Colonia Yucatán
Doña Belem María Socorro Álvarez y Pech, una de las primeras muchachas que trabajó como obrera en la fábrica de la Colonia Yucatán, continúa compartiendo sus recuerdos de cuando trabajó en la fábrica.
Temprano está llegando mi comida, soy la primera a la que le mandan su comida. Para comer, me relevaban y comía; invitaba a don Fernando a un taco, era como costumbre darle un taco al jefe. Trabajé con varios jefes, a veces éramos puras mujeres en el turno.
La vida antes de casarme, aclara, era muy bonita. La carne de res costaba $5.00, igual de puerco. Don Manuel Rodríguez decía ‘que coman carne, si no cuando suba no van a poder comer.’ Teníamos subsidio, había cooperativas; por ejemplo, a mi papá le daban 20 kilogramos de maíz, frijol, azúcar, leche.
Yo me casé por la iglesia, un padre americano (refiriéndose a los padres de Maryknoll, que eran extranjeros) me casó, dice de manera fluida y sonriente la mamá de Amílcar. A las dos de la tarde fueron a ver al del Registro Civil y no quiso venir, así que primero me casé por la iglesia, luego por el registro y después por pende…jajajaaa… suelta sonora carcajada como una muchacha traviesa la hija de “don Diablo”.
Nunca me enfermé en la fábrica ni vi accidentes. Cuando me casé, a mi marido le dieron esta casa, comenta mirando alrededor de la sala donde se realiza la plática. Era comisario Felipe (Huach) González.
Tres años estuve encomendada, porque antes no había renta, hasta que mi marido consiguió esta casa. Sin puertas ni ventanas, así me pase a vivir aquí; él salía a tomar, pero por la gracia de Dios nadie venía a molestar, nada, ni había pleitos, nada.
Estuve casada desde 1956, hace más de 20 años que soy viuda. Acá en la Colonia nacieron todos mis hijos.
¿Cómo era el ambiente de la fábrica en la época cuando usted trabajó allá?
Muy bonita, responde de inmediato. Eso le cuento a mi hija Cori, que también trabajó en la fábrica, pero no tardó. Recuerdo que en la caseta Elsy Marfil me pagaba.
Inés Salas (+), Hilda Corona, Lupita Arce trabajaron en la empresa también en esa época.
Mi papá enganchaba los rolos en la fábrica y yo todos los días le llevaba su comida con mi hermanita Teresa.
Por la gracia de Dios no padezco ninguna enfermedad ni quiero saber si soy diabética, comentó la amable y sonriente doña Belem María cuando conversé con ella en su casa una larga y calurosa mañana un día de abril hace algunos años.
[Desde enero de 2017, doña Belem goza del Paraíso eterno.]
LCC. ARIEL LÓPEZ TEJERO