Pibil al Rescate de los Xtupes
Pibil, El ‘Defensor de los Angustiados’, nuevamente enfrenta el peligro para salvar a dos inocentes chamacos.
Gerardo y Elsa eran amigos, ambos hijos pequeños de dos matrimonios que convivían como buenos vecinos. Elsa adoraba a sus padres Esteban y Sara, y también a sus hermanos Salvador y Clara, de 18 y 16 años, respectivamente.
Gerardo tenía 8 años, la misma edad de Elsa y, como ella, era varios años menor que Isela, su hermana. Los dos peques crecieron prácticamente juntos, ya que todos los padres trabajaban.
Precisamente fue Zacil, quien cuidaba a los xtupes los fines de semana, la que me avisó de lo que ocurría en aquella casa antigua del rumbo de Santiago, de la ciudad de Mérida.
Los padres de Gerardo habían heredado aquella propiedad que era amplia, con un extenso patio, y al final de éste existía un cobertizo de madera de donde provenían unos extraños ruidos.
Esa tarde llegué para inspeccionar el sitio. Zacil ya había pedido autorización a los dueños para mi pesquisa, así que acerqué confiadamente mi oído a la pared.
Se escuchaba que algo rascaba insistentemente.
“Deben ser bichos,” comenté a la niñera y los xtupes, que observaban todo con gran curiosidad.
Le dije a mi amiga que llamara a su patrón para decirle que era necesario contratar a un fumigador, porque todo indicaba que se trataba de una plaga de insectos.
Apenas entró a la casa, la pared colapsó, empujada por un enorme bicho: una especie de cucaracha que se lanzó sobre los niños.
Reaccioné a tiempo para patear al ‘insectote’, que rodó por el jardín.
Tomé a ambos niños, cargándolos para correr hacia la calle lo más rápido posible, pues la ‘cuca’ se recobró para perseguirnos.
Los xtupes gritaron aterrados cuando casi fueron alcanzados por aquellas asquerosas patas.
Zacil, haciendo acopio de valentía, echó insecticida en los ojos del monstruo, lo que nos permitió salir de la casa, aún seguidos por el aturdido enemigo que nos lanzaba una especie de vómito realmente apestoso.
De repente doña Elota, quien llegó junto con otros vecinos, atraídos por los gritos de los chamacos, le pegó al bicho un señor escobazo en la cabeza. Pronto otras personas se sumaron y lograron eliminar al ‘insectototote.’
La pared fue tapiada y reforzada. Los cuatro padres me agradecieron por haber salvado a Gerardo y Elsa, pero insistí que el mérito era de Zacil, la valiente niñera, y también de doña Elota y los buenos vecinos que acudieron solidarios al rescate.
RICARDO PAT