Cine
Pasajeros, de Morten Tyldum
Aquellos de ustedes que piensen que Pasajeros es una película romántica, en vez de una película de ciencia ficción, se llevarán una sorpresa cuando asistan a verla a las pantallas de cine. El director Morten Tyldum – a quien conocimos gracias a su película Código Enigma, la historia de Alan Türing, padre de la computación y quien descifró el código que los alemanes usaban para comunicarse durante la Segunda Guerra Mundial – y el guionista Jon Spaihts – quien tan solo en el 2016 entregó como tarjetas de presentación el guion de esta película y también el guion de Doctor Strange, y que anteriormente lo había hecho con Prometheus, del gran Ridley Scott – han preparado una muy ambiciosa, visualmente rica y estupendamente bien armada historia espacial.
Imaginen que se encuentran totalmente solos en una nave en el espacio profundo, con destino a un nuevo planeta que habrán de colonizar; se despertaron antes de tiempo y se dan cuenta de que para llegar al destino aún hacen falta 90 años, es decir, no llegarán vivos a lo que imaginaban sería una nueva vida. Hay otros pasajeros en la nave, pero están en estado de hibernación y solo despertarán hasta que se encuentren a cuatro meses de llegar al destino final. ¿Despertarían a alguien para que les haga compañía, a sabiendas de que no podrían volver a dormir a esa persona y, por lo tanto, que la estarían condenando a acompañarles el resto de su vida mortal? ¿Y serían capaces de guardarle el secreto de su accionar? De este calibre son las preguntas que se plantean en este filme en el que, como otros actores principales, tenemos a la nave espacial Avalon, y al androide Arthur (Michael Sheen), además de la inmensidad del espacio y un breve, pero muy importante, rol que juega Laurence Fishburne como Gus Mancuso.
Con mi primogénito y con mi xtup de acompañantes, nos mantuvimos expectantes a lo largo de las casi dos horas que dura el espectáculo en la pantalla, disfrutando los efectos especiales – no se pierdan la joya que resulta el globo de agua en que se convierte la piscina –, viajando en el Avalon, un crucero espacial a todo lujo, pero que encierra un secreto. Siempre es agradable ver en pantalla una interpretación, tomada directamente de la imaginación de los artistas, acerca de cómo será el futuro, cómo serán los pequeños elementos rutinarios de nuestras vidas, cómo se interrelacionarán la tecnología y los humanos, y de esto abunda el filme, para mi beneplácito, porque este tipo de antropología espacial siempre me ha llamado la atención.
En Jim Preston (Chris Pratt, el Starlord de Guardianes de la Galaxia), y en Aurora Lane (Jennifer Lawrence, Catniss en Los Juegos del Hambre), descansa el peso de la película. Un análisis muy superficial nos llevaría a la conclusión del primer párrafo: si bien es cierto que existe un elemento romántico entre ambos, existen otros elementos de la historia que se van desarrollando tras bambalinas y detrás del conflicto que vive él por haberla despertado, sin que tuvieran que ver con la decisión que toma Parsons para que su soledad se vea acompañada – parafraseando a Pablo Milanés y su amorosa balada Yolanda –; esos elementos los obligarán a actuar y a preguntarse de qué son capaces.
El único elemento que cuestiono en este filme es la gratuidad de las escenas en las que la bellísima Lawrence muestra piel: no era necesario, puesto que ya conocemos de su capacidad histriónica, como atestigua el Premio de la Academia que recibió como Actriz Principal en El Lado Bueno de las Cosas (Silver Linings Playbook), junto a Bradley Cooper, así como las otras tres nominaciones que ha recibido para Premios de la Academia.
Salvo este pequeño tropiezo, la escenografía en los interiores, los efectos espaciales, la inmensidad de la nave y su estilizada figura mientras viaja a la mitad de la velocidad de la luz, su pequeñez ante la vastedad del espacio, los trajes espaciales, y la infinidad de detalles tecnológicos futuristas, todos son un deleite para aquellos que disfrutamos este género.
Vaya a verla, y déjese envolver por el futuro.
Gerardo Saviola