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Perspectiva: Letras en Mérida

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“Que otros se jacten de las páginas que han escrito;

a mí me enorgullecen las que he leído”

-Jorge Luis Borges

 

bibliotecas

En el transcurso de una semana hemos tenido muy agradables eventos en nuestra ciudad capital, manifestaciones artísticas que vienen a traer sosiego y entretenimiento a nuestras atribuladas vidas.

Me niego a pensar paranoicamente, como muchos, y decir que esto sigue aquella romana costumbre de dar “pan y circo” a los habitantes con el fin de mantenerlos contentos. No, ya no es posible en nuestra ajetreada vida conformarnos únicamente con eso, y tampoco es posible abstraerse por completo a través del entretenimiento de la situación que vivimos.

Más bien pienso que estos son los remansos y oasis en los que podemos recuperarnos, recobrar ánimos y fuerza para continuar con lo de todos los días.

Desde el sábado 7 de marzo, y hasta el día 15, tenemos a nuestra disposición un mundo de aventuras, de historias, de conocimientos, de experiencias, que saltan de las líneas y de las palabras y manifestaciones de los escritores que participan en la FILEY, ya fuera en conferencias, talleres, presentaciones de sus obras o en los libros que las diferentes casas editoriales ponen a nuestra disposición en el Siglo XXI.

Leer es un placer que muchos tildan de “solitario” cuando en realidad no tiene por qué ser de esta manera. Leer en voz alta no solo nos ayuda con la dicción y con la coordinación ojo-voz sino que, cuando se comparte con alguien más, la experiencia es aún más reconfortante. ¿No me cree? Léale a alguien una página del libro de su predilección y preste atención a su reacción, y a la suya, y luego dígame que miento.

Hay algo que me parece tan incongruente, sin embargo, en el comportamiento de las casas editoriales y que pude comprobar al visitarlas en esta edición de la FILEY: sus precios. Un libro cuesta en promedio 300 pesos (aunque los hay de $60, en las canastas de “remates”), y si lo comparamos contra lo que es el salario mínimo diario en México, estamos hablando de que un empleado debe trabajar más de cuatro días para poder adquirirlo, y esto implicaría que no se gastara en alimentos, en servicios, y que se destinara el esfuerzo de cuatro días a la adquisición de un ejemplar.

En contraste, un libro nuevo en los Estados Unidos cuesta alrededor de 22 dólares (que viene siendo similar a los 300 pesos del ejemplo anterior, por cierto, con la diferencia de que ahí las nuevas ediciones son de pasta dura, algo que ha desaparecido en las ediciones mexicanas), pero un trabajador con salario mínimo ahí solo tiene que trabajar 3 horas para adquirirlo, y le queda lo que gana en las otras cinco horas para cubrir sus necesidades de alimento, techo, etc.

Conservando la proporción, necesitaríamos que el salario mínimo en México subiera a más de 800 pesos diarios para que pudiéramos adquirir ese libro; si no se modificara el salario mínimo, entonces el libro debería costar 24 pesos para que no afectara negativamente a un trabajador. Ambos escenarios son utópicos. Luego entonces, ¿cómo esperan que adquiramos sus productos si no los hacen accesibles?

Y he aquí el quid del asunto: no se le da la importancia a la lectura como se debiera, ni los editores haciendo esfuerzos por desplazar sus productos, ni las autoridades por hacernos más fácil la adquisición o el acceso a las obras. Si sabemos que leer nos permite aumentar nuestro nivel cultural, ¿por qué no entonces trabajar en la promoción de la lectura? ¿Cómo entonces esperamos aumentar el índice de lectores en nuestro país? ¿Cómo queremos cambiar el panorama si no trabajamos en aumentar el nivel cultural de todos los que vivimos en este país?

Hace unos años, Mauricio Achar (el fundador de las librerías Ghandi) y Germán Dehesa impulsaron un muy ingenioso programa para fomentar la lectura en el DF. En los parques, estaciones del metro, lugares públicos, dejaban libros al alcance de la mano con toda la intención de que se los llevaran con una petición: que se devolvieran o que se colocara uno de reemplazo para que alguien más pudiera disfrutar de la lectura. Algo similar se comenzó a hacer en nuestra ciudad hace algún tiempo, pero no recibió ni la promoción ni la atención que se merecía.

En las estaciones del metro en Nueva York existen, en las carteleras de los vagones, enlaces que al ser escaneados permiten descargar libros electrónicos de manera gratuita.

Tradicionalmente nuestras bibliotecas públicas han sido depositarias de obras de consulta, la mayoría de ellas adquiridas por medio de donaciones, pero no se han esforzado por crear programas de adquisición de obras de todos los géneros, y no únicamente de carácter didáctico. Tampoco han establecido programas serios de préstamo de libros, ni didácticos (con lo cual se aliviaría la pesada carga de los padres de familia cada semestre) ni de ningún otro tipo. Mucho menos se han esforzado por aumentar la afluencia de visitantes. ¿Cuántos de ustedes las visitan regularmente?

Existen honrosas excepciones: mi hijo menor me ha hablado de que la biblioteca de la prepa 2 tiene un muy activo programa de préstamos de libros, y que su acervo incluye obras de ficción contemporánea, las cuales son constantemente prestadas y devueltas, demostrando que existen jóvenes responsables que aprecian la lectura y que saben seguir las reglas.

En la ciudad de México está próxima a efectuarse – del 30 de marzo al 7 de abril – la novena edición del Remate de Libros, que no es más que una mega venta de saldos de libros y revistas que se efectúa en el vestíbulo del Auditorio Nacional. Ahí se pueden adquirir títulos con descuentos que pueden llegar hasta el 70%. ¿No será posible agregar esta actividad a la FILEY o, mejor aún, elaborar un programa similar al de la FILEY, pero orientado a vender libros a precios accesibles?

Desde esta perspectiva, alternativas hay muchas, y aquí se han dejado algunos ejemplos. La promoción a la lectura debiera ser permanente, y no reducirse a poco más de una semana como sucede con la FILEY.

¿Por qué no comenzar a aplicar el ejemplo de la biblioteca de la prepa 2 en las bibliotecas públicas, o en las bibliotecas privadas?

El tiempo ciertamente es propicio…

Gerardo Saviola

gerardo.saviola@gmail.com

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