LVII
AQUEL GUARDAGUJAS
Cuando el guardagujas miró por última vez su reloj, supo que estaba tarde.
Se arrojó sin pensarlo sobre las húmedas vías del tren.
Su carrera parecía ser la de un atleta. El viento se esforzaba por detenerlo, impedirle llegar a su destino; pero la fuerza del viejo era superior a cualquier oposición.
Frente a él, se erguía la montaña más alta de la region.
Sus ojos, cristalizados por el frío, creyeron ver al escritor disfrutando la escena, la última escena de su cuento.
Una risa extraña apareció en su rostro, mientras el tren pitaba con toda su fuerza, como si se alegrara de ir a su encuentro…
JORGE PACHECO ZAVALA