Microficción
Adán Echeverría
No podía creerlo. A lo que había llegado. Ella tiene la culpa, desde luego. Lo intenté, por muchos días lo intenté, pero todo tiene un límite. Al menos ella supo que yo lo tenía. Quise que lo supiera, incluso le advertí. No soy de andar amenazando. Le dije lo que pensaba, quise dialogar; ella decidió que era mejor insultarme y cerrar la puerta en mis narices. En verdad creyó que se lo permitiría.
Desde luego que llamé a la policía, redacté oficios para el ayuntamiento. Tuve que tolerar a todos esos burócratas y su falta de atención. Es acá, démelo. ¿La ventanilla de control…? Dos pisos arriba. Necios. Sé que nada harían, pero hay que dejar rastros, siempre es mejor. Algunos piensan lo contrario, que las cosas deben hacerse con sigilo. Lo cierto es que cada acto tiene su propia técnica, su necesaria puesta en escena. Yo decidí que dejaría rastros. Me reuniría con ellos, intentaría convencerlos de hacer justicia.
En el oficio que llevé expuse algunos artículos, normas, cité los testimonios de otras personas del vecindario, generé tablas que indicaban las veces que se violaban las reglamentaciones. Nada. ¿Qué otra cosa podía hacer? Era necesario. Yo lo sé, ella debió preverlo. Hoy ya es demasiado tarde.
Cuando se dio cuenta, ya estaba detrás de ella. Meterme a su casa fue sencillo y actué con rapidez. Encinté su boca y sus ojos con cinta vinílica gris, mientras la empujaba una y otra vez con mi cuerpo sobre la pared. Amarré sus manos por detrás, a la altura de sus nalgas, y sus pies uno sobre otro. La puse de rodillas y atrapé con otro tanto de cinta las ataduras de pies y manos para mantenerla hincada. Luego cogí su cabeza y la encinté a la bocina casera con la que todas las mañanas atormentaba mi vida. Medí muy bien que su oreja quedara a la altura adecuada y puse casi al máximo el groove metal de Five Finger Death Punch.
Dejé correr las 6 horas de su discografía.
La encontraron sorda y casi muerta. El esposo fue quien la halló al volver del trabajo. No hubo duda que había sido yo. La policía tuvo la decencia de no ir por mí. Esperaron que volviera a casa. El tipo me gritaba, y yo no podía quitarme la sonrisa de la cara.
Abordé la patrulla sin ofrecer resistencia.