, no le creí.
Hasta que un día me encontré a la hija que había ido al rancho de visita.
Estaba muy bien arreglada, pero lo que más me llamó la atención fue su prominente pancita.
Ahh. La señora había tenido razón. Sí se podía.
Y más, porque tiempo después su propio hermanito -un muchacho bastante negativo- también obtuvo una plaza de maestro.
Los días se sucedían rápidamente, y una noche de ya no me acuerdo qué mes recibí la extraña visita del inspector escolar, la única que me hizo y que resultaba más extraña porque fue de noche.
Ese hombre de mirada torva era un cacique en toda la extensión de la palabra. Su nombre era Valente Lozano Ceniceros. Había ido con la tarea nada pedagógica de conseguirse unos pavos – “unos coconitos”, dijo – para la fiesta de cumpleaños de su hermano Manuel. ¡Qué par estos Valente y Manuel!
Iba acompañado de otros dos maestros y a esa hora estuvimos despertando gente. Ni modos. De todas maneras, alcanzó a ver el bonito monumento que habíamos construido a la bandera e hizo muchas preguntas sobre la escuela y su funcionamiento.
De paso diré que antes de diciembre, por el aumento considerable de la matrícula escolar, me había mandado como auxiliar a una maestra muy experimentada que trabajaba en Fresnillo. La envió allí como castigo, según la propia maestra me platicó, por no sé qué problemas financieros de los que la acusaba y, como no había poder humano que contradijera sus órdenes, pues no tuvo posibilidad de defensa.
Este señor de horca y cuchillo lo controlaba todo. Digo todo, es decir, lo administrativo, lo sindical, lo político y así.
Como desquite, esa maestra me contó la vida y milagros de los hermanos Lozano.
¡Qué historia!
MTRO. JUAN ALBERTO BERMEJO SUASTE
Continuará la próxima semana…