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Pedro Infante

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Letras

XLIII

Disfrutábamos las vacaciones de Pascua en la playa cuando la noticia del fallecimiento de Pedro Infante paralizó las actividades cotidianas en Progreso, y de cierto, en el resto de la república. Esa mañana, Pedro había pedido a su compadre Víctor Manuel Vidal, capitán con más de diez mil horas de vuelo, que le permitiera pilotear su avión carguero. La experiencia del actor era de tres mil horas en aviones DC3 que solía volar a Chetumal y Cozumel y se especuló que el desconocimiento en el manejo de una nave diferente propició la tragedia de todos conocida, en la ciudad de Mérida, donde radicaba.

Recuerdo claramente la estupefacción de mi madre y de la nana en aquellos momentos. Inclinadas alrededor del radio, sus semblantes reflejaban incredulidad y consternación. Yo tenía nueve años y estaba acostumbrada a oír hablar de Pedro Infante con admiración, a ver sus películas en el cine y a mirar su retrato en los abanicos de cartón que los almacenes obsequiaban como cortesía.

Era común escuchar que alguien había saludado a Pedro mientras éste paseaba por las calles meridanas en su Mercedes convertible o en su motocicleta Harley; también era frecuente que le diera la vuelta en uno u otro vehículo a quien lo solicitara. No existe testimonio de que tuviese actividad social con la gente pudiente, pero sí hay cientos de anécdotas de familias de escasos recursos a quienes les llegaba de improviso a media mañana para tomar con ellos una horchata o para aliviar el calor meciéndose un rato en hamaca. Le gustaba asistir a las “novenas” en devoción de algún santo o alguna virgen, a los que rezaba fervorosamente y luego compartía las modestas viandas que le eran ofrecidas. Si le pedían que cantara, cantaba y luego se subía a su moto como si nada.

Años antes de su fallecimiento, había contraído matrimonio civil con la señorita Irma Aguirre Martínez, conocida con el nombre artístico de Irma Dorantes. Después de la ceremonia, como se acostumbraba en ese tiempo, los novios acudieron a la Fotografía Espinosa Alcalá para las fotos oficiales y, sin afán lucrativo de su parte, autorizaron al dueño a comercializar una de ellas en tamaño postal al precio de un peso. Creo que no hubo un solo peninsular que no adquiriera dicha foto en la que se contempla a un atractivo hombre portando el atuendo de gala yucateco: filipina blanca de lino con botonadura de oro, pantalón blanco y alpargatas chillonas. La juvenil desposada, quizá diecisiete o dieciocho años, con vestido tradicional de novia en encaje de blonda y el cabello suelto. Una sencilla nota nupcial fue publicada en la sección de sociales del Diario de Yucatán, por tratarse de una muchacha hija de familia, en vez de salir en la de espectáculos, como hubiera correspondido a su condición de estrellas cinematográficas.

Recapitulando el fatídico día, recuerdo que al momento de saber que el velorio se llevaría a cabo en su casa particular, las niñas mayores de trece años que igualmente vacacionaban obtuvieron permiso para trasladarse en grupo a Mérida. A su regreso, relataron que hicieron una larguísima fila en la calle hasta conseguir pasar a estrechar la mano de Irma, quien apenas podía sostenerse. Situada en la Avenida Itzáes, rumbo al aeropuerto, la residencia del matrimonio Infante-Dorantes era muy grande, tenía amplios jardines, alberca semiolímpica y gimnasio, quizá por eso con el tiempo fue convertida en hotel. Automáticamente, los cines de Progreso cambiaron de programación y, quienes no asistimos al velorio por nuestra corta edad, esa tarde acudimos a una función doble en homenaje al recién desaparecido.

Hace cuatro años, a bordo de un taxi en Mérida, llamó mi atención que el conductor, de treinta y tantos de edad, cada vez que se cruzaba con otro taxista o con un motociclista, gritaba: ¡Pedro Infante vive! Pregunté la razón y me dijo que para él y muchos radioaficionados y miembros del club de motociclismo, la frase que pronunciaba con motivo del cincuenta aniversario de su fallecimiento era una contraseña para honrar la memoria de Pedro porque era ejemplo de hombre cabal. En ese momento pensé: “Qué curioso, miles de niñas han crecido soñando tener un papá como él; miles de muchachas han idealizado casarse con alguien semejante, y miles de mujeres han fantaseado tener un amante así. Por lo visto, los jóvenes que se han desarrollado a la sombra de su imagen aspiran a ser hombres cabales también.”

A pesar de no ser actor de grandes dimensiones, ni apuesto como Jorge Negrete, ni poseer voz privilegiada, el conjunto de sus propias cualidades empapadas de carisma, conciben el fenómeno Pedro Infante (descansada la causa de su adoración en esa patética trilogía: Nosotros los pobres, Ustedes los ricos y Pepe el Toro). El recuerdo del ídolo del pueblo sobrevivirá las generaciones venideras; si usted no piensa igual, nomás imagínelo cantando “Cuando recibas esta carta sin razón…Uuufemiaaa” …y a ver si no se le derrite el corazón…

Paloma Bello

Continuará la próxima semana…

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