“La soberanía del hombre está oculta
en la dimensión de sus conocimientos”
-Sir Francis Bacon
La semana pasada, Diario del Sureste publicó un muy interesante trabajo de César Ramón González sobre los esfuerzos de Yuri Knorozóv en el desciframiento de los glifos mayas. Además de lo expuesto en el artículo, cuya muy recomendable conclusión se encuentra en esta edición, no me fue posible leerlo de otra manera que como una historia de aventuras: el protagonista (Yuri) sobrevive a la conflagración más grande que ha vivido la humanidad, la Segunda Guerra Mundial. Durante las postrimerías del conflicto rescata unos documentos a punto de ser destruidos, regresa a su patria – detrás de la Cortina de Hierro – para continuar sus estudios, y los aplica para descifrar esos documentos y, al hacerlo, sus hallazgos arrojan luz sobre la interpretación de la escritura de una de las civilizaciones más importantes en el mundo, la Maya. Lamentablemente, debido al clima de tensión causado por la Guerra Fría, el experto más reconocido en esa civilización (Eric Thompson, de los Estados Unidos) descalifica sus hallazgos. Pero compatriotas de Thompson deciden hacer caso omiso de sus advertencias y aplican en sus investigaciones sobre Palenque las instrucciones de Knorozóv, dándonos a conocer entonces la historia del rey Pakal, corriendo un poco el velo sobre uno de los misterios más grandes de los Mayas. Yuri pudo conocer la zona Maya, prácticamente de la mano de su discípula Galina Ershova, a muy avanzada edad, para morir de neumonía poco después, contraída en un frío pasillo de hospital en su patria. ¿A poco no es un buen argumento para un filme?
Al margen de lo expuesto anteriormente, lo que me llamó poderosamente la atención fue redescubrir que han sido legión los extranjeros que investigaron y que continúan investigando sobre nuestra cultura pre-hispánica, y sobre la escritura de los Mayas, y son ellos quienes han logrado significativos avances que, por alguna razón, han sido suspendidos o, peor, no están siendo adecuadamente difundidos.
De ninguna manera deben menospreciarse los trabajos de tantos arqueólogos e investigadores mexicanos y yucatecos (don Alfredo Barrera, don Antonio y don José Canto López vienen a mi mente, sin olvidar a Luis Arochi, a don José Díaz Bolio, y a Eddie Salazar, en fechas recientes), pero es evidente que no es posible que avancemos en el conocimiento de nuestra cultura maya cuando no reciben el apoyo adecuado de nuestras autoridades para continuar sus investigaciones. Si a ello agregamos la xenofobia rampante que existe entre los mismos Mayas – ocasionada sin duda por el pillaje y destrucción a que ha sido sometido su patrimonio –, sumada a ese sentimiento de superioridad de los “expertos” internacionales, pues francamente no alcanzo a ver la continuación de esa película, y mucho menos su desenlace.
Durante el primer viaje que hice a la zona arqueológica de Palenque, efectuado hace cerca de tres lustros, recuerdo perfectamente que nuestro guía nos mencionó que tan solo se había descubierto un 10% de la superficie total en la zona. Durante el trayecto, el guía se quejaba de los insuficientes recursos asignados por el INAH a las labores de los arqueólogos, que trabajaban durante breves períodos en el año, para luego abandonarlos. Visité Palenque diez años después a esa visita, y el avance era imperceptible, comprobando los dichos del guía.
Cuando una civilización no presta suficiente atención a su pasado, demuestra a su vez el poco grado de madurez cultural que posee.
Si a nivel federal no se asignan suficientes recursos, a nivel estatal la situación es peor: el interés radica únicamente en encontrar novedosas maneras de “comercializar” la riqueza histórica que abunda en nuestra región. Así, hemos visto “conciertos”, “cenas”, “eventos”, “espectáculos de luz y sonido”, cuyos ingresos no se reinvierten en la investigación, sino que van a dar a las cuentas y bolsillos de gobiernos megalómanos.
Las instituciones de enseñanza superior en nuestro estado tampoco demuestran interés por ofrecer carreras que permitan atender esta necesidad, seguramente porque no alcanzan a ver un mercado laboral para sus egresados y, de esta manera, continúan con el círculo vicioso.
Desde esta perspectiva, hemos perdido mucho tiempo en desarrollar la infraestructura de investigación que nos permita conocer nuestros orígenes. Imaginemos por un segundo a una nueva generación de arqueólogos mexicanos, apoyados por expertos internacionales y por tecnología moderna, descubriendo nuevas “historias”, y acaso haciendo hallazgos similares a los de Lord Carnarvon y Howard Carter con la tumba de Tutankamón. Ahora imaginemos el impacto socio-económico asociado a estos “nuevos” descubrimientos: mayor cantidad de viajeros hacia nuestro estado, mayor cantidad de días que pasen en las zonas arqueológicas, mayores beneficios económicos para todos aquellos que dependen de la atención a estos visitantes. Por donde se le quiera ver, todos ganamos.
Esa es una historia que merece ser contada.
Gerardo Saviola
gerardo.saviola@gmail.com