Editorial
Es inocultable la parálisis mundial, en lo político y social, en lo económico e intelectual. Nos enseña una vez más que la sociedad humana, muy a pesar de sus grandes avances tecnológicos, aún es frágil ante las pruebas que le impone el más diminuto ser biológico: el microbio.
Una pandemia viral recorre el mundo, sacude economías, irrumpe sin respetar fronteras políticas o naturales, recorre los caminos y los aires sin pasaporte ni trabas, y se estaciona donde le parece, sin que autoridad alguna le ponga cortapisas.
Como consecuencia de este fenómeno, inédito para la presente generación humana, se revaloran los sentimientos, las acciones, los propósitos, las actitudes.
Los países reconocidos como líderes mundiales, ante lo inaudito de la pandemia, poco han podido hacer para detenerla o acabarla.
Es en estos momentos que la ciencia, la tecnología, y quienes ven en ellas asomos de esperanza, se convierten en el firme y único (¿?) sostén de la esperanza humana de vida y permanencia.
No es, digámoslo, un fenómeno desconocido, porque otros similares han asolado a la humanidad en siglos anteriores. Lo que ha aumentado es la tipicidad y virulencia del accionar en este actual enfrentamiento, en el que la creatividad humana seguramente hallará, como otrora, alguna salida alterna.
En tanto, la precaución es recomendada, el cuidado debido, la conducta social madura. De nada sirven, y sí perjudican, los exabruptos, las actitudes temerarias y las palabras vacías para satisfacer el oído de los poderosos.
Lo que ahora está en juego es la vida humana sobre la Tierra, la permanencia de las culturas, la relevancia de la vida.
Cerrar fronteras a la pandemia es un sueño inalcanzable, una mentira colosal.
Estos son tiempos de reflexión, análisis, obediencia a medidas precautorias para evitar males mayores.
La humanidad sobrevivió al diluvio universal, a las guerras fratricidas, a las armas atómicas de destrucción masiva.
Reagrupar las fortalezas y unirlas para recorrer un mismo camino para la recuperación es lo más apropiado.
Ante la pequeñez de nuestros recursos individuales, o aislados para responder, unamos las grandezas del espíritu humano para que las generaciones que habrán de seguirnos recojan de nuestras dolorosas experiencias la ansiada nueva oportunidad para que la humanidad continúe conviviendo en nuestro adolorido planeta.
Abramos un espacio a la esperanza…