Colonia Yucatán
Cuando José Mena entrevistó a don Ramón Vidal le aseguró que su equipo iba a perder. Este le respondió: “Les tengo una sorpresa, después te diré cuál.»
‘Pero qué sorpresa,’ me dice, ‘lo estaba grabando, ¿ah?’
Mira, lo único que te digo es que hoy vamos a ganar.
‘Pero les va a pitchear una que ya les ganó,’ me recordó.
«Mira, lo único que te puedo decir es que vamos a ganar, ya estamos entrenados,» le respondí, «el equipo tiene preparada una sorpresa, mis jugadoras están totalmente preparadas. En el campo van a hablar.»
¡Maare! Esa noche se juntaron como dos mil almas en el campo de la Colonia frente a la fábrica. De todos lados venían: de los alrededores de la Colonia, todo mundo iba. A la gente le gustaba mucho. Familias enteras iban, ¡bah!
Empezó el juego, nos pusieron un foco grande que iluminaba muy bien el campo. Ese día invité al ingeniero Zamudio a lanzar la primera bola. ‘Mira, Vidal,’ me dijo, ‘no es que no quiera, yo no puedo porque tengo un problema cardiaco y la emoción me puedo perjudicar. No creas que porque son ustedes de la Sierra los estoy despreciando, no, porque aquí todos son trabajadores,’ me dijo cortésmente el ingeniero Emilio.
No recuerdo quién lanzo la primera bola. Empezó el juego. Nos estaban ganando tres carreras a cuatro en el último inning. Pasa a batear una y se poncha, pasa otra que no obedecía las señas y también out. Pastorita era nuestra cátcher, a veces la sacaban out, pero era muy arriesgada,
Ya teníamos dos out, estábamos a punto de perder. En primera base teníamos corredora nosotros. Ahí estaba el empate y digo entre mí: «¡Qué caray! Voy a arriesgarlo.» Iba a batear la pobre Cristina y la cambié por Aidé, me arriesgué.
“Mira”, le dije, “te voy a cambiar pero hoy sí quiero que le metas como siempre bateas.» Se ponchaba mucho porque le metía mucho el swing. «Ahora sí, métele swing, te pido que le metas porque necesito un buen batazo.”
“Ta’ bueno, padrino”, me dijo.
“Tú ganas a la pelota con tu velocidad.» Bateaba bien, pero se ponchaba mucho. «Pero métele.» “Ta’ bueno padrino” y la cambié por Cristina.
Hice la seña al chivora por el cambio que, dicho sea de paso, nos estaba fregando mucho con los strikes.
Él era el umpire, yo le reclamaba mucho esa noche hasta que me dijo de último» Te siento.»
Bueno, pues pasó Aidé a batear por Cristina y, bola, otra bola. O la ponchaban o bateaba. «Métele,» le decía con señas. Cuando ¡taaaan!… Se va la pelota. ¡Cuadrangular!
Y así ganamos.
Cuando entró la carrera y estábamos felicitándola todos, contentos por el triunfo de manera inesperada y espectacular, ya que las dejamos tendidas en el terreno de juego … quién sabe quién bajó el swicth, se fue la luz.
Y empieza la pendejada: empiezan las pedradas, el miedo, la zozobra, el temor de que lastimen a alguien. Como sea nos metimos en el camión. Eso sí, había parejura: sólo mujeres y niños. «Nosotros los varones vamos a ir aquí, pero agarren piedras, y si tiran respondan.» Le dije a malafacha «Maneja, vamos a resguardar el camión.» «Todos los niños que entren, que se cuiden,» me dijo malafacha.
«No vayas a ir rápido,» le dije. «Maneja despacio y nosotros los varones vamos a ir caminando alrededor, custodiando el camión.» Además, estaban el sargento Marcelenio y Pancho López acompañándonos.
Cuando estábamos llegando en la esquina del almacén de don Pedro Mena, vimos que había mucha gente arremolinada alrededor del brocal del pozo. Le dije al cuñado de Tomás Medina: «Usted va a ser el responsable si nos pasa algo, ustedes lo saben: si ustedes tiran, nosotros ya estamos preparados…»
Así terminó ese campeonato, recuerda ahora con cierto orgullo, entre la atención y la alegría de sus hijas, el apreciable don Ramón.
Continuará…
L.C.C. VICENTE ARIEL LÓPEZ TEJERO