Perspectiva
La semana pasada, aludí en un breve párrafo de mi colaboración al agobio que me causaba ponderar y alcanzar una decisión muy importante sobre mi futuro.
Seguramente ustedes también han experimentado esa sensación de incertidumbre que se aposenta en nuestro estómago, ronda por todos nuestros vericuetos mentales en diferentes momentos del día, buscando maneras de inquietarnos y rompernos la concentración, nos impide obtener sosiego, y que solo desaparece cuando tomamos una decisión, y actuamos en consecuencia.
Morimos lentamente cuando nos encontramos en la indecisión, cuando no alcanzamos a vislumbrar las consecuencias de nuestras decisiones, pero también cuando las podemos imaginar, y el efecto dominó que acarrean nos llena de temor.
Conforme crecemos, nos convertimos en adultos, y se espera que sopesemos muy bien los pros y los contras antes de tomar una decisión.
De la misma manera, en la medida en la que tomamos decisiones, y aceptamos las consecuencias, vamos reforzando nuestros criterios, nuestra forma de ser, y modelamos y forjamos nuestro espíritu y compás interno.
Nuestras decisiones debieran basarse siempre en datos, si los hay disponibles, evaluando escenarios y consecuencias, sin olvidar también al corazón y, en la medida de lo posible, consultando con aquellos que pudieran salir afectados con la determinación que tomemos.
En mi caso, pensaba que las decisiones más difíciles que había enfrentado habían sido los divorcios en los cuales mis hijos resultarían afectados.
Aprender a sobrellevar las consecuencias de mis actos ha sido uno de los aprendizajes más dolorosos en toda mi vida, sobre todo porque implicó no solamente dejar de participar temporalmente en sus vidas en muchas cosas importantes, sino también reconstruir mi relación con ellos, poco a poco.
El Tiempo se encarga de poner las cosas en su lugar, y estoy orgulloso de ellos y del amor que me prodigan, a pesar de los errores de juicio que ellos han visto que cometa.
Ante la situación que he mencionado, seguí al pie de la letra lo que indiqué líneas arriba: involucré a las personas que amo, sopesé la información, desarrollé escenarios, modelos…
La gran interrogante al final seguía siendo una que tal vez es inherente a toda decisión que se presenta ante nosotros: ¿estaré siendo egoísta, a pesar de que he involucrado a todos en el asunto y han dado su opinión?
No dejó de resultarme curioso que, habiendo superado la barrera del quinto piso, cuando en teoría he tomado cualquier cantidad de decisiones, y asumido las consecuencias, ahora me encontrara rebasado por el alcance de lo que apareció en este momento en mi vida, sin que lo buscara.
Cuando me encuentro en tiempos de tribulación, la Madre María viene a mí con palabras sabias: Déjalo ser, nos cantó un trovador de Liverpool hace cincuenta años, orientando un poco el camino.
Pues bien, después de haber debatido e involucrado a todos, con la incertidumbre a cuestas, yo pedí a mi Dios que me ayudara con la decisión porque solo no podía tomarla, porque creo firmemente que Él nos dirigirá siempre mejor que nadie hacia lo que nos conviene a todos, y porque no hay mejor consejero.
Las dudas se fueron despejando, no sin poco dolor, algunas acompañadas de nuevas preguntas y temores.
Con cada duda que era confrontada, las respuestas me fueron dirigiendo inexorablemente hacia lo que finalmente decidí, algo que estoy seguro ahora me unirá más a aquellas personas que amo y me han servido de guía y apoyo en todos estos años de aprendizaje.
Desde esta perspectiva, todos desarrollamos un “sistema” que nos permite arribar a decisiones cuya calidad necesariamente depende de lo minucioso que se haya sido.
Para mí, tal vez como para muchos de ustedes, con los años está cada vez más presente en mi vida aquella frase que dice: “No le cuentes a Dios qué tan grandes son tus problemas; cuéntale a tus problemas cuán grande es tu Dios.”
La gran pregunta que mencioné anteriormente se va respondiendo conforme involucramos a aquellos que nos ayudan a pensar en todo y en todos, hasta arribar a la decisión final.
Esos son los personajes clave en nuestras vidas.
Y estoy en paz…
S. Alvarado D.