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Nombres postizos

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Letras

José Juan Cervera

Pudiera suponerse que el uso de seudónimos vela por completo la identidad de los escritores que recurren a ellos por razones diversas y, como no suelen hacerse explícitas, se prestan a muchas interpretaciones. Este recurso editorial parece acarrear a veces un aire de conjura y una tentativa de guardar ejercicios de marrullería y enredo, esto la hace propicia a temperamentos satíricos. Acaso sólo sea un intento de evitar incomodidades e indiscreciones, un medio decoroso de pasar inadvertido en una sociedad que suele juzgar en demasía las acciones de los demás.

En el mundo de los nombres sobrepuestos, los motivos de fondo se multiplican: uno de ellos consiste en la busca de caminos alternos que permitan compartir observaciones y recuerdos que, por su profusión, requieren más de una vía para darlos a la luz. Un ejemplo ayudaría a aclarar esta variante que ocupa un lugar legítimo en el reino de las probabilidades.

El maestro Roldán Peniche Barrera (1935-2024) dividió su talento en muchos géneros literarios, aunque el recurso de la crónica le allegó numerosos lectores porque con ella se hizo presente en diarios y revistas, aparte de animar conferencias y presentaciones de libros en las que orientó los cauces de su fructífera curiosidad, fuente de experiencias traducidas luego en amenas remembranzas. En algunos casos hizo valer nombres inventados para rubricar sus textos.

En Acentos, medio impreso que dirigió Raúl Maldonado Coello en 1987-1988, apareció la columna “Yucatán curioso” que firmó el maestro Roldán, quien además colaboró con otra denominada “El rincón de Danilo”, sólo que ésta llevaba como autor a Danilo Barrio. Una lectura atenta del contenido de los escritos permite descubrir la identidad apenas disimulada tras el seudónimo. Los temas expuestos, ciertas fórmulas de estilo, y otros indicios que remiten a hechos concretos dan la pauta para reconocer al cronista e historiador de la cultura ya referido, alguien que ganó siempre el aprecio de su público y de sus pares, tanto por la calidad de su trabajo como por su trato personal.

Entre sus varias entregas, Danilo Barrio dio cuenta de las reuniones de un grupo de amigos en céntricos establecimientos de Mérida ya desaparecidos, como los cafés Ferráez y La Sin Rival, donde conversaban acerca de música, literatura y otros tópicos; al llegar la noche, abordaban el automóvil de uno de los contertulios para circundar la plaza principal y presenciar encuentros furtivos y amores clandestinos que ahí se urdían. Con las primeras señales de la mañana, los protagonistas de la noche y sus testigos abandonaban el sitio de sus afanes, para ocupar otros tal vez menos emocionantes, porque la rutina fija sus ciclos como la naturaleza impone los suyos a todas las formas de vida.

La muestra anterior da una idea del sentido de la columna, que en otra ocasión evocó las incursiones de su autor en el Centro Español, bar situado en la calle 66 con 61 donde se relajaba con varios compañeros más, siendo animador principal el abogado Manuel Pasos Peniche, a quien identifica como tío suyo.

Otros asuntos que abordó son los recuerdos infantiles de Justo Sierra O’Reilly al entrar por vez primera en la catedral meridana, y un libro en que los ingleses Arnold y Frost plasmaron sus impresiones de Yucatán. Peniche Barrera fue un conocedor minucioso de la vida y la obra del patriarca de las letras peninsulares; también tradujo al castellano The American Egypt, de los viajeros mencionados.

Otra columna suya fue “Cosas de Yucatán”, que se publicó entre 2004 y 2007 en Cambio del Sureste, revista en la que predominó el comentario político. El seudónimo en turno fue Roger Pinzón Bacelis (las iniciales son reveladoras), y en uso de él trajo a la memoria el servicio que prestaban a la comunidad los comerciantes de accesorios diversos y piezas de ferretería, sujetos conocidos con el mote de chachareros. De igual modo se ocupó de los machacadores, tal como se llamó a los jóvenes que alrededor de los años setenta concurrían a parques como los de Santa Lucía y Santa Ana para estudiar, sobre todo a preparar sus exámenes. “No había en esa época vandalismo en los parques, los estudiantes los cuidaban y su presencia evitaba que acudieran salteadores y bandidos”.

Queda claro que una personalidad apacible, comprensiva y discreta como la de Roldán Peniche Barrera juzgó la conveniencia de acuñar por lo menos dos nombres postizos para dar cauce a su vocación divulgadora de referencias históricas y anecdóticas sin limitarse a una tribuna exclusiva. Un cronista poseedor de un amplio repertorio memorístico, cuyas cualidades estima un público sensible a los valores de la cultura autóctona que le corresponde haciéndole llegar datos sugestivos y apreciaciones oportunas que puedan estimular su discernimiento, factor indispensable para transformar lo dado.

Esto no es costumbrismo hueco sino voluntad de cambio, asociada con una perspectiva capaz de integrar el fondo significativo de otras épocas con el impulso renovador del presente.

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