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Dr. I:
Hola. Espero se encuentre bien de salud. Por ahora no tengo teléfono celular. Seguimos escondidos en un hotel en las afueras de la ciudad, en la salida rumbo a Victoria. No sé qué está pasando y estoy terriblemente golpeado.
Te cuento:
A las 8.00 de la mañana del jueves 25 de octubre de 2018, mientras estaba esperando para abordar la pesera (camión), junto con mi esposa, mi hijo de 1 año y nuestra perra, justo en la esquina de la Avenida Lauro Villar, del lado de la escarpa a las afueras de la clínica del Seguro Social sucedió. Abordé el camión y de inmediato me percaté que, desde la escarpa, mi esposa me llamaba a gritos, pidiéndome que me bajara. Detuve al camionero y me bajé inmediatamente de la pesera, mientras mi esposa me gritaba que habían atropellado a nuestra perrita. Corrí entre los automóviles que se habían detenido, recogí a la perra de en medio de la calle y la tomé entre mis brazos; caminé hacia mi esposa y mi hijo. Una joven mujer, muy amable, se acercó a ayudarnos y se ofreció para llevar a la perra con un veterinario.
Abordamos su camioneta; íbamos la mujer, mi familia y yo, aún con la perra entre los brazos. Ella temblaba, tenía los ojos abiertos, y los músculos de las cuatro patas tensos, demasiado tensos. Yo iba hablándole quedito, besándole la cabeza, acariciándola para que se calmara. Avanzamos unas cinco cuadras sobre la misma Avenida Lauro Villar y, justo en la esquina donde se encuentra una gasolinera, doblamos a la izquierda para llegar a la clínica.
El médico atendió a la perrita. Estaba solamente asustada por el suceso, pero fuera de peligro. Luego de haberla atendido, nos regresamos caminando hacia la casa. Para ello tuvimos que cruzar la Avenida Lauro Villar, caminar por la entrada del Coppel, el Soriana, en la puerta de las salas de Cinépolis, y cruzar el amplio estacionamiento, hasta llegar a la Avenida División del Norte. Cruzamos la avenida. Decidí acompañar a mi esposa e hijo, junto con la perra lastimada y asustada, por lo menos encaminarlos hacia la casa.
Atravesamos la avenida División del Norte para entrar por una calle del fraccionamiento Fresnos, y caminar hacia nuestra casa en el fraccionamiento Las Arboledas. Tenía que alcanzar a llegar a la Universidad porque tenía que acudir a impartir una conferencia a las 10 de la mañana, y al mediodía participar en una reunión a la que el rector había convocado para hablar sobre la Maestría en Ciencias en la que estoy dando clases, así que me despedí de mi familia luego de haberlos encaminado. Regresé a tomar de nuevo la pesera para ir hacia la universidad donde laboro, que se encuentra al otro lado de la ciudad de Matamoros, Tamaulipas, como usted recuerda.
Caminé de nuevo por el estacionamiento del Soriana de la Lauro Villar. En la puerta de la tienda Coppel me abordaron dos sujetos, cerrándome el paso. Uno de ellos cargaba un bate de béisbol; era moreno, poco más alto que yo, delgado, de cara redonda, llevaba un pasamontañas, pero lo traía levantado como si llevara solo puesto un gorro de color negro. Abrió su chaqueta y me enseñó el bate que llevaba en la mano derecha. El otro era de piel blanca y cabello amarrillo, traía barba crecida rubia, y tenía los ojos verdes; él fue quien se dirigió a mí, llevaba un arma, y me pidió acompañarlos sin oponer resistencia porque, de hacerlo, lastimarían a mi esposa e hijo.
Me subieron a un carro, me pasearon por varias calles, me quitaron el celular, la computadora, mis memorias USB, mi cédula profesional (¡Qué ladrón se lleva tu cédula profesional!).
Tres horas y media después, cuando me liberaron, me devolvieron mi cartera y mis tarjetas. En la cartera no tenía ni un solo peso pues, justo antes de que me atraparan, estaba hablando por el teléfono móvil con una maestra, que es mi alumna de literatura, y le estaba explicando la situación del atropellamiento de mi perra, para que me depositara 1200 pesos y así poder pasar a pagarle al veterinario que nos la había atendido. El dinero me lo iba a dar por concepto de un libro que le estoy haciendo; los sujetos me quitaron el celular justo cuando hablaba con ella.
Los comentarios de los sujetos, al abordarme y durante todo el trayecto, fueron que yo me había metido con una mujer y le había faltado al respeto, que ella pidió que me presentaran, para matarme o para hacer que de manera inmediata me fuera de Matamoros. “Nosotros tenemos orden de levantarte, tomarte fotos, mandárselas; ella y nuestro jefe decidirán qué cosa haremos contigo.”
Huelga decir que yo llegué a Matamoros invitado por una mujer para trabajar en un Centro de Investigación que está siendo financiado por el Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (Conacyt), y que esta mujer me pidió dejar mi lugar de residencia, donde tenía trabajo, para venir a Matamoros, con la finalidad de que yo ocupara una plaza de investigador que ella me ofrecía. Fue justo eso lo que me ofreció.
Llegué a Matamoros en el mes de julio. Desde mi llegada, ella (esta mujer que dijeron fue quien dio la orden de golpearme) decidió que yo me integrara al Núcleo Académico Básico de la Maestría que comienza a desarrollarse en el Centro de Investigación. Desde ese mismo mes comenzaron a ocurrir sucesos que me parecían extraños respecto del comportamiento y liderazgo de dicha mujer (que pertenece al Sistema Nacional de Investigadores y es SNI Nivel 1):
En primer lugar, no me ofreció una plaza como había dicho, sino apenas un contrato por tres meses, por lo cual me trajo a Matamoros con mentiras. Yo había dejado todo para trabajar en la plaza que me ofreciera, pero no había tal plaza.
Luego ella, en reuniones, hablaba de las golpizas que habían sufrido algunos otros doctores antes de que yo llegara a Matamoros; incluso, en el informe de la tercera etapa del proyecto que entregó al Conacyt, en el apartado de Riesgos a Futuro, esta mujer señala: “En realidad existe el riesgo constante y latente de la integridad física de los recursos humanos comprometidos en el Proyecto. La situación de inseguridad ha provocado bajas en el personal por situaciones de 1 levantamiento a uno de los investigadores, 3 situaciones de asaltos a tres investigadores más. Dentro de los terrenos de la Universidad se han vivido 2 persecuciones y balaceras, esta situación ha mermado el rendimiento y la estabilidad de los investigadores.”
Lo cual, a todas luces, se nota que es una forma de querer culpar a la ciudad y la zona de Tamaulipas de todo aquello que le ocurre al personal que trabaja con ella. Pero es muy interesante que no le ocurre al resto del plantel que trabaja en el Centro de Investigación, ni a ella. Tampoco le ocurre a los otros profesores que trabajan en la universidad, sino solamente le ocurre a los Doctores y Doctoras que trabajan con esta mujer. Doctores y doctoras que esta misma mujer hace que lleguen a Matamoros, a los que luego busca desprestigiar y lastimar, con el fin de que se vayan de la ciudad, con el fin de decirle al Conacyt que todo lo que no logra cumplir es por causas ajenas y el clima de violencia en el que ella tiene que trabajar. Aquellos Doctores la habían acusado de pertenecer al grupo delincuencial de la ciudad. Esta mujer lo contaba en reuniones como si se tratara de una broma mientras se reía, haciendo sus cómplices a todo el personal de ingenieros y bachilleres que trabajan con ella, y a quienes les dice que ella es quien les paga.
Toda vez que no se le ha podido probar nada a ella, los Doctores se han ido, las Doctoras se han ido igual, unos golpeados, ellas desacreditadas, acusadas de infidelidades, cuando nada de eso ocurre.
Los sujetos que me levantaron me estuvieron paseando por la ciudad. Yo no sabía dónde estaba, pero me di cuenta que me sacaron de la ciudad. Les pregunté si me matarían y ellos, como respuesta, me golpeaban. Escuchaba y me daba cuenta de que dejamos atrás la ciudad; se metieron en brechas fuera del camino.
Me llevaron a una bodega, donde me bajaron a golpes. Me pusieron un suéter en los ojos para que yo no viera donde estaba, y me llevaron atrás del automóvil. De pie, me hicieron poner mi frente en la cajuela del auto, extender las manos, y entonces me golpearon salvajemente con un bate, golpes y patadas la espalda, la nuca, los glúteos, las piernas, los muslos, y las costillas. Me desmayé del dolor y caí al suelo.
Siguieron golpeándome. Me sacudieron para despertarme.
Uno de ellos a cada rato decía que tenían que matarme, mientras me ponía una pistola en la cabeza; hablaron por el teléfono móvil con una mujer, le enviaron fotos de mí antes de golpearme y después de golpearme. Se tomaron fotos abrazándome como si yo, golpeado, fuera motivo de orgullo para ellos.
Así estuve, amarrado, mientras ellos me golpeaban. Me tomaron videos y se los enviaron a su contacto. Sacaron mi celular, revisaron mis contactos, revisaron mis fotos donde tenía imágenes de mis hijos, me hablaron de las fotos de las chicas que tengo de contacto.
Me pidieron la clave de mi computadora y se llevaron mis memorias USB. Dijeron que si aquel que los había enviado encontraba algo que fuera comprometedor, me matarían, que estaban esperando órdenes.
Volvimos al auto y seguimos rodando por la carretera, me di cuenta por el ruido del tráfico que iba haciéndose espaciado en el paso de carros o camiones, y porque dejó de escucharse el barullo de las personas.
Por esos ruidos igual pude darme cuenta que volvíamos a la ciudad.
Me llevaron a casa de alguien, entramos en un garaje; uno de ellos se bajó con mis cosas y las entregó. Volvieron al auto y seguimos dando vueltas.
Les volví a preguntar si iban a matarme; como respuesta, me pegaban e insultaban. Dijeron que ellos harían lo que les ordenaran hacer, que yo ya estaba viejo y que ya había vivido demasiado para andar preocupándome.
“Con alguien te metiste, a alguien le faltaste al respeto, y por eso te agarramos. Así que tú sabes bien lo que hiciste. Ésa persona no quiere verte en Matamoros, así que te conviene ir y pedir dinero, consigue dinero, y yo te recomiendo que te vayas de Matamoros, pero hoy mismo.”
Me dijeron que tenían a una de mis compañeras.
Me mostraron la foto de una mujer que estaba golpeadísima, y me decían: “Es tu amiga, tú sabes quién es; mira como la han puesto, en cambio a ti apenas te dimos una paliza”.
Me dijeron luego: “Ya la libraste. Te vamos a llevar a la puerta de tu casa. Sabemos todo de ti –y me describieron el accidente de mi perrita, la ropa de mi esposa, el color de la ropa de mi hijo, la carriola; me dijeron qué carros había estacionados cerca de mi casa–. Si no te vas hoy, mañana volveremos por ti. Si vemos a la policía o al ejército rondando tu casa, vendremos por ti. No tienes escapatoria, porque te conocemos muy bien, porque sabemos todo de ti.”
Yo ya estaba enterado, como tú y todos en el Centro de Investigación, enterados por la misma mujer-coordinadora, de que algunos decían que ella pertenecía a La Maña, al crimen organizado de Matamoros. Ella solo se reía mientras lo contaba, como si se tratara de un chiste.
Ahora comprendo que era una forma velada de amenazar.
Es sabido, por ella misma que no para de decirlo, así como por otros trabajadores del Centro, que dos doctores, Dr. E., Dr. B., e incluso tú, Dr. I., que estuvieron en este Centro de Investigación antes que yo, acá en Matamoros, igual fueron asaltados y golpeados en su momento, además de acosados por esta mujer-coordinadora que además trabaja en la Universidad Juárez del Estado de Durango.
Los que me atacaron sabían dónde vivía yo. Me dijeron exactamente todo lo que hice en la mañana, cómo estaba vestida mi esposa, que atropellaron a mi perra, que una enfermera nos llevó a un veterinario, que regresamos, que dejé a mi esposa, que en mi casa estaban otros compañeros de ellos esperándome y que, si encontraban cualquier rastro comprometedor en mi celular y en mi computadora portátil, entonces volverían por mí.
Tengo mucho miedo. No sé qué hacer. Hago responsable a quien dio esta orden (y a todos los que estén involucrados) de cualquier cosa que me pase o a mi familia.
(He pasado ya los nombres de todos los que trabajan en el Centro, a mis familiares y a mis amistades, así como a la prensa local y nacional, y a los contactos de las otras Universidades donde he trabajado, para que los contacten a ustedes para exigir una explicación que permita llegar a la justicia, si algo me pasara).
Quiero saber si aquellos que le brindan la oportunidad de trabajo a esta mujer pretenden mantenerla en su puesto, toda vez que su comportamiento como líder (ha contratado y despedido a más de 15 personas para el Centro de Investigación en menos de un año, y a muchos de ellos los ha acosado laboralmente, difamado, desacreditado, acusado de robarse equipo, pero jamás presenta demandas por robo ni nada; solo dice todo esto una vez que los Doctores y Doctoras se han ido).
Estimado Dr.,
Esto me pasó a mí, y ya le ha pasado a otros tres Doctores más del Centro de Investigación; a dos Doctoras que esta mujer ha corrido las ha intentado desacreditar diciendo que se robaron cosas, equipos, cables de los equipos científicos.
Esta mujer-coordinadora incluso ha enviado a sus sirvientes (los jóvenes que trabajan para ella) para que construyan historias respecto de mí, con tal de desacreditarme. Han ido a contar a otros que Yo fui agredido porque me metí en problemas con mis vecinos de Las Arboledas. En Matamoros, solo estamos mi esposa, mi hijo de un año y yo, así que ¿a quién acudir?
¿Acaso esperan que los que dieron la orden de golpearme hagan lo mismo con otros Doctores para reaccionar en Matamoros, en Durango, en Coahuila, sitios todos donde ella se desenvuelve?
Sé que la misma mujer que me ofreció trabajo es responsable de estas golpizas, pero no hay forma de probarlo aún.
Ayúdame. Quien hizo esto es un sicópata porque nada, ninguna razón hay para lo que hizo. Tiene que ir a la cárcel, se le tiene que detener, y jamás debe estar a cargo de ningún grupo de investigación. Deberían quitarle su licencia para ejercer como científica.
El jueves 25 de octubre era la Auditoría de la Maestría donde trabajo; tan solo no quisieron que yo llegara a la reunión.
He hablado con personal de la Comisión de Derechos Humanos, y con organizaciones sociales que trabajan contra los secuestros, porque necesito protección para mí y mi familia.
Los enviaron a golpearme y a amenazarme con matar a mi familia.
Ahora, pregúntate, Doctor, si lo que me hicieron es algo que deseas les ocurra a otros Doctores o a tu propia familia. ¿Acaso por una cuestión de diferencias en el trabajo, o porque te niegas a hacer bullying a otros Doctores, es justo que una persona te mande golpear?, ¿o porque te das cuenta que los alumnos de la Maestría no cumplen con el perfil para estudiarla, se les está dando becas y aprobando las materias sin que tengan los méritos, porque la jefa así lo dispone y tú te niegas a servir de comparsa, y acaso eso es motivo para que sufras un atentado?
¿Acaso alguna de estas ideas es motivo de que se de orden para que te asalten, golpeen o amenacen de muerte?
Adán Echeverría