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Memorias del padre John Martin O’Donnell – II

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Colonia Yucatán

El padre John Martin O’Donnell recordó que entregaron esa parroquia porque, a criterio de él y sus compañeros, era la mejor que tenían.

Era cierto, la actividad de la gente de todas las agrupaciones era la mejor de la diócesis, los cursillos, catequistas. Teníamos fama de que la Colonia –fuit-fuit–, silba al mismo tiempo que mueve las manos extendidas para enfatizar sus palabras, era chévere. En cuestiones de pastoral, muy participativa, hasta más. Teníamos que ir a los pueblos porque había muchos hombres desocupados casi a cualquier hora del día por los tres turnos que se rotaban en la fábrica, y se iban con nosotros. Recuerdo a José Cetina, Luciano Meléndez, uno que le decían “El Pato” (Javier González) que vivía por el seguro, son los que recuerdo. Ya llovió tanto, ríe nuevamente. Don chaz (Pedro Echazarreta) ya estaba discapacitado, apenas veía, participaba en el movimiento familiar cristiano y en los grupos bíblicos junto con su esposa doña Fanny. Era muy activo él, bueno, hasta la fecha.

Había muchos instrumentos para afianzar el espíritu de colaboración entre los habitantes de la Colonia. La caja popular era muy fuerte por los sueldos constantes. Luis Basulto me dijo una vez que cuando iban a hacer “X” proyecto, se tomaba el acuerdo y él cobraba un impuesto por cada caja de refresco que vendía; este dinero iba a dar para algún beneficio del pueblo. Entonces todos los que tomaban refresco pagaban impuesto y colaboraban para la obra, comenta el sacerdote a quien era común ver en las calles de esta ciudad en su bicicleta de carreras y que también gusta de la música clásica y la instrumental, así como el jazz.

Mis papás son oriundos de Cork, Irlanda, comenta ya encarrilado en la plática y mirando de reojo la grabadora. Ambos se conocieron en Nueva York. Habían emigrado en 1929, justo a tiempo para sufrir la Gran Depresión. Mi papá no tuvo un trabajo fijo durante 14 años. En la familia somos cinco hermanos: Katherine, la mayor, Juan o John, Mary o María, Margaret o Margarita y luego Elena o Helen, de mis papás.

Tenemos un medio hermano de parte de mi mamá que dejó para adopción, pues la cosa era difícil por lo de la Depresión. Estando ya en el seminario, tendría yo como 23 años, nos enteramos que teníamos un medio hermano: José Lamar se llama, era piloto de la Fuerza Aérea de los Estados Unidos; ya se jubiló, actualmente es sacerdote misionero igual que yo. Vive en la casa central de Nueva York.

El padre John Martin O’Donnell, párroco de la parroquia de Nuestra Señora del Carmen, de Colonia Yucatán, agradece haber tenido tantos amigos a través de los apostolados, conviviendo con muchas personas, siendo experiencias que lo han enriquecido.

¿De mi experiencia en Yucatán? Huuummm… Hace un breve silencio, respira hondo, se queda quieto, hace una pausa, fuit fuit…silba de nuevo y se acomoda en su silla.

Bueno, ha sido un tiempo para cumplir varios sueños, anhelos profundos en mi corazón; de trabajar, de entregarme como sacerdote ministerial a la gente en la capilla. Lo hice y creo haberlo hecho bien, estoy contento. También un anhelo mío antes de venir hace muchos años era convivir con mi familia adoptiva; después de estar aquí mis primeros 9 años (estuve fuera 22 años), como que anhelaba convivir con mi familia adoptiva y lo he hecho a plena satisfacción, además de conseguir, digamos, que Dios me haya regalado amigos y amigas a través de los apostolados, de la convivencia con personas, del apoyo y asistencia como hermano, como sacerdote de muchas personas. Muchas experiencias me han enriquecido. De lo malo, para qué; ya pasó, ja ja. Claro que si uno tiene memoria es desagradable, pero…

Recuerdo mi primera boda que celebré en la Colonia. No me acuerdo quiénes eran ni la fecha, pero sí de lo chusco. Un detalle fabuloso de la convivencia de la gente con el sacerdote era que casi por ley estabas invitado a la fiesta, ya sea de boda, bautizo etcétera. Entonces voy a la primera boda que celebré y una persona muy recta en sus cosas como es el Dr. Hernán Duarte me dice: ‘Oiga, Padre, aquí decimos marido para el esposo, pero no decimos marida para la esposa.’ ¡Já! exclama con lenguaje yucateco. Yo pensé –recuerda que era nuevo mi español– marido igual a marida, suena lógico ¿no? como esposo y esposa. Bueno, aprendí la lección después de esa boda, comenta riendo y disfrutando el momento, como niño que acaba de cometer una travesura.

Continuará…

L.C.C. ARIEL LÓPEZ TEJERO

vicentelo63@gmail.com

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