Editorial
Algo estamos incumpliendo los mexicanos de hoy. Las fuerzas de la naturaleza y nuestros dioses ancestrales así lo parecen señalar.
En la capital de nuestra república mexicana, la Ciudad de México, y zonas en la cercanía del Popocatépetl, la amenaza es de graves erupciones con señales preocupantes: tremores, cenizas y sacudimientos que registran los sismógrafos de la zona periférica a dicho airado coloso. ¿Aviso de la Madre Naturaleza señalándonos los abusos que hacemos contra ella?
En otras regiones del país, una fuerte sequía agobia a la población, vegetación y reino animal. Afecta a todos, de una u otra forma.
Crisis por el abasto de agua utilizada para riego y para ingesta humana.
Crisis por el calor inclemente que destruye plantíos que languidecen por carecer de riego suficiente, limitaciones en la capacidad instalada de los servicios públicos, no prevista originalmente para casos críticos de este nivel.
En la península yucateca, las reservas de los mantos freáticos mitigan un tanto el problema. Somos afortunados, no así las muchas poblaciones que carecen de esa conformación terrestre privilegiada.
Chaac, nuestro dios maya del agua, nos muestra su poder y majestad. Es a su autoridad suprema a quien los hombres del campo imploran el envío celeste de las aguas bienhechoras para favorecer las aún salvables cosechas básicas para alimentar a un pueblo como el nuestro, arraigado a sus creencias.
Las ceremonias de invocación a Chaac son cotidianas en este Mayab legendario. Los h’menes mayas claman en su lenguaje ceremonial buscando la benevolencia de este dios cuya decisión les resulta imprescindible y esencial, esperando ser escuchados.
Los mayas de hoy esperan la respuesta de sus dioses ancestrales.