Nota editorial
Ancianos tomando el sol, niños jugando, y varias parejas de amantes arrullándose son para un escritor de los nuestros el alma de los parques. De acuerdo con lo de los ancianos. Ellos serán siempre la nota crepuscular y romántica en la umbría deleitosa de los parques citadinos. Aceptamos también que el escándalo inconfundible de la chiquillería constituya la mejor música que haya de romper el silencio de los jardines públicos. Los niños con el alfa de ese omega melancólico de los ancianos que se calientan al sol. Pero que para completar el cuadro de maravillosas evocaciones, para que integrar el alma de los parques sea menester del concurso de algunas parejas de amantes que juntan sus labios, sedientos de caricias ante la entristecida mirada de los viejos y frente al azoramiento de los chiquillos, eso ya es otra cosa. Crueldad para unos. Prematura iniciación para otros. Y olvido absoluto de cuánto vale la divina tibieza de una alcoba nupcial.
XXX
Este nuestro mismo compañero, en sus siempre interesantes escarceos literarios, glosa a maravilla unas frases del gran Vasconcelos cuando en cierta ocasión hacía cálido elogio del hurto de los libros en las bibliotecas. Como una agudeza a lo Bernard Shaw bien puede pasar la frase vasconceliana. Buena para pergeñar un artículo más o menos ameno. Pero propicia para alentar el trabajito de ciertos individuos en las bibliotecas públicas y particulares. Magnífico es el afán de leer. Digno de todos los estímulos. Como para que un gobierno bien puesto de fondos destine fuertes cantidades para el fomento de las bibliotecas. Que para eso están. Para repartir conocimientos. No para repartir libros, que vaya Ud. a saber si en todo caso servirán para iniciar una pequeña biblioteca. Libros al alcance de todo el mundo. Libros a bajo precio. Y libros en la biblioteca. Pero no para ejercitar a los lectores en las artes de Raffles y de Caco, sino para nutrir su espíritu en el conocimiento de las obras maestras del entendimiento humano. Lo contrario cuadraría quizá en esos paraísos indostánicos que albergan el pensamiento extraordinario de José Vasconcelos.
Diario del Sureste, Mérida, 26 de junio de 1935, p. 3. [Director: Santiago Burgos Brito]