“Abrázame, criatura, como cuando te lastimabas,
Entonces sabrás que te amo ahora como te amé en ese entonces…”
- The Feeling That We Have, The Wiz
Ayer se festejó el Día del Niño en nuestro país. Odio que nuestro expresidente ranchero haya iniciado esa mala costumbre de agregar género a palabras que no lo requieren – ciudadanos y ciudadanas, niños y niñas – y por eso no voy a suscribirme a ello, a pesar de que haya sido adoptado por tanta gente. Esta costumbre, en mi manera de ver las cosas, es igual de perniciosa como la adopción del “wey” que tanta gente tomó de “La Negra”, cuando el primer ciclo de Big Brother. Ese “wey” fue el inicio de la trayectoria en picada que lleva nuestra sociedad mexicana. Pero divago…
Adicionalmente, ayer – 30 de abril – fue el último día para que las personas físicas presentaran sus declaraciones anuales de impuestos, y también venció la prórroga otorgada por el SAT a las empresas: ya todos debieron subir sus contabilidades al portal.
Por un lado, lo lúdico, y por el otro, las obligaciones fiscales. ¿Eros y Tanatos?
Embarazarse y tener un hijo no siempre es algo que se logra en una pareja: existen innumerables ocasiones en que una pareja desea embarazarse y no lo consigue, así como también existen adolescentes que se embarazan cuando lo único que buscaban era “divertirse”. Dios actúa misteriosamente y no siempre nos da lo que deseamos, pero siempre nos da lo que necesitamos. En los últimos años ha aumentado también el número de adopciones, y eso es plausible y digno de encomio. Siempre he pensado que un padre no es quien engendra a una criatura, sino quien la educa, y estos padres no biológicos adoptan como suyos a sus bebés, dándoles la oportunidad de vivir una vida en familia.
El 30 de abril no únicamente festejamos a la niñez, sino que también nos permite recordarnos como éramos cuando niños, cómo era nuestra vida con nuestros padres – los que los tuvimos/tenemos –, observar a lontananza nuestro entorno familiar, y también es una excelente oportunidad de reflexión sobre el rol que jugamos como padres. Nos invita a recordar nuestro rol y nuestras obligaciones para con ellos.
En el seno de mi familia, ser responsable era – continúa siendo – un valor, y así crecimos. Me pregunto, ante las tan evidentes maneras de pretender pasarse de vivos de tantos partidos políticos y sus candidatos, sin olvidar a los actuales y pasados funcionarios estatales y federales, si tienen hijos y si la responsabilidad es un valor en sus familias. Me respondo que no, a juzgar por sus múltiples documentadas – penosamente impunes – vivezas y vilezas.
Luego me pregunto qué les están enseñando a sus hijos con sus acciones, qué tipo de conversación pueden sostener con ellos, si es algo constructivo o si es una lección sobre cómo verle la cara a todos los demás, y qué respuestas les dan cuando les hacen preguntas. Y, ante la actitud registrada por tantos medios en cuanto a los afanes de sus hijos de creerse una nueva “casta divina” y de comportarse sin mayor recato o freno, me respondo que lo único que están haciendo es abonar hacia lo que será su condena, la más dura posible: serán olvidados como padres y serán vistos únicamente como bandidos.
Nuestros hijos necesitan más de nosotros una palabra, una caricia, más de nuestro tiempo, que dinero. Nuestros hijos son un beso de Dios en nuestras vidas, son la encomienda que Él nos ha dado para llevar a buen puerto.
Nuestros hijos necesitan de nuestras sonrisas, de nuestras alegrías, de nuestras tristezas, más que de bienes materiales. Se convierten, desde el momento en que nacen, en nuestra razón de ser y de permanecer en este mundo, siempre buscando darles un buen ejemplo, estar cerca de ellos, apoyándolos, orientándolos, amándolos.
Esos niños que ayer festejamos, esos niños que hoy tal vez se están convirtiendo en jóvenes adultos, esos niños son los que tienen la llave del futuro de nuestro país, el futuro de nuestra especie.
Desde esta perspectiva, quien tenga la dicha de ser padre, aprecie el regalo y la responsabilidad que le ha sido otorgada. Y pregúntese qué tipo de hijos está legándole a nuestro país y al mundo.
Y, para finalizar, hágase junto conmigo una pregunta más: ¿los crecimos bien? Porque a partir de nuestra respuesta sabremos si tenemos esperanza, o no.
A ustedes, hijos míos, siempre les abrazo en mi corazón.
Feliz Día del Niño.
Gerardo Saviola
gerardo.saviola@gmail.com
Niñas y niños. Deberían ser lo más querido de la Tierra. Tristemente el amor no alcanza a cobijarlos a todos. Démosles al menos una sonrisa.