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Microficción (XLVIII)

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XLVIII

EXPERIMENTO FICCIONAL

He formado parte del mundo ficcional desde que tengo uso de razón. La ficción me persigue desde el mismo nacimiento: imposibilitado para llorar, el médico inexperto, en lugar de nalgada, me propinó una cachetada.  Soy el resultado profundo de la influencia generacional de paradigmas ficticios, esos que parecían ser reales hasta que la cruda imaginación me sorprendió de madrugada; ahí, las sombras se confundieron con entes inconformes en su mundo inhabitado y oscuro.

La ficción es y ha sido mi destino genealógico. Por ello, en mis venas no corre sangre, sino una línea narrativa alterada con cromosomas que más parecen descripciones inverosímiles que células gravitando en la eternidad.  Soy el resultado onírico de hombres y mujeres que se extinguieron por falta de sueños, por falta de imaginación; soy, al final de la noche, cuando comienza el amanecer, una especie de mutación diacrónica que se resiste a morir sin un hábitat que le dé sentido a su propia semántica inexistente…

A pesar de todo, tengo esperanza en la raza humana, esa que línea a línea se describe en mis lecturas predilectas: desde Herbert Marcuse con la unidimensionaldad del hombre, hasta Tomás Moro en su reconciliación con las cosas imposibles y utópicas; desde el inmaculado trazo de Gabo, hasta la rústica y dolorosa realidad de Knut Hamsun; entre el deleite del Ulises de James Joyce, hasta las confesiones de Yukio Mishima; y, por supuesto, mi memoria se enardece cuando descubro a Adriano acompañando a Marguerite Yourcenar, mientras me escondo en lo profundo del llano, propiedad de Juan Rulfo.

Si despierto mañana, de seguro almorzaría desnudo, mientras saludo a Burroughs mirándolo fijamente a los ojos…

JORGE PACHECO ZAVALA

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