Editorial
Yucatán, a no dudarlo, se ha convertido en un punto de atracción para compatriotas emprendedores que ven en este territorio peninsular una esperanza para inversiones de capitales con expectativas ciertas de éxito y utilidades.
Uno de los terrenos más pedregosos del país, con escasos espacios para la agricultura tradicional, ha servido para probar técnicas nuevas de cultivo, aprovechar los conocimientos dormidos de nuestro pasado, y capitalizar la indiscutible vinculación de nuestros campesinos peninsulares, herederos de la visión de los ancestros del Mayab.
Mayab, Ma-ya-ob, no para muchos. Una tierra exigente de amor por ella, trabajo duro y fe, mucha fe de que, en alianza con las visiones heredadas y la sangre de nuestras venas mestizas, este sitio es un paraíso para nuestros espíritus fuertes y las manos firmes, unidas siempre a una voluntad de acero.
Así es como, en la posición cimera de la península, los dioses mayas de los vientos, de la tierra y del agua, dispusieron nuestro sitio de vida y convivencia histórica.
Aquí, en esta planicie pétrea, por cientos de años y decenas de siglos aún late ese corazón firme de los yucatecos de todos los tiempos que, aunque se ausentan eventualmente, siempre retoman el llamado de esta tierra fertilizada con las cenizas de las decenas de generaciones previas a la nuestra.
Aunque sus cenizas ya se hayan integrado a las áreas peninsulares, continúan como firme cimiento para los yucatecos de antes, de ahora y del porvenir.
Esta tierra nuestra ha sido asiento de nuestros ancestros y lo seguirá siendo por mucho tiempo por venir.
Así sea.