Editorial
Hace un siglo, por estos años de aquella era, se dijo que un fantasma recorría el mundo. En ese entonces se aludía al fantasma del “comunismo”, traedor de ideas nuevas, pero también de ruptura con las antiguas y gastadas ideas económicas que dieron sustento por muchos años a la irrupción de las masas explotadas a las cúpulas del poder político. Ese “fantasma” era el comunismo, presente siempre, aunque temporalmente apagado en muchos siglos pasados que, agazapado, esperaba la oportunidad para emerger.
Ante ello, los sistemas de gobierno se fueron fracturando, las monarquías pasaron a ocupar espacios decorativos en los gobiernos, y los grupos de poder económico se reagruparon y tomaron fuerza en un período que se caracterizó por dos guerras mundiales, casi una tercera, en la que surge la aparición de una voluntad generalizada de coexistencia que se reflejó entonces en la creación de la ONU y la formación de bloques económicos y políticos, a cuyo alrededor aparecieron áreas de influencias extraterritoriales.
No han faltado en ese devenir los hechos y confrontamientos militares, influidos por la tecnología avanzada con la que se logró la división del átomo que dio origen a la aparición del hongo nuclear experimentado sobre miles de ciudadanos inocentes en Hiroshima y Nagasaki, en Japón.
En un editorial reciente, afirmamos que la tecnología y la ciencia eran hoy compañeros de viaje en el devenir histórico de la humanidad. Ciencia y técnica, dijimos en esa ocasión, eran compañeras en el recorrido vital de la humanidad. Eso lo afirmamos en momentos críticos como los actuales, cuando una pandemia asoma su faz mortífera por todos los espacios de nuestro abrumado planeta.
En lo que va de la evolución de este flagelo, se reafirman nuestros puntos de vista anteriores, a los cuales agregamos hoy que la nueva prueba de una pandemia que somete poblaciones y exhibe debilidades de nuestra convivencia mundial está entre nosotros. Un virus destructor, el COVID-19, flagela por igual a todos los países del mundo.
Creímos ilusoriamente que, domado el átomo, lo que restaba para la evolución humana pacífica ya era miel sobre hojuelas.
La Naturaleza nos da una nueva, dolorosa lección.
Un virus preocupa y ocupa a todas las mentes de todas las razas y latitudes, de todas las creencias, edades, evolución tecnológica, éxito económico, y logros de mejores y más elevados niveles de vida.
Es el problema de todos, no de un país. De la humanidad, no de gobiernos, razas, colores de piel o ideologías. Es de todos.
En los primeros años de este siglo puede decirse válidamente que hay un fantasma que recorre el mundo, pero no es ahora el comunismo, sino un mortífero virus, tan devastador como nunca se había visto en la historia de la humanidad.
Si la humanidad debe sobrevivir sobre la tierra, la tarea de todos nosotros es acabar con este flagelo.
Tenemos fe en que así será si todos conjuntamos esfuerzos, conocimientos y disponibilidades para combatirlo.