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II
“El origen de los Shinobi-no-mono se pierde en el tiempo; muchos afirman que comenzaron a desarrollarse entre los años 600 al 900. La realidad es que desde mucho antes inició el forjamiento de una élite mortalmente efectiva.”
AYUMI KOIZUMI, Cronista
Chieko Fujimoto sintió la necesidad de plasmar aquella fantástica historia en un libro. Contar al mundo el árbol genealógico de su familia que iniciaba 600 años atrás; de sus ancestros Hiraku y Mitsu, dos expertos guerreros que nacieron en algún espacio entre los siglos XIII y XV.
Entusiasmada, concertó una cita con su agente editorial, Sumire Tanaka quien, intrigada, la citó la mañana siguiente en la torre del edificio Kamakura. Se convenció de que aquel legado sería más efectivo si lo narraba a través de una novela que tomara como base su raíz. Después de todo, en sus planes no figuraba aún ser madre, no tenía planeado embarazarse.
Aquel viernes, en su Akura, devoró Shibuya Crossing para llegar puntual a aquella reunión, 15 minutos antes de la hora pactada, como a todas sus citas.
Sumire enloqueció cuando su socia y amiga le contó con detalle aquel descubrimiento y su decisión de plasmar todo en una novela semi biográfica que diera fuerza a la narrativa e impulso al lanzamiento.
Antes de contestar, cerró los ojos para meditar, como era su costumbre. Su ritual era repasar mentalmente de manera relampagueante los datos, para hallar opciones de éxito.
<<Chieko, querida, esto es un tesoro, el pretexto perfecto para convertir este libro en un éxito absoluto. No te miento, el tema de los ‘Shinobi-no-mono’ pasó de moda a inicios de la década de los 80s. Sin embargo, creo con una agresiva campaña podemos llegar a bestseller no solo en Japón, sino también en gran parte del mercado asiático, en muchos países de Europa e incluso Norteamérica… Me queda una duda que estoy obligada a preguntarte: ¿Qué tanto estás dispuesta a exponer tus raíces familiares?>>
<<¿A qué te refieres?>>
<<Recuerda que, después de todo, tus tatarabuelos fueron asesinos profesionales. A lo largo de los siglos deben haberse granjeado una enorme cantidad de enemigos. ¿Cómo sabes que tras publicar el libro no vendrán asesinos encapuchados a por ti?>>
<<¿En serio? ¿Crees que eso podría pasar?>>
La carcajada de Sumire retumbó en su enorme oficina, contagiando a Chieko, que pasó de asustada a enojada antes de unirse a la risotada: la maldita estaba bromeando. <<Eres una perra, Sumire. Me asustaste… pero no puedo odiarte porque me haces ganar mucho dinero –añadió cariñosa, levantándose para ir a abrazar a su cómplice.>>
Chieko sacó de su portafolio un USB y una serie de textos, entregándolos de inmediato. <<Ahora, en serio, te dejaré mis apuntes y el desarrollo de mi idea. Tendré que trabajar bastante en investigación para tratar de cubrir los huecos de la narración de mi adorada madre. Pero calculo que te tendría el original completo en… digamos tres meses. ¿Qué opinas?>>
Su socia le entregó un capuchino caliente y se acomodó de nuevo en su lujoso sillón para compartir su diagnóstico. <<Te doy seis meses: quiero el original en octubre, para que la edición esté lista para diciembre. Es más, para que veas que estoy metida al cien por ciento en este proyecto, te daré los últimos tres meses de plazo mi cabaña de las playas de Shikoku, para que te inspires a fondo y te relajes con algún nativo de ese hermoso lugar… ¿Qué opinas tú, cariño?>>
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Para poder matar a Uki Ashikaga, los dos asesinos se infiltraron en Kioto desde tres meses antes del atentado. El maestro Matsumoto fue quien ordenó que Hiraku y Mitsu fueran los encargados de cumplir con aquella tarea, ya que no había nadie mejor para ello.
El objetivo era el Shogun: había roto ancestrales acuerdos en su voracidad por obtener mayores tributos. Sus rivales políticos pidieron al clan eliminar a aquel despreciable ser que ponía en riesgo el delicado balance de la zona.
Los guerreros eran expertos en el arte del disfraz, por lo que su rol de pareja juvenil, ella embarazada, les permitió instalarse en el sur, no demasiado alejados del palacio principal. Con calculada frecuencia, ya fuera juntos o separados, pasaban por la zona, analizando accesos, arquitectura y controles de seguridad. Era un lugar inaccesible, vigilado por centenares de hombres. Una misión suicida.
El magnicidio debía realizarse pronto, pues era un secreto a voces que Ashikaga estaba por encabezar una invasión a los clanes vecinos, quienes no querían un baño de sangre, al menos no en sus respectivas ciudades, si era imparable; preferían que este se diera en el palacio real.
¿Cómo pudo esta pareja cumplir con su misión si era imposible acceder al castillo?
Una mañana, varias personas comenzaron a circular versiones de que en el Lago Biwa una sirena se había aparecido, gritando que tenía un importante mensaje que contaría al día siguiente al ponerse el sol. La historia corrió como reguero de pólvora y el Shogun no tardó en exigir a sus subalternos consiguieran información fidedigna del hecho. Los relatos eran consistentes: más de 50 personas presenciaron el hecho y aseguraron que la sirena, tras verter su mensaje, desapareció dándose un clavado en las aguas para desaparecer en ellas.
Al día siguiente, justo cuando el sol iniciaba su descenso sobre el horizonte, el Shogun llegó a la zona indicada, protegido por 200 samuráis armados hasta los dientes, montados sobre briosos corceles.
Una multitud rodeaba el lugar. Al ver llegar a la autoridad máxima, abrieron espacio para que ocupara la vista principal al frente del lago, sobre el embarcadero de madera que utilizaban los pescadores.
Cuando el Shogun se sentó en el centro, en una fuerte silla de cedro, todos guardaron silencio. Los ojos de todos los ahí presentes cambiaron de enfoque, dejando atrás al líder para dirigirse al agua, esperando el surgimiento de la sirena.
El sonido fue parecido a un leve chiflido.
Una flecha surcó la distancia en el momento justo en el que el sol lanzaba su último destello, impidiendo ubicar su procedencia.
El dardo mortal se incrustó en el ojo derecho de Uki Ashikaga.
RICARDO PAT