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Paco Castro Leñero, un “joven” abstracto

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In Memoriam

(1954-2022)

El pasado 24 de octubre de este año nos llegó la muy triste noticia del deceso de Francisco Castro Leñero (1954-2022). Al respecto de este importante y querido pintor abstracto mexicano, caigo, de manera un tanto inesperada, en esta cita de Teresa del Conde, incluida en el libro Diez pintores abstractos en Yucatán, coordinado por el también pintor Jorge Roy Sobrino, y publicado en el 2014:

La predilección u opción de un pintor por lo que llamamos “pintura abstracta” no es propiamente una vocación sino una elección libremente practicada que puede constituirse en una postura, como ocurre, pongamos por caso con Francisco Castro Leñero que, aunque no solo practica, sino que es docente de dibujo figurativo, solo se permite exhibir obras abstractas, ya sea en museos que en galerías o mismo en la decoración de su propio domicilio.

Aunque Teresa del Conde presenta el ejercicio de la pintura abstracta como una elección libre, habrá que recordar que, en México, tal posibilidad fue el fruto de una oposición muy clara con respecto a la hegemonía del muralismo mexicano, cuyos mayores representantes intentaron impedir, de manera más o menos directa, que se valorara en México cualquier tipo de arte que no estuviera en consonancia con el programa estético e ideológico de los gobiernos postrevolucionarios

El debate quizás ya haya perdido mucho del tenor que tuvo en aquella época, y quizás también tengan razón quienes prefieren difuminar los límites de tal confrontación ideológica para así borrar su relevancia histórica. No obstante, es sin duda una de las características del arte abstracto que obedezca a preocupaciones de orden subjetivo y formal, por lo que es el género artístico que más determinantemente corresponde a la idea del “arte por el arte”. Es también una pintura cuya apreciación depende estrechamente de la noción de “estilo”, en oposición a cualquier intento de interpretación iconográfica, sea política, religiosa o de otra índole. Esto la convierte, simultáneamente, en la menos idónea para transmitir alguna forma de “mensaje social”, razón principal por la cual se convirtió, durante un tiempo, en la bête noire de Siqueiros y de sus seguidores.

Sea como sea, la confrontación entre “muralistas” y “abstractos” tuvo entre sus momentos más álgidos el famoso premio del salón Esso de 1965, en el que el primer lugar en pintura fue otorgado a Fernando García Ponce, y el segundo, a Lilia Carrillo. A partir de ese momento la abstracción adquirió un estatus casi oficial en México (en contrapartida a la anterior oficialidad de la “Escuela Mexicana de Pintura”). Esto permitió ulteriormente que pintores de generaciones más jóvenes que las de la “Ruptura”, incursionaran libremente en este género (al mismo tiempo que suscitó una nueva oposición por parte de aquellos que consideraban que los ideales de la “Escuela Mexicana” habían sido así traicionados, lo cual es otro problema en el que no ahondaremos aquí).

Francisco Castro Leñero (+), su viuda, Irma Palacios e Ilse Gradwohl, forman parte de la nueva generación de artistas beneficiados por el reconocimiento institucional de la abstracción.

Entre la nueva generación de artistas nacidos entre los cuarenta y los cincuenta, beneficiados por el reconocimiento institucional de la abstracción, se encuentran, precisamente, Francisco Castro Leñero (1954-2022), su ahora viuda Irma Palacios (1943), sus hermanos Alberto (1951), José (1953) y Miguel (1956), al igual que Ilse Gradwohl (1943), Gabriel Macotela (1954) o Miguel Ángel Alamilla (1955), cuya generación fue abiertamente defendida por el yucateco Juan García Ponce, en continuidad a la labor que había emprendido anteriormente con respecto a la llamada “generación de la Ruptura”. Por esta misma razón, este grupo de pintores se llegó a conocer en el medio como el de los “jóvenes”, denominación, por cierto, sobre la cual Teresa del Conde se extendió en un artículo dedicado a José Castro Leñero, hermano de Francisco, publicado en 1997 en la revista Letras libres.

Si bien puede tratarse de un azar sin mayor significación, me parece que el hecho de que el nombre de Francisco Castro Leñero haya sido mencionado por Teresa del Conde en el libro Diez pintores abstractos en Yucatán es un una bella ocasión para reafirmar los lazos que existen entre los “jóvenes” pintores abstractos de la ciudad de México y los de la península de Yucatán tales como Ralf  Walter (1941), Eduardo Ortegón (1947-2007), Manuel González (1949), Jaime Barrera (1949), Alberto Urzaiz (1950), Jorge Roy Sobrino (1959), Celina Fernández (1961) o Francisco Barajas (1963); en particular, porque todos ellos (los de la ciudad de México como los de Yucatán), cuentan entre sus antecedentes comunes a dos otros yucatecos incluidos en el mismo libro: Fernando García Ponce (1933-1987) y Gabriel Ramírez Aznar (1938).

Por todo ello, me parece importante que se recuerde ahora desde Yucatán, y no sólo desde la ciudad de México, a Paco Castro Leñero.

Que descanse en paz; su obra queda entre nosotros.

ESTEBAN GARCÍA BROSSEAU

garciabrosseaue@gmail.com

 

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