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Mérida, la Tierra Prometida

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Aída López Sosa

El impacto humano de cerca de ocho mil millones de habitantes en la superficie de la Tierra es tema de atención de diversos investigadores; estiman que se han modificado 18.5 millones de kilómetros cuadrados, un área mayor a la de Rusia.

La preocupación global aterriza en nuestro territorio cuando los meridanos vemos azorados el desmesurado crecimiento inmobiliario cuando, según cifras oficiales, en Mérida hay cerca de cincuenta mil viviendas abandonadas, ya sea por falta de servicios, por la lejanía y escaso transporte, o por la mala calidad de la construcción.

Existe disonancia entre la belleza meridana y el alto número de suicidios, situándonos en primer lugar a nivel nacional. ¿Por qué si Mérida es un edén la gente se mata? Es fuerte la pregunta, y por supuesto desdice la publicidad que les llega a los internautas gracias a las cookies de los sitios web que adquirieron cuando alguna vez navegaron por el paradisiaco sureste mexicano.

Hay información que explica el trágico fenómeno social hasta en términos climatológicos, atribuyéndolo a las altas temperaturas.

Pese a los datos, diversos medios continúan promocionando a Mérida como “La tierra prometida”, esto por la seguridad que abona a la calidad de vida, entre otros factores, además del bajo costo de la vivienda en comparación a otros estados –ni qué decir de Ciudad de México, donde un departamento en tercer piso, de sesenta metros cuadrados, en una colonia de clase media, puede llegar a valer hasta cinco millones de pesos.

Sin embargo, el estrés también lo está padeciendo la superficie de la Tierra, causado por los incendios forestales y las áreas taladas para levantar edificaciones, perdiéndose espacios de cultivo y pastizales.

Los lugares donde se extraen los recursos energéticos como el petróleo y el gas, así como las minas y canteras, son factores de alto impacto infligidos por el hombre al planeta. Lo ocasionado por la construcción de carreteras, ferrocarriles y otros tipos de corredores de transporte también alarma, ya que a esto se suma la intrusión humana y, con su arribo, aumenta la demanda de servicios, lo que obliga a modificar los sistemas naturales como el flujo de agua y la creación de reservorios. Estos factores estresantes contaminan el aire, de ahí las lluvias ácidas y la niebla.

El tema no es menor.

La hipoteca verde es un paliativo que, como la aspirina, quita el síntoma, pero no cura. Si bien promueve la disminución en los consumos de luz, agua y gas a través de las ecotecnologías, no es la solución al impacto letal que sufre la superficie terrestre.

En Mérida, las colonias que se han extendido más allá del anillo periférico padecen constantes bajas de corriente y apagones debido a que los transformadores no están preparados para soportar aires acondicionados, computadoras, hidroneumáticos, bombas de agua y alberca, lavavajillas y otras comodidades de las que gozan las familias llegadas de diferentes estados buscando tranquilidad, aunque con el bienestar del clima artificial.

Es preocupante que el crecimiento económico de Yucatán se finque principalmente en el desarrollo inmobiliario, sin considerar que la venta de los llamados terrenos de inversión terminará agravando el daño e incrementando las temperaturas por la tala.

Los frutos son de todos, pero la tierra de nadie. Hay que hacer un alto antes de que se privatice y, más allá de los grados centígrados, la tierra prometida resulte un infierno.

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