‘Los Shinobi-no-mono eran consumados espías, maestros en el arte del disfraz, la actuación, y poseían fluencia en idiomas y lenguas nativas. Además, debían dominar la alquimia y conocer de ciencias, incluyendo las oscuras.’ – AYUMI KOIZUMI, Cronista
Chieko realizó el viaje astral a la velocidad más rápida que le permitía el subconsciente. Ya sabía cuáles eran las entradas, así que muy rápido llegó una vez más al plano donde su tatarabuela Mitsu aguardaba paciente, recibiéndola con su acostumbrada sonrisa.
Nuevamente se refugió en los brazos de aquella líder militar del clan Matsumoto, quien parecía disfrutar mucho sus labores artísticas en aquella especie de taller que destacaba entre las demás construcciones de la extensa pradera, adornada con árboles y plantas de muy diversos tipos. Por primera vez, Chieko advirtió que la gente que trabajaba en su alrededor en diversas funciones en realidad era una especie de discreta guardia, que resguardaba la seguridad de la dama. Pero nadie se movió cuando la visitante tomó de la mano a su milenaria pariente suplicando ayuda.
Relató todo lo que estaba ocurriendo precisamente en su realidad: Kadashi enfrentando a Hiroshi, e Hiso buscándola para eliminarla a ella. Contó con detalle su decisión de regresar para pedir consejo, pues en el plano físico no tendría oportunidad con aquella guerrera.
La anciana no dejó de sonreír. Caminó con su bisnieta hasta una banca tallada en piedra que adornaba la entrada de la casa, bajo el cobijo de dos pinos medianos que le prodigaban buena sombra.
Mitsu volvió a explicarle que el concepto del tiempo adquiría una dimensión diferente en aquel lugar; que, aunque en ese momento su cuerpo estuviera indefenso, su alma estaba segura, pues aquel era solamente uno de muchos otros que Chieko había usado a través de sus diferentes existencias.
<<Lo que conocemos como reencarnación en realidad es solamente un concepto que trata de explicar nuestro constante paso por la existencia, cualquiera que esta sea.>> comentó a su heredera, que trataba de entender cada palabra. <<Hija, a lo largo de tu vida has recabado en tu cerebro información sobre todo lo que te rodea. Tienes recuerdos de tu niñez, aunque estos se van perdiendo con el paso del tiempo. Retienes lo suficiente para aceptar la realidad de lo que vives, de lo que ves, de lo que comes, de lo que sientes… Si te dijera que en realidad eso te ha pasado a lo largo de tus demás existencias, ¿qué me dirías, pequeña?>>
Chieko analizó la pregunta y trató de poner en orden sus ideas. Aquella sensación extraña volvía a cimbrar su columna. Sin embargo, no había tiempo para más dudas, así que lanzó la pregunta que más le inquietaba.
<<¿Si muero en la Tierra, moriré también aquí? ¿Desapareceré también de este plano?>>
Mitsu la abrazó antes de compartirle el mensaje clave: <<Amada hija, lo que llamamos realidad, todo lo que nos rodea ahora aquí, todo lo que te rodea en la Tierra, es solamente una escenografía. De hecho, es una escenografía tan grande que escapa a la comprensión de la mayoría. Cada humano nace con la capacidad de comprender las cosas básicas, aquellas que le permiten llevar una vida común, de esa forma no requiere de mayores elementos que lo aventuren a poner en duda nada. Cuando fallecen, simplemente cambian de escenario, mueren en ese plano para regresar a otro donde interpretan un diferente rol. La enorme mayoría no lo recuerda porque están alienados, porque el sistema les ha devorado el cerebro, programándolos para seguir cumpliendo una función específica dentro de cada plano.>>
<<Abuela, ¿quieres decir que somos una especie de avatares? ¿Que en realidad mi verdadero yo está fuera de mi cuerpo? ¿Cómo es posible eso?>> exclamó la bella joven, ansiosa por encajar las piezas.
Mitsu se levantó, colocándose frente a Chieko para aclarar el asunto.
<<Pon atención, mi amor. Como sabes, porque estudiaste mi historia, junto a tu abuelo Hiraku logramos convertir al clan Matsumoto en el más importante de todos los que practicaban el arte Shinobi. Lo logramos porque desde pequeños ambos pactamos no detenernos en nuestro afán de encontrar respuestas a las grandes dudas, aunque para ello debiéramos recorrer rutas peligrosas. Ambos descubrimos que nuestra realidad tiene claves ocultas a las que solamente logran acceder muy pocos privilegiados, claves que permiten descifrar la manera de brincar de un plano existencial a otro. Por ello, Hiraku y yo pudimos prolongar nuestro paso por la Tierra, gracias a los secretos que fuimos revelando mientras llevábamos a cabo cada misión como ninjas. Tu abuelo y yo no solamente realizamos proezas en Japón, también las efectuamos en algunos países de Europa, y en otros continentes desconocidos que están más allá de los muros de hielo. Lo hicimos porque, gracias a la meditación y el desarrollo de nuestra mente, pronto descubrimos lo que en realidad somos.>>
<<¿Qué somos, abuela?>>
<<Envases, mi amor. Somos envases de un espíritu, un espíritu que navega por las distintas realidades. Yo estoy aquí contigo, pese a que mi cuerpo físico se convirtió en cenizas hace cientos de años en el plano terrestre. Aquí, estoy completa, envejecida sí, jajajajaa, pero completa. ¿Sabes cómo eso es posible?>>
<<No, abuela, la verdad es que quisiera entender todo lo que dices. Quiero saber qué debo hacer para impedir que Hiroshi muera y yo quede sin cabeza en la Tierra>>
<<De acuerdo, entonces deberemos realizar una movida para que puedas comprender totalmente lo que trato de explicarte.>>
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Hiroshi sangraba de dos heridas serias, aunque no necesariamente mortales. Sin embargo, su fuerza mermaba justo cuando su enemigo incrementaba sus ataques. Los intercambios eran tan rápidos que solamente se escuchaba el choque de los aceros y los gemidos de ambos cuando estos cortaban la carne.
El Asesino de Negro era un verdadero experto, con un poder sorprendente, una energía que era producto de su capacidad marcial y su pacto con las fuerzas malignas, un ángel exterminador que te arrancaba la cabeza y también el espíritu; un homicida vampírico que se nutría del dolor, del horror que producía en sus víctimas…
Hiroshi, la víctima propicia, había resultado un oponente muy duro. Kadashi estaba furioso de que aquel renacuajo estuviera retardando lo inevitable. Ya debería estar muerto, pero de alguna manera había soportado todos sus ataques, y no solamente eso, había osado herirlo: Un tajo había cortado su rostro y la sangre emanaba generosa. ¿Cómo se había atrevido ese mortal?
Kadashi era el Asesino de Negro, el shinobi que pactó con el maligno para alcanzar el grado perfecto de ángel exterminador. El homicida que efectuó todo el trabajo sucio que el sistema necesitaba realizar no solo por el dinero, sino también por el placer de matar. El maestro de la espada, el invencible, el invicto…
<<No necesito la espada para arrancarte la cabeza; te haré pedazos con mis propias manos>> gritó a su rival, mientras tiraba su katana y asumía posición de ataque.
Hiroshi dudó un instante, pero también lanzó su espada a un lado. Él asumió una pose tomada de la escuela Shaolin, contrastando totalmente con la del enemigo.
Las patadas apenas fueron evitadas, ambos lanzaban combinaciones que eran bloqueadas, repelidas o pegaban en el blanco. Los golpes eran relampagueantes y, cuando un puño entraba, causaba un daño colosal.
Kadashi golpeó la cara de Hiroshi, que también logró conectarlo en la nariz.
La sangre de ambos se mezcló en el aire mientras el eco de los impactos se esparcía en aquel jardín.
El pómulo de Hiroshi comenzó a sangrar como catarata y perdió la visión del ojo izquierdo. Una patada había herido una de sus costillas. Así y todo, volvió a repeler otro ataque.
Más patadas, golpes, intentos fallidos, maldiciones, bloqueos, gemidos y hasta se escuchó un ‘te voy a matar, hijo de puta’…
El ímpetu de los contrincantes ocasionó que ambos se conectaran al mismo tiempo, cayendo derribados.
El sonido de helicópteros los alertó a los dos. Casi de inmediato, una lluvia de proyectiles cayó desde las alturas en su dirección.
Los shinobi eludieron la primera descarga, corriendo cada uno en diferentes direcciones.
Aquellos eran asesinos que la Compañía había enviado por Kadashi, quien trepó a una de las camionetas para salir como bólido de la haciendita, perseguido por uno de los helicópteros que disparaba ráfagas de balas.
Hiroshi, en cambio, aprovechó escapar por la parte trasera, protegido por aquella extensa zona de árboles. Mientras la nave descendía para permitir bajar a los mercenarios, entró a la sacabera donde estaba escondida Chieko.
La encontró en la misma posición, justo cuando regresaba de su viaje astral. Ella abrió los ojos y vio a Hiroshi sangrando por todos lados.
Este la tomó de la mano y la condujo al interior de una cueva por donde se dieron a la fuga.
En aquel sitio no había ningún indicio de Hiso.
Continuará…
RICARDO PAT