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Organización capitalista u organización campesina

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Pedro Alberto Escamilla Esquivel

El presente escrito es producto de un ejercicio colectivo de gentes inquietas; unos por lo hecho en el pasado y que se está perdiendo en aras del mercado, de la actividad económica capitalista; otros consideran a la cultura como la piedra angular de la cual deberían de partir las demás actividades propias del hombre. En suma, de la discusión de ese colectivo, de la contraposición de ideas, se busca tener un diagnóstico de la situación actual de la cultura en el estado y, por qué no, a nivel nacional.

En el momento actual en que el fenómeno denominado Globalización ha permeado en casi todas las actividades que hace la población –que no es otra cosa que el capitalismo salvaje, desbocado que como un tsunami arrasa con todas aquellas actividades económicas alternativas que conviven con él– las preguntas cruciales son: ¿Es posible que coexistan economías alternativas con la actividad hegemónica capitalista, o es de por sí necesario que aquellas se extingan o tiendan a su desaparición en la medida que la globalización se hace más hegemónica? ¿Es posible que la cultura, que es resultado del quehacer humano en todas sus manifestaciones, tienda a ser una cultura representativa del capitalismo, o es posible la existencia de culturas alternativas? De la resolución de estas interrogantes se aterriza en un diagnóstico real y sobre todo necesario para poder delinear estrategias acordes al momento actual que está pasando el país y el Estado de Yucatán, en particular.

La premisa esencial para entender el momento actual de la globalización es que la economía subordina a las demás: la política, la social, la cultural, lo ideológico, etc., y es además el motor que reproduce las relaciones sociales, añadiendo además que es producto de un desarrollo histórico que es dialéctico y que en su contradicción trae en sí mismo su desarrollo y transformación.

Nuestro país, y el Estado de Yucatán como fiel reflejo y reproducción de las relaciones sociales de producción que hoy se están dando, presenta una dicotomía: la unidad de producción campesina y la empresa capitalista, dos culturas diferentes en un mismo territorio soberano en el que, a pesar de que cada una posee su propia dinámica, una domina a la otra. Estamos en una economía capitalista, donde los medios de producción son privados y toda la generación de bienes y servicios está orientada a la obtención de la ganancia; esta es la cultura económica que mueve y que tiende a predominar en todo el territorio de nuestro país. Sin embargo, hay organizaciones que escapan a esta lógica económica: las comunitarias, sociales y campesinas.

Yucatán es un estado que ha estado rezagado en el desarrollo económico con respecto a otras zonas. La regionalización se puede establecer de la siguiente manera: en las zonas centro y norte del país se da el desarrollo capitalista, en particular la zona norte, ligada como está a la nación más representativa de este sistema: los Estados Unidos de América. En contraste, en la zona sureste, y en particular en Yucatán, se dan los menores niveles de desarrollo siendo una de sus principales características que las unidades campesinas coexisten y son mayoría en contraposición a las organizaciones capitalistas.

Llegamos a un punto en el que la contradicción marca una tendencia, pero eso es nada más una tendencia que puede acelerarse y revertirse o atenuarse. El poder dilucidar qué camino generará esa contradicción será el punto de partida para diseñar políticas públicas en materia de cultura para la sociedad actual, tan diversa y tan disímbola.

Las políticas públicas implementadas por los diferentes gobiernos durante treinta y seis años aproximadamente –de corte neoliberal– han propiciado que la empresa capitalista sea más dominante.

En México, desde la época de Díaz Ordaz hasta López Portillo, el desarrollo económico se basó en el modelo de Desarrollo Estabilizador. El sexenio de Miguel de la Madrid se caracterizó por ser el parteaguas, el surgimiento del modelo de desarrollo Neoliberal que, hasta la fecha y con el arribo de Enrique Peña Nieto, dominó como modelo de desarrollo económico; su principal característica es la predominancia del mercado en la actividad económica. El Estado como ente generador de bienestar fue hecho a un lado: se vendieron empresas paraestatales de todo tipo y fueron entregadas a manos de la iniciativa privada. Esto motivó el surgimiento de empresas que con el paso del tiempo se convirtieron en predominantes y con fuertes características de concentración monopólica; un claro ejemplo es TELMEX.

Una ola de privatizaciones se dio en el ámbito económico de nuestro país, dando pauta al surgimiento de una nueva clase de empresarios que con el paso del tiempo se convirtieron en los poderes de facto, reales en las principales decisiones en el país.

En suma: el consumo, la producción, la eficacia, el pragmatismo y el mercado se convierten en los máximos valores sociales; en la cultura cada vez más predominante.

Una de las barreras más importantes que habían impedido una mayor penetración de la economía de mercado fue el ejido –la economía campesina–, que no podía ser vendido, era inembargable por ley y de acuerdo con la Constitución. Este impedimento había logrado que en el campo las leyes del mercado no pudieran ser predominantes.

A raíz del cambio constitucional promovido por Carlos salinas de Gortari, el ejido fue integrado a la lógica del funcionamiento del sistema capitalista y, por consiguiente, la economía campesina sufre transformaciones. Comienzan a darse ejemplos de venta de terrenos ejidales, surgimiento de zonas residenciales en manos de grandes constructoras y, además, el crecimiento de los obreros de la construcción, antes ejidatarios. La mancha urbana se amplía, sobre todo en la zona metropolitana; las principales ciudades de esa zona ven desmedido crecimiento poblacional y poco ordenado.

Pero ¿qué está pasando en la economía campesina? Hay resistencias, hay luchas para socavar el tsunami capitalista. Recientemente, en el Municipio de Homún se dio un ejemplo: los pobladores de raíces campesinas-henequeneras opusieron resistencia a la instalación de una mega granja de porcinos de grandes volúmenes de inversión y, desde luego, con orientación al mercado nacional y extranjero. De tradición el pueblo maya se ha metido en esas luchas de resistencia, defendiendo no solo su cosmovisión, sino también sus raíces y costumbres ancestrales.

En los momentos actuales, la tendencia capitalista se ha recrudecido al no haber el suficiente presupuesto, ni tampoco políticas públicas que sienten bases para regenerar la tradición campesina. Sumado a esto, el poco desarrollo económico que existe en la mayoría de los municipios del Estado, sobre todo en el centro y sur, ha motivado que la población joven sea expulsada de sus centros de población para convertirse, si mejor les va, en empleados o albañiles para nutrir la oferta laboral de las constructoras en la capital de Estado y en la zona metropolitana –municipios de Progreso, Hunucmá, Conkal, Umán-. No es casual que en esos municipios estén surgiendo fraccionamientos y zonas habitacionales de alto nivel de vida. En el peor de los casos, los jóvenes constituyen corrientes migratorias –espaldas mojadas– hacia el país del norte. En cualquiera de las dos formas, los jóvenes, si regresan, traen los hábitos, tradiciones y costumbres, en suma: una nueva cultura producto del desarrollo capitalista, olvidando sus raíces y sus ancestrales costumbres.

Ante esta situación se hace necesario implementar acciones que regeneren la economía campesina, pero partiendo del uso de la cultura y el arte para ir creando estrategias que vayan armando una nueva conciencia, mostrando que se puede generar riqueza y distribuirla a través de formas cooperativas, solidarias, formando empresas sociales donde la apropiación del excedente sea para los trabajadores, y no solo para un particular.

La disyuntiva acerca de la economía capitalista vs. economía campesina es una contradicción permanente que lleva en sí misma la intención de evitar la completa desaparición de la segunda. En la síntesis de esa contradicción, la permanente atención a esta última permitirá que la organización campesina persista ante el capitalismo salvaje.

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