‘Muerte, oh muerte, eres inevitable y los shinobi lo saben. Muerte, oh muerte, eras la garantía absoluta que todo guerrero acepta. Muerte, oh muerte, sé que, aunque lograra burlarte varias veces, al final tu frío abrazo es lo único certero.” – AYUMI KOIZUMI, Cronista
Chieko escuchó la mezcla de insultos y vítores proveniente de las gradas de aquel gigantesco coso. El parloteo de aquellos seres que se comportaban como bestias, lanzando sus bebidas al aire, gritando y exclamando todo tipo de improperios, burlas mutuas, reclamos, carcajadas, alaridos la ensordecía.
Observó por última vez el cuerpo decapitado de Hiso: su cabeza había quedado tirada a más de dos metros. Llegaron dos gladiadores que con una enorme lanza la atravesaron para iniciar con ella un recorrido alrededor del coliseo, un sangriento trofeo al que todos comenzaron a lanzar todo tipo de objetos.
Otro gladiador se acercó a ella para indicarle por dónde debía abandonar la ensangrentada arena. Antes de salir, dirigió una mirada al palco de honor. Lev Aggot le sonreía. Fue una especie de despedida de Chieko, quien hasta entonces sintió la magnitud de sus heridas: tenía la nariz hecha pedazos y debía respirar por la boca, además de que la hemorragia era profusa en su brazo y pierna, ambas lesiones de consideración.
Para aquel elegante personaje fue más bien un ‘hasta pronto’, como si tuviera la certeza de que, fuera a donde fuera la ninja, él podría contactarla sin problema.
Chieko avanzó lo más rápido que su condición se lo permitía. Sentía que en cualquier momento podía desfallecer y si eso pasaba sería su final. Debía seguir avanzando hasta llegar a la meta prometida por quienes la habían creado. Le resultó imposible pensar mientras realizaba el trayecto en lo horripilante que era comprobar la bestialidad humana, el nivel de salvajismo que se requería para poder acceder a una reencarnación.
¿Era justa la vida para los humanos? ¿Merecía ser la especie dominante? Si aquella era la realidad imperante, lo mejor era dejarla atrás y buscar la redención que le fue prometida desde que le arrebataron la que creía era su vida. Sentía rabia por no haber sido considerada en la decisión, por no permitirle opinar acerca de las opciones. Quizá ella hubiera elegido renunciar a la opción de ser inmortal, o bien dar un primer paso hacia ese proceso. Muy probablemente hubiera elegido seguir con lo cotidiano, hasta fallecer de anciana y decir adiós nada más.
Siguió avanzando hasta salir por completo del estadio, y continuó por otro pasillo, siguiendo las indicaciones de los mercenarios que con sus armas de grueso calibre le iban señalando el camino. Cada vez caminaba más lentamente. La marca de sangre que iba dejando evidenciaba su próximo colapso. Decidida a mantenerse de pie, recordó la plática que su abuela Mitsu le señaló como ‘la madre de las charlas’.
<<¿Qué debo hacer si a pesar de ganar la batalla soy herida de muerte? ¿Si pierdo un brazo o una pierna?>> preguntó en aquella ocasión.
<<Si eso sucede deberás avanzar, así sea con una sola pierna, sin brazos u otra parte de tu cuerpo que no sea esencial. Debes seguir adelante hasta llegar a la puerta que te llevará al borde de la Tierra Plana. Este borde está junto al límite del domo que la cubre. Sin importar lo que puedas ver del otro extremo, más allá del domo, no dudes en lanzarte al vacío: sin importar en qué condición estés, cuando llegues al nuevo mundo estarás completamente sana. Seguirás siendo tú, pero con un cuerpo completamente renovado. No dudes, mi amor, no dudes por nada, ni por lo que sea que mires. Que no te importe el miedo de enfrentar a la muerte. En ese vacío está la recompensa a todo el sufrimiento: tu reencarnación.>>
El dolor y la pérdida de sangre la habían debilitado, y su corazón se esforzaba cada vez más. Respirar se convertía en una misión casi imposible. Por fin pudo vislumbrar a la distancia la enorme puerta.
Estaba rodeada de arriba y hacia los lados por un amplio marco que parecía de piedra. Tenía 12 metros de alto, 4 de ancho y medio de grosor, y no tenía picaporte alguno.
Chieko comenzó a perder el control. Todavía lejos de la entrada cayó, al no poder sostener más la pierna que había sido atravesada por aquella hiena asesina llamada Hiso. Con su cinturón, aplicó un torniquete en la parte superior de su muslo para parar el fluido constante, pero esa jugada le costó no poder ponerse nuevamente de pie. El mareo que la invadía aumentaba cuando trataba de incorporarse, así que decidió gatear hacia la puerta.
El umbral se volvió translúcido, permitiendo que el guerrero vencedor accediera a su cita final. Chieko se lanzó como fiera hacia el frente, estirando los brazos para impulsarse, así como la única pierna entera. La sangre le anegaba el sitio donde alguna vez estuvo su nariz y respirar solo por la boca se volvió imposible…
Una nube negra envolvió su vista. Emitió un chillido lastimero. Estaba a pocos metros de la puerta, no podía desmayarse ahora… Cerró los ojos y siguió avanzando, dejando una estela de sangre cada vez más oscura…
¡No era justo! Ella luchó con todo y merecía su premio. No era justo, no era justo…
¡Maldito Lev Aggot! Ese maldito hizo trampa, la engaño, planeó todo para matarla de la manera más cruel posible… ¿Quién más podía ser capaz de maquilar una trama tan maldita? Solamente un ángel caído, un inmortal que desde el principio de los tiempos había convertido a la humanidad en lo que es a través de las trampas eternas, apoderándose al final del alma de los mortales… Esa era su trampa.
Todo eso pensaba Chieko mientras abría los ojos para percatarse de que la puerta comenzaba a materializarse de nuevo. Estaba muerta… A menos que hiciera uso de su chi interior, sacar su yo del cuerpo para tomarlo en sus brazos y llegar juntos al borde de la Tierra plana.
Enfrente estaba el borde de la cúpula a través de la cual se podían ver a la distancia una galería infinita de otras Tierras planas, cubiertas por domos similares. Hacia arriba, un mar bañado de estrellas. Hacia abajo, oscuridad total. No era perceptible ningún sonido.
Apenas alcanzó a cruzar el umbral cuando la puerta detrás se cerró.
Chieko se lanzó a lo desconocido.
La caída fue realmente prolongada. Intentó calcular cuánto tiempo pasaba mientras se sumergía en aquella oscuridad. Cerró los ojos, y entonces todo terminó…
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Hiroshi caminó por el pasillo en dirección a aquella enorme puerta que no indicaba alguna especie de acceso. Se detuvo frente a ella, esperando que se abriera, lo que no ocurrió. Su corazón palpitaba con fuerza. Ni siquiera se había percatado de su condición por la avalancha de ideas que se aglutinaba en su cerebro, mientras trataba de entender los acontecimientos recientes. Gran parte de su dolor provenía de la incertidumbre de no saber si su amada Chieko había logrado salir viva de su batalla.
Su agudo instinto le advirtió que no estaba solo en aquella antesala. El retardo en la apertura de la puerta estaba directamente relacionado con la presencia que lo acechaba de pronto. El entrenamiento shinobi de Hiroshi le permitía deducir cuestiones claves, por eso supo que quien estaba allá era Lev Aggot. El olor de su habano era único, además de aquel aroma a lavanda que no era nada agradable.
<<Te felicito, muchacho. Realmente eres un ninja: te percataste de mi llegada metros antes. Impresionante, realmente impresionante. Sin embargo, no haría honor a mi reputación si no te concediera la posibilidad de elegir entre dos opciones, en vez de la que obtendrías al salir por esa puerta para lanzarte a un foso sin fondo.>> dijo el illuminati mientras sorbía otro trago de su chardonnay en una copa ridículamente enorme, mientras avanzaba hacia el ninja.
<<¿Qué es lo que quieres de mí? ¿No estás satisfecho con todo lo que hiciste este día?>> replicó el guerrero.
<<No, jamás estoy satisfecho de nada, por eso me entretengo dándole a los mortales alternativas más interesantes>> dijo el aristócrata antes de enfatizar la parte medular. <<Por ejemplo, supongo que ya dedujiste que seas tú el que esté aquí justo ahora, en lugar de la criatura del doctor Mengele, es totalmente improbable. Sé que te morías de miedo de enfrentar a Kadashi. Sabías perfectamente que él era mucho mejor que tú, lo supiste la noche que lo enfrentaste por primera vez. Incluso cuando entrenaste con el mejor guerrero que ha existido en más de mil años, nunca te sentiste seguro de poder derrotar a un enemigo tan temible como El Asesino de Negro. Todos lo sabíamos, las hordas de millonarios que están ahí en el Coliseo bebiendo, drogándose, teniendo sexo con mujeres, hombres y animales en plenas gradas, todos apostaron contra ti. El único que apostó a tu favor fui yo, por lo que me has convertido en el ser más rico de la Tierra, ja ja ja ja. Aunque, claro, esa es la parte que menos importa porque de por sí soy el dueño de la mayoría de las riquezas existentes en este plano. No, a mí me divierten este tipo de cosas. Como buen inversionista, sé agradecer los favores obtenidos y recompensa de mis pupilos, porque eso eres tú, Hiroshi, el candidato número uno para reinar en este y otros reinos. La inmortalidad que buscas detrás de esa puerta que yo mantengo cerrada aún, esa inmortalidad es inexistente. Lamento decírtelo, pero esa es la verdad, es una completa patraña que usamos para convencerlos de venir hasta acá. ¿Cómo lo sé? Pues porque yo soy el creador de todo este circo, amigo.>>
Hiroshi sentía que la ira comenzaba a apoderarse de su sentido común. ¿Cómo se atrevía ese maldito a tratar de arrebatarle el premio que se había ganado?
La respuesta llegó directamente a su mente, un mensaje muy claro enviado por Lev Aggot sin necesidad de emitir palabras: <<Me atrevo porque no existe tal premio: si te lanzas, te mueres; en cambio, si aceptas unirte a mí te nombraré general de mis ejércitos. Juntos podremos conquistar todos los mundos que queramos, alimentarnos de sus almas para acumular así nuestras reservas de inmortalidad.>>
<<¿De qué coño estás hablando?>> gritó Hiroshi
<<Con las almas los inmortales nos alimentamos. Por eso es vital que tú renuncies a ese premio falso, a esa trampa mortal diseñada para eliminar candidatos inadecuados, y me acompañes al umbral de la existencia, al templo donde a través de ritos que solamente yo domino te daré otras existencias. Podrás viajar conmigo por el cosmos para irrumpir al mundo que elijamos>> dijo Aggot antes de darle varios tragos a aquella copa de la que el líquido jamás parecía agotarse.
<<Sé muy bien quién eres, “Lev”. Eres el que llevó a Jesús a la Santa Ciudad, lo puso sobre el pináculo del templo, lo llevó a un monte muy alto, y le mostró todos los reinos del mundo y la gloria de ellos, pero en los dos casos Él te mando al carajo. El mismo lugar al que yo te mando ahora.>>
La voz de Lev Aggot cambió de matiz para adquirir uno más escalofriante: <<¡Escúchame muy bien, sabandija! ¡Me la debes! ¡Fui yo quien te ayudó a derrotar a esa bestia de Mengele! ¡Si estás aquí fue por mí, así que mueve el culo y ven conmigo!>> bramó iracundo.
Pero el ninja permaneció estático, esperando que la puerta finalmente se abriera. Intuía que aquel demonio no podría retardar mucho más lo inevitable, así que se mantuvo de frente a la entrada.
La puerta comenzó a quedar translúcida.
Lev Aggot se aproximó hasta casi rozarle el rostro. Hiroshi se mantuvo estoico pese a los gritos airados, incluso ante la amenaza final: <<¡Ven conmigo, maldito, o violaré tanto a tu novia que no habrá poder divino que le permita regenerar su concha!>> exclamó Aggot, lanzando fuego por la boca.
Hiroshi, tras percatarse que la puerta se abría por completo, se volteó para lanzar su réplica: <<¡Libre albedrio, hijo de puta!>>
Entonces corrió a toda velocidad hasta el borde de la Tierra plana para lanzarse.
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Chieko percibió que estaba en una especie de líquido tibio. Casi inmediatamente fue expulsada a través de un túnel en dirección a una luz que de pronto se volvió muy intensa. Sin saber por qué, sintió la necesidad de llorar, llorar a todo pulmón. Alcanzó a escuchar el llanto de un bebé.
Intentó incorporarse, pero le resultó imposible. Una enorme mujer la manipulaba… Entendió que trataban de ayudarla, así que trató de tranquilizarse… En efecto: otra mujer se acercó para ayudar a la primera a asearla. No sentía dolor alguno, aunque sí un hambre apabullante. No le agradó que la pusieran en medio de unas mantas, porque no podía mover ni sus brazos ni sus piernas, pero no le fue posible protestar porque no pudo hilvanar frases.
La colocaron en el regazo de una mujer cuyo aroma y físico le parecieron conocidos.
¡Era Mitsu, pero muchísimo más joven de lo que la recordaba!
En ese momento se abrió la puerta de aquella habitación blanca y pudo ver cómo aquel majestuoso guerrero emocionado se ponía de rodillas para presenciar aquel milagro.
¡Era Hiraku, un joven y guapísimo Hiraku con una sonrisa contagiosa!
El hambre que tenía la hizo prenderse a aquel pezón para comenzar a mamar. Así podría meditar con más calma todo lo que estaba pasando…
Al parecer su estrategia funcionó y estaba ahí, en un nuevo mundo, reencarnando al lado de sus seres queridos, que también lucían mucho más jóvenes. Sus heridas habían sanado. Podía respirar normalmente. Todo parecía haber resultado según lo planeado. Entonces ¿por qué sentía esa inquietud en el pecho?
Alcanzó a escuchar que alguien afuera gritaba que había nacido la hija del general y una multitud de vítores inundaron el ambiente.
Entonces comenzó a olvidar…
FIN
RICARDO PAT