“Cree en lo que sientes
Y sábete en lo correcto, porque
Llegará el momento
En que proclames que es tuyo…”
Believe in Yourself, The Wiz
Julio es un mes en el que tradicionalmente se celebran las graduaciones de todos los niveles escolares. Las hay ahora desde jardín de niños hasta maestría. En todas ellas se entregan certificados, recuerdos, se degustan viandas y bebidas, los graduados vierten no pocas lágrimas y, en general, se hace todo para volver el evento una ocasión memorable para todos los participantes.
Es en el caso de los que se gradúan profesionalmente en sus licenciaturas que el panorama cambia por completo al finalizar la celebración. Entran automáticamente al mundo de las expectativas, al mundo de las decisiones que impactarán el resto de sus vidas, siendo la inicial disyuntiva continuar estudiando o lanzarse a buscar un trabajo.
Algunos, los más pudientes o aquellos que pudieron contar con los medios, se apuntan a estudiar una maestría, retomando los libros en aras de continuar su preparación académica. A últimas fechas he escuchado a más de uno sostener la tesis de que “si no tienes maestría, no podrás conseguir trabajo.” Disiento completamente con estas opiniones: en estos días no existen suficientes oportunidades de trabajo y, al parecer, el criterio generalizado de contratación de las empresas consiste en localizar a aquél que sea capaz de recibir los mini-salarios que están ofreciendo, sin importar su grado académico. Por otro lado, la edad también es un factor que toman en cuenta muchos reclutadores y mientras más tardes en incorporarte a la vida laboral menor experiencia se adquiere, al mismo tiempo que se adquiere más edad.
Otros, pienso que la mayoría, salen al mercado laboral armados con la mejor de las expectativas, dispuestos a foguearse, a adquirir sus “cicatrices de guerra” lo más pronto posible. Son los primeros en darse cuenta de que el mercado laboral está deprimido – y las autoridades no logran hacer que mejore el panorama porque no saben cómo –, que las pocas ofertas que hay pagan salarios que distan mucho de resarcir los estudios y esfuerzos que pusieron en la obtención de su título. En muchas ocasiones acaban trabajando en actividades diferentes a las que estudiaron, pero que les proporcionan ingresos para continuar con sus vidas, accediendo al mundo de los adultos, de las responsabilidades, del “ajustar el presupuesto” para salir adelante.
Como en todo, hay excepciones: hay un puñado de estos graduados que tienen la fortuna de colocarse en empresas sólidas, e inician su carrera laboral bajo los mejores auspicios. Son la minoría afortunada.
Soy el orgulloso padre de dos graduados que inician su carrera laboral – uno hace un año y el otro está por iniciarla – y para los cuales deseo lo mejor. Es por ello que me he tomado la molestia de investigar qué otras opciones tienen, en caso de que la situación laboral que vivimos les sea adversa.
Opciones hay, pero no en nuestro estado, ni en nuestro país. Por ejemplo, Canadá ofrece programas de inmigración a jóvenes profesionales del extranjero que deseen vivir en sus provincias. ¿La razón? Necesitan hacerse de jóvenes ante el aumento del promedio de edad de los residentes en sus provincias; buscan jóvenes que, además, sean profesionales o sepan un oficio. Los requisitos son mínimos, aunque el conocimiento del francés como idioma pesa mucho en algunas provincias. Luego entonces, aquél joven que desee mudarse a Canadá no solo debiera aprender inglés, sino también francés.
Australia y Nueva Zelanda ofrecen también facilidades para inmigrantes profesionales jóvenes, con el fin de poblar sus vastas fronteras y, al mismo tiempo, hacerse de la necesaria variedad de profesiones y habilidades que hagan más grandes sus naciones.
Me pregunto, con pena, qué han hecho de nuestro país tantos políticos y funcionarios que es necesario ver hacia otros países en busca del bienestar económico que nuestros hijos merecen en su propia patria. ¿Cómo es posible que el 1% de la población se haga del 40% de los ingresos de todos los mexicanos? ¿Cómo es posible que se gasten millones y millones en presupuestos de gastos para los zánganos diputados y senadores, en vez de fomentar la planta productiva y laboral, fomentar las becas e intercambios?
Me pregunto, con aún mayor pena y dolor, cómo es posible que les sigamos permitiendo a esos tipos aprovecharse de nosotros, cómo acabar con sus contubernios de una buena vez, cómo recuperar nuestra patria para nuestros hijos y sus hijos.
Desde esta perspectiva, mientras no cambiemos las condiciones, mientras no metamos a la cárcel a los malos funcionarios y hasta a los marrulleros, mientras no coloquemos en puestos clave a gente con ideas, con preparación, preocupados por sacar adelante a nuestro México, mientras no suceda lo anterior, estaremos entonces atestiguando lentamente la partida de nuestros jóvenes, de sus talentos y de sus sueños.
Estaremos dejando que se vaya nuestro futuro…
Gerardo Saviola
gerardo.saviola@gmail.com