El abandono de animales de compañía es tan frecuente que nos hemos acostumbrado a él; todos hemos visto o convivido con un animal callejero. Como muchos, crecí viendo aparecer y desaparecer perros y gatos todo el tiempo en el fraccionamiento donde vivía. Esta situación es aún tan habitual como ver animales que aun teniendo propietario están siempre solos; algunos encerrados, otros vagando todo el día.
Soportan el frío, la lluvia y la hostilidad. La escena es dolorosamente común: los mejores amigos del hombre terminan en las calles, expuestos al hambre, al sufrimiento, al maltrato, a la crueldad y la indiferencia humanas.
La mayoría de estos animales alguna vez adornó árboles de navidad, dio alegría en algún cumpleaños o el Día de reyes; fue parte de un hogar y tuvo familia, misma que decidió echarlo porque creció más de lo esperado, por carecer de espacio, de tiempo, por problemas de conducta, por falta de información, sensibilidad y conciencia o porque se cansaron de ellos.
Día tras día, en las grandes ciudades, y también en pueblos pequeños, numerosos perros y gatos deambulan buscando comida, agua, refugio y dueños. Cuando uno los cruza por la calle se pregunta quién los habrá abandonado, por qué los dejan en la calle, quién puede hacerse cargo.
Las respuestas a estas preguntas no suelen aparecer, tampoco los dueños de los animales dejados a su suerte. Son cada vez más las organizaciones que luchan para brindar protección a estos animales, e incluso trabajan conscientemente para buscarles un nuevo hogar.
El abandono obedece a que los animales son vistos como objetos o juguetes y, por lo tanto, se consideran el regalo ideal, sobre todo en la época decembrina; sin embargo, éstos se integran a la familia como un miembro más, por lo tanto, implica un compromiso de vida con ellos.
En las grandes ciudades ya se habla de una sobrepoblación canina; en parte por la falta de políticas y cultura de esterilización, y por el abandono en forma activa (dejándolos ir lejos), o pasiva (dejando que el animal sea vagabundo, no colocándole identificación y negándose a buscarlo).
Otra forma de avalar el abandono es comprando una mascota, ya que son innumerables las que necesitan un hogar y esperan por él en cualquier esquina de la ciudad. Por otro lado, adquiriendo animales en las tiendas se fomenta el negocio de la cría de animales. Por lo general, las personas que se dedican a este tipo de comercio recurren a todo tipo de prácticas dañinas para los animales, con el objetivo de obtener más cachorros y, con ellos, más dinero.
El abandono ocurre en función de la sensibilidad que cada persona posee y, desde luego, el grado de responsabilidad. Por desgracia, en la mayoría de los casos los animales se adquieren por impulso, sin el consenso familiar que es tan necesario, así como la conciencia de lo que implica la llegada de un animal: tiempo, espacio, alimentación, cuidados médicos y esparcimiento, algo que rara vez sucede.
El hecho de no recurrir a técnicas de esterilización de los animales es también de alguna manera contribuir a su posterior abandono ya que, al haber una mayor oferta de animales, se produce un excedente que lamentablemente sigue siempre el mismo destino: la calle.
Por todas estas razones se comienza a hablar de una tenencia responsable de mascotas, esto es, la responsabilidad y obligaciones que adquieren los propietarios para asegurar el bienestar de sus mascotas y la convivencia con el resto de los animales, y con las personas.
Es muy común encontrarse con situaciones en las que una familia no estaba suficientemente preparada para adoptar una mascota. Sus integrantes piensan que basta solo con alimentarlos, tenerlos en el espacio existente y prestarles algo de atención. Sin embargo, la mayoría de las veces estos errores luego derivan en que los animales no se encuentren en buenas condiciones, se enfermen, o presenten problemas de comportamiento, como sucede habitualmente con los perros.
Lo cierto es que tanto los perros como los gatos, o cualquier otro animal que sea adoptado como mascota, requieren de atención y cuidados especiales que debemos conocer previamente a llevarlos a nuestra casa. Esto es fundamental en el caso de que haya niños en la familia, ya que ellos son quienes más interactuarán con los animales y deben saber cuáles son los cuidados que se debe tener, y también cuáles son los límites en el trato. Al separar a un animal integrado a la familia, y sobre todo a un niño que lo considera su compañero, se debe tomar en cuenta el daño psicológico que puede haber al ser separado de su mejor amigo.
No olvidemos que adoptar una mascota puede ser una excelente oportunidad para enseñar valores a nuestros hijos como la solidaridad, el respeto, el cuidado hacia otro ser vivo, el cariño y el amor. Los adultos tenemos la obligación de educar y de dar ejemplo a las generaciones venideras acerca del respeto hacia todos los seres vivos. Esa educación empieza en el hogar, con esos fieles compañeros de cada día.
Dra. Carmen Báez
drabaez1@hotmail.es