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Mitsu e Hiraku (XXVIII)

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XXVIII

Resulta paradójico entender cómo un guerrero se pasa más de la mitad de su vida entrenando para convertirse en una máquina perfecta y que lo que le resta de ella pueda acabarse en un minuto’ – AYUMI KOIZUMI, Cronista

Chieko observó a Hiroshi dormir mientras recibía la última transfusión de sangre. El valiente ninja estaba sedado; sus heridas fueron serias, pero sanaban ya y comenzaba a recuperarse.

Habían pasado 3 meses desde su escape de Yucatán. Encontraron refugio en Campeche, en un apartado poblado cercano a la frontera de México con Guatemala. Habían elegido esa ruta al considerar que tenían mejores opciones en los 965 kilómetros que abarcaba la división entre los dos países antes mencionados.

En aquel lugar, que en el pasado fue un campamento chiclero y que ahora albergaba una población mínima, se refugió en una cabaña aún más apartada que le fue rentada sin preguntas por el propietario al recibir a cambio una generosa cantidad de dólares.

Su amado necesitó varias suturas que ella se encargó de realizar sin problema, gracias a los conocimientos adquiridos durante su entrenamiento ninja. La espada de Kadashi había cortado hasta en tres ocasiones su cuerpo: Un tajo hirió su brazo, el segundo la pierna y el tercero la mejilla derecha. Todas dejarían cicatrices permanentes. Chieko pensó, mientras se encargaba de limpiar las demás lesiones, que era mejor seguir vivo que ser guapo. Quizá aquella marca en la cara podría con el tiempo reducir su dimensión.

Solamente salía cuando era indispensable. Recorría en una camioneta del 88 los tres kilómetros en dirección a Candelaria hasta llegar a una zona comercial donde compraba provisiones para unos 15 días, siempre atenta a la gente que la rodeaba, alerta ante el posible ataque de algún inesperado enemigo. Pasado un tiempo, entendió que la Compañía no iría contra ellos ya que, al final de cuentas, no tenían conflictos directos con ella. Quizá por ese lado el peligro había disminuido, pero eso no significaba que bajaría la guardia. Era su obligación no dar nada por sentado y conservar la disciplina.

Durante el trayecto de retorno caviló acerca de lo sucedido…

En su apresurada huida le resultó imposible saber qué había pasado con Kadashi. No tenía certeza de que estuviera muerto, y tampoco podía saber si había sido capturado. Por eso prefería mantener la guardia alta. Tampoco había considerado prudente intentar comunicarse con el clan Matsumoto. Ya no confiaba en nadie más que en aquel hombre que se recuperaba poco a poco.

Con aquella soledad permanente, con Hiroshi la mayor parte del tiempo inconsciente, Chieko aprovechaba el tiempo para entrenar y meditar.

Durante días enteros realizó viajes astrales para reunirse con su tatarabuela Mitsu, quien siempre contestaba todas sus preguntas. Además, comenzó a recibir instrucción marcial directamente de su milenaria pariente quien, orgullosa, constataba el hambre de conocimiento de aquel espíritu inquieto.

Chieko tenía una habilidad natural para absorber técnicas y dominarlas en tiempo récord. No solo era capaz de aprender con una rapidez acojonante, sino que además en aquel plano era capaz de mover objetos pesados con la mente, es decir, evolucionaba cada vez en diferentes niveles. Su cuerpo físico permanecía en la Tierra, mientras utilizaba su cuerpo astral de forma independiente, expandiendo sus poderes en otros desdoblamientos.

Cuando Hiroshi comenzó a recuperarse, observó que Chieko se ponía en posición de loto y se quedaba así por horas. Afortunadamente ya podía caminar y valerse de sí mismo para ir al baño y servirse algo de comer, porque su amada parecía decidida a pasar más tiempo fuera de su cuerpo.

El ninja le preguntó qué era lo que hacía durante aquellas experiencias extracorporales. Ella le dijo la verdad: visitaba a su abuela Mitsu porque la estaba entrenando, algo que asombró al guerrero, a pesar de que él mismo había logrado expandir su mente a otras dimensiones en el pasado.

Chieko le contó cómo Mitsu logró abrir una grieta que unió por un breve lapso de tiempo ambas dimensiones, con la finalidad de protegerla a ella y de paso eliminar a Hiso. No fue necesario, porque un demonio utilizó algún tipo de hechizo que hizo que aquella asesina desapareciera con aquel maligno ser.

Mitsu le había advertido que, aunque el peligro letal había disminuido, no significaba que hubiera terminado, por lo que era primordial avanzar cada vez en la recolección de conocimientos. Era necesario estudiar, era imperante entrenar, era obligado dedicar una enorme cantidad de tiempo a la meditación como una vía para realizar los viajes astrales.

Hiroshi aceptó de buena gana la propuesta de Chieko. La amaba tanto que por ella había sido capaz de enfrentar a aquel brutal enemigo, un despiadado contrincante que había dejado una marca permanente en su rostro, que estuvo cerca de matarlo, pues era evidentemente más rápido, más fuerte y más despiadado. Aceptaba que debía estar muerto, y también que se había salvado debido a la intervención de aquellos mercenarios enviados a cazar precisamente al llamado “Asesino de Negro”.

¿Qué había sido de él? La idea de aceptar que estaba muerto coqueteaba en su mente, pero su instinto le advertía que podía reaparecer en algún momento. No sabía cómo, no sabía cuándo, solo sentía que volverían a enfrentarse… o quizá no.

Ambos decidieron no buscar contacto con el clan y seguir escondidos en aquel lugar que les ofrecía todo lo necesario para dedicarse a su instrucción mental por largos períodos de tiempo.

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Kadashi admitió que era sorprendente la enorme cantidad de posibilidades de infligir dolor a un ser humano. Aquel maldito nazi que apestaba a formol se dedicó por semanas enteras a torturar cada centímetro de su cuerpo. Utilizando una enorme cantidad de instrumental, decenas de técnicas fueron ensayadas en su cuerpo. Fue quemado, cortado, amputado, golpeado, desmembrado. Cada parte de su cuerpo que era desprendida le era enseñada. En ocasiones, aquel monstruo que se decía científico llegaba inspirado y creativo, implementando torturas que solamente eran mezclas de otras ya existentes. Un enorme espejo colocado encima le permitía apreciar las maldades que Mengele ejercía contra él.

¿Por qué demonios no moría? No era posible que tras sufrir tales lesiones no falleciera…

Quería morir. Sí, admitía que ya no quería sufrir más, admitía que estaba horrorizado, admitía que aquellos malditos habían logrado doblegarlo; admitía que había sido un idiota cuando cometió aquel error que lo llevó a esta situación. Todo esto lo admitía mentalmente, porque jamás emitió gemido alguno, lo que provocaba en el alemán una frustración constante. Le escuchó decir que en sus más de cien años de vida no había encontrado a nadie capaz de soportar tanto sin emitir alaridos.

Frustrado, el doctor decidió entonces cortarle los labios y la lengua, ya que de todos modos no serían utilizados por aquel obstinado japonés.

El tiempo siguió pasando hasta que una noche (¿o sería día?) el doctor Mengele le informó que el período de tortura había terminado. Iniciaría de inmediato la transformación que le había advertido cuando llegó a aquel bunker oculto en la selva guatemalteca.

Le confesó que lo anterior había sido un paseo por la pradera en comparación a los niveles de dolor que comenzaría a experimentar, a pesar de ser ya una llaga humana.

‘Lo que te voy a hacer, escapa a la comprensión de los seres comunes. Tan solo te diré que, para lo que te convertirás, solamente requeriré mantener tus órganos vitales y tu médula ósea. Por eso pude quitarte la nariz, las orejas, los dedos, la lengua, las manos, los brazos, el pene, las piernas. No te preocupes, Kadashi. Cuando termine, tendrás un nuevo y poderoso cuerpo” –le dijo el demente nazi antes de arrancarle los ojos.

Continuará…

RICARDO PAT

riczeppelin@gmail.com

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