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Remembranza
“CREADOR DE LA CIUDAD DE LOS DEPORTES, SUEÑO FARAÓNICO EN LA CIUDAD DE MÉXICO”
ALFONSO HIRAM GARCÍA ACOSTA
Iniciar esta crónica es llevar mi mente a 1936, año del que nací un 26 de febrero, Miércoles de Ceniza, en la Casa Morisca de la ciudad de Mérida, calle 56 X51, patrimonio nacional. Apenas diez días después, mi madre partió conmigo a la Ciudad de México, que en esos momentos era el Distrito Federal, para acompañar a mi padre, Alfonso García Peniche, locutor y miembro del equipo de trabajo de Neguib Simón en la fábrica de hojas de rasurar “Ala” y “Pal”. Don Neguib me conoció recién nacido.
Mis tíos Julio y Bernabé ya eran parte del equipo de Neguib Simón, el primero como su hombre de confianza y administrador, el segundo como Jefe de Almacenes. Mi padre pronto ascendió a Jefe de Personal de la fábrica, además de ser encargado emergente en la fábrica de focos “Luxo”, o en los Departamentos Pal, en la Av. Chapultepec, frente a Televisa actual; o en la industria de perfumería para hombre “Pal”; o en el “Sans Souci”, uno de los dos cabarets más importantes de la ciudad (el otro era “El Patio”).
Con estos antecedentes, a Don Neguib le nació la idea de tener la mejor ciudad deportiva de México, donde con el estadio “Olímpico” y la Plaza de toros más grande del mundo, la “Monumental Plaza México”. Iniciaba un proyecto gigante deportivo para un México con 10 millones de habitantes.

El título del presente artículo nos remite automáticamente al personaje caracterizado por Joaquín Pardavé, “El baisano Jalil”. Bajo esa presunción, el lector no se encuentra alejado de la realidad. Interpretado por el cómico mexicano, se encuentra inspirado en la vida del empresario de origen libanés Neguib Simón Jalife. La blanca Mérida lo vio nacer en 1896. Desde sus primeros años, Simón ayudó al oficio familiar, primero “como modesto buhonero y después como comerciante establecido.”
Sus ajetreadas horas laborales no impidieron que el joven Neguib hiciera a un lado sus estudios. Para 1922, terminó la carrera de abogado, y muy pronto comenzó a litigar al lado del progresista yucateco, Felipe Carrillo Puerto.
Para el inicio de la década de los años 40´s, el otrora millonario Neguib Simón, como muchos otros hombres de la historia que rebasan la grandeza personal, quiso dejar huella a través de una obra faraónica, la Ciudad de los Deportes. Simón adquirió una propiedad de poco más de un millón y medio de metros cuadrados en las inmediaciones de Mixcoac, pertenecientes a antiguas ladrilleras, con el fin de llevar a cabo una ciudad deportiva
Cuando la Av. Insurgentes terminaba en el Parque de los Venados y el Hotel “El Diplomático”, en estos terrenos se encontraba el río de La Morena y la ladrillera del mismo nombre. La casa principal de esa hacienda de 9 recámaras con corredores Neguib se la entregó a mi tío Julio para establecer las oficinas administrativas, y hogar. Aquí se construyó la maqueta de la Plaza de Toros, además de ser el estacionamiento de camiones concreteros que trabajaron derramando concreto las 24 horas por día en lo que hoy es la colonia Noche Buena.
En su mente proyectó la construcción de una plaza de toros, un estadio de fútbol, frontones, albercas, boliches, canchas de tenis, arenas de box y lucha, restaurantes, cines.
Recuerdo el proyecto de las piscinas que terminaban en una playa artificial con oleaje, una maravilla para los años cuarenta.

Las familias García Peniche y Rivero Peniche estuvieron ligadas a los Simón en el Distrito Federal como el brazo derecho administrador de todas sus inversiones.
Contado por mi padre, he aquí un dato curioso sobre el afecto que le tenía a sus colaboradores y paisanos yucatecos.
Un día, ya cercano al 45, Don Neguib llamó a mi padre a su despacho y le dijo: – “Alfonso ya tienes muchos años trabajando conmigo, nunca has llegado tarde y te vas después de las horas de trabajo. Dime cómo vienes a la fábrica.”
– “Don Neguib, tomo el tren Villa-Zócalo, me bajo en Peralvillo y tomo el camión que me deja en la puerta de fábrica.”
– “Muy bien, muchacho. Toma las llaves de mi coche, es un Hudson 42, casi nuevo. Yo ya compré otro nuevo. El mío es ahora tuyo para que vengas a trabajar o donde te mande.”
– “Gracias. Don Neguib. No sé manejar y nunca he manejado, pero le agradezco su ofrecimiento.”
– “Espera, no te vayas”.
Llamó a mi tío Bernabé y le pidió que fuera a su despacho. Le preguntó si todavía trabajaba en el Almacén Baudelio, que fue su chofer…
– “Llámalo y dile que ahora está a cargo del Jefe de Personal, que estará a su servicio con el coche que le regalé a tu hermano…”
– “Muy bien, Don Neguib, así será.”
Ese día mi padre ya tenía automóvil con chofer permanente.
Pasó el tiempo.
Mi padre decidió crear una empresa para teñir fibras duras en Monterrey, Nuevo león, en la Col. Nuevo Repueblo, en San Luisito. Liquidaron a mi padre y el le dijo: “Don Neguib, gracias por el auto y el chofer. Me voy de la ciudad, pero el auto es suyo. Si quiere, puede dárselo a cualquiera de mis hermanos, o usted puede disponer de él. Nuevamente, gracias.”
Mi padre partió a Monterrey y nunca se volvieron a ver, pues posteriormente mi familia volcó a Mérida, donde seguimos establecidos todos los descendientes García Acosta.
Neguib Simón también construyó cercano al Zócalo capitalino el Pasaje Yucatán, con comercios en ambas caras, oficina y bodegas en el segundo piso. Abrió un restaurante con ocho mesas para que cocinara y lo atendiera la mamá de Rosa María Alam, la primera cantante de música tropical mexicana cuyo primer disco pagó Neguib Simón. Con ese dinero vivió la familia Alam, que tenía un hijo inválido.
Neguib tuvo dónde comer guisos árabes y yucatecos. La cocina yucateca y la árabe se fundieron en la gran capital, como en Yucatán.
Neguib Simón, un gran emprendedor que hizo que la colonia yucateca y sirio-libanesa de Yucatán se unieran en la gran metrópoli del Distrito Federal.
Abur.


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