Aída López Sosa
Descrito como uno de los misterios más grandes de la vida, del cual no se pueden establecer límites claros ni fórmulas mágicas, salvo los que cada uno pueda plantearse con base a su experiencia, es el Amor. Concepto que ha sido cuestionado por pensadores tanto clásicos como contemporáneos, motivándolos a la reflexión acorde a su época y mirada.
Estamos en una sociedad liquida, refiere Zygmunt Bauman en su libro Tiempos Líquidos: somos líquidos tanto en la universalidad como en la particularidad, De este hecho se desprenden aspectos mucho más íntimos y complejos de la raza humana. Vivimos transformaciones respecto a la visión del mundo y la funcionalidad de las relaciones humanas. Hay una compulsiva tendencia a moverse en el terreno de la satisfacción que brinda la inmediatez: aquí y ahora. Se infiere que la interacción deba ser beneficiosa, si no resultara así, hay que dejarla ir. Una moda en la forma de interactuar y comprometernos.
La vida no da tregua, son breves los momentos para la verdadera reflexión; esto nos lleva a entablar relaciones fugaces, pasajeras. El autor cumple su promesa de desentrañar y registrar esa extraña fragilidad de los vínculos humanos donde predomina la sensación de constante incertidumbre: el trabajo, la pareja, el dinero, la salud, la vida, en fin, ¿cómo comprometernos para siempre con alguien sin tener certezas? La inseguridad es un elemento esencial y clave para entender la flaqueza humana, por lo tanto nuestros deseos también lo son, volviéndolos un verdadero conflicto. “El hombre moderno líquido está desesperado, ansioso al sentirse fácilmente descartable de un momento a otro, con la posibilidad de ser abandonado a su propia suerte. Siempre a la expectativa de la inseguridad que la vida ofrece y de la incertidumbre de una mano servicial con la que pueda contar en los momentos determinantes de la vida.”
Estamos ávidos de relacionarnos, pero temerosos de terminar “amarrados”. Queremos preservar nuestra libertad paradójicamente para seguir relacionándonos con cierta periodicidad con otros individuos. Los amoríos son una bendición a medias, oscilan entre el cielo y el infierno; entre un sueño reparador y una pesadilla y lo angustioso de no saber cuándo se pasará de un estado a otro. San Agustín consideraba miserables a los esclavos del amor, porque cuando lo pierden hay tormento y aflicción, entonces sobreviene el sentimiento de miseria por haber amado.
Las personas se han adaptado a las circunstancias y aprovechan las bondades tecnológicas para entablar relaciones virtuales con parejas hechas a su medida, las cuales prometen dinamismo y seguridad. Acceso y salida: Control+Alt+Suprimir. El habitante del mundo líquido advierte: “si quieres relacionarte más vale que sea a una distancia prudente de la que puedas huir cuando sea oportuno.” Es decisión personal, de acuerdo con el proyecto de vida que cada uno se trace, si se “amarra” a una pareja o se deja “fluir” en la liquidez de los tiempos modernos.
La moda afectiva, desmitificación de la maternidad y el derecho reproductivo de la mujer son causales de la baja natalidad en América Latina y el Caribe –menos de dos hijos por mujer, según informes del Fondo de Población de la ONU. Cifra similar o menor en países asiáticos y europeos. Antes de la pandemia la tasa de reemplazo estaba por debajo, apuntaba a una sociedad envejecida. Los números seguramente se están moviendo con la ayuda del virus. Esperemos el recuento a posteriori.